Nota preliminar
Hace mucho no publicamos nada por falta de tiempo ya que estamos preparando algunos libros, inter alia. Vamos a tratar de recuperar la frecuencia para este apostolado virtual.
Les dejo un escrito breve sobre los fundamentos bíblicos, cristológicos y hagiográficos de la virtud de la parresía. Que Dios nos la conceda.
In Domino et Domina
Padre Federico
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De algunos fundamentos escriturísticos, cristológicos y hagiográficos de la virtud de la parresía
I.
La virtud de la parresía mueve a anunciar la Santa Fe Católica “a la luz del día” (Mt X, 27) pregonándola “desde las azoteas” (Mt X, 27), sin temer “a los que matan el cuerpo” (Mt X, 28), siendo nuestro “lenguaje ´Sí´por sí, ´No´por no” (Mt V, 37) sabiendo que “lo que de esto pasa proviene del malvado” (Mt V, 37).
El católico parresíaco contra viento y marea, anuncia a Jesus, Aquel que dijo “todo aquel, pues, que se declare por mí ante los hombres, también yo me declararé por él ante mi Padre, que está en los cielos; mas quien me niegue a mí ante los hombres, también yo le negaré a él ante mi Padre, que está en los cielos” (Mt X, 32-33).
Como San Pablo, las almas parresíacas “renuncia(n) a todo encubrimiento vergonzoso del Evangelio” (2 Cor 3) y proceden “sin adulterar la palabra de Dios” (2 Cor 3), “dando a conocer la verdad” (2 Cor 3), “siempre y cabalmente” (sal 118).
Aunque todos cedan ante las modas del siglo y “aunque tiemble la tierra con sus habitantes” (sal 74), el apóstol parresiaco cual “profeta del Altísimo” (Lc 1) con todo fervor, “expone la sabiduría, [y] su lengua explica el derecho; porque lleva en el corazón la ley de su Dios, y sus pasos no vacilan” (sal 36). El apostol parresiaco, por tanto, siempre podrá decir, con el Salmista que “odi(a) la senda del engaño” (Sal CXIX, 104) y que “aborre(ce) el camino de la mentira” (Sal CXIX, 128).
Estamos llamados anunciar a Cristo Crucificado “con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente”, como nos pide la Iglesia (EG,259), siendo centinelas que ni de día ni de noche dejen de anunciar el nombre del Señor.
Mientras tantos “discursean profiriendo insolencias [y] se jactan los malhechores” (sal 93), las almas parresíacas reaccionan haciendo suyo el celebre clamor de Santa Catalina de Siena: “¡Basta de silencios! ¡Gritad con cien mil lenguas! porque, por haber callado, ¡el mundo está podrido!".
II.
El gran mal del mundo actual es quizá la hipocresía, la cual consiste en fingir cualidades contrarias a las que verdaderamente se tienen. Contra este mal, la virtud más urgente es la parresía, que hoy apenas existe. Por eso, urge la predicación parresíaca ya que de este modo los fieles hallarán un estimulante ejemplo de la virtud opuesta al gran mal de nuestra época –y se verán movidos a emularlo- y el mundo podrá conocer la vera doctrina de Cristo y admirar la coherencia y la osadía de los hijos de Dios.
A este respecto, valga tener presente que el hombre actual mas que profesores, necesita testigos enardecidos de la Verdad. Por eso, para dialogar con el mundo actual, los interlocutores privilegiados son los testigos encendidos de la Verdad Crucificada –que dan razón de su esperanza-, y no los “perros mudos” y los expertos en negociaciones.
No sólo está la hipocresía de los malos –que llaman mal al bien, y bien al mal- sino de la de los supuestos fieles de Cristo. La “hipocresía de los fieles” se traduce muy a menudo en un esquizofrenia existencial que consiste en la profesión y práctica privada de la Fe y en un simultáneo silenciamiento (o disimulo o negociación) de la Fe en la vida pública.
Sabiendo que la situación actual es semejante a la de los primeros cristianos que, en medio de persecuciones, luchaban para evangelizar el Imperio Romano y que, como advierte la Iglesia, “la humanidad vive en este momento un giro histórico” (EG,52), estamos llamados aprovechar la coyuntura del Tercer Milenio para anunciar a Cristo al mundo entero, sabiendo que, como nos advierte el Sumo Pontífice, por la acción divina, todos los acontecimientos “se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados” (EG,84) pensados por Dios desde toda la Eternidad.
Estamos llamados al testimonio parresíaco para que Dios sea máximamente glorificado y para que se salven las almas, esto es, a buscara salvar las almas participando así de la Misión de Cristo que vino a salvar “a su pueblo de sus pecados” (Mt I, 21). A este respecto, recordemos con San Pablo, que “el mismo Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para que demos a conocer la gloria de Dios que resplandece en el rostro de Cristo” (2 Cor 3).
Los católicos tenemos a la vista para emularlos los máximos ejemplos de parresía con que Dios nos edificó a lo largo de la Historia, empezando por nuestro Señor Jesucristo, Quien es la misma Santidad.
El Señor nos da un ejemplo insuperable de parresia. En efecto, al Señor lo mataron por predicar la Verdad. Como enseña Santo Tomás, “querían matarle no en cuanto transgresor de la ley, sino en cuanto enemigo público, porque se hacía rey” (III, q. 47, a. 4, ad 3um). El mismo ejemplo de vida del Señor nos convence de que hay que proclamar con más énfasis aquellos artículos de la fe que el mundo más rechaza. Mas, ¿para que hacer esto? En primer lugar en atención a confortar a los fieles en su fe y en segundo lugar para enseñar a los que no saben y luego porque la misma proclamación que suscita la auténtica caridad pastoral, obra como exorcismo.
El mismo Señor dijo, “No he hablado nada a escondidas” (Jn 18,20). En efecto, Cristo no enseño “nada a escondidas, porque exponía toda su doctrina, bien a todo el pueblo, bien a todos sus discípulos. De donde escribe Agustín In loann.: ¿Quién habla a escondidas cuando habla en presencia de tantos hombres? ¿ Y más cuando, hablando a pocos, quiere que, por medio de ellos, sea conocida por muchos?” (III, q. 42, a. 3). Cuando el Señor “creyó digno comunicarles [a sus discípulos] su sabiduría, no se lo enseñó a escondidas, sino en público, aunque no todos lo entendiesen” (III, q. 42, a. 3, ad 2um).
A su vez, como de El se había profetizado en Is 8,14, El fue piedra de tropiezo y piedra de escándalo para las dos casas de Israel.
He aquí que el Señor, a pesar del escándalo de los fariseos, enseñaba públicamente la verdad, que ellos aborrecían, y reprendía sus vicios. para procurar la salvación del pueblo, como explica Santo Tomas: “Y por eso, en Mt 15,12.14 se lee que, cuando los discípulos dijeron al Señor: ¿Sabes que los judíos, al oír tus palabras, se han escandalizado?, les contestó: Dejadlos. Son ciegos y guías de ciegos. Si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la fosa” (III, 42, 2).
Mencionamos algunos otros arquetipos para nuestro espiritual aprovechamiento en lo que toca a la adquisición y ejercicio de la virtus de la santa parresía: los Precursores del Señor, el de Su Primera Venida. San Juan Bautista y el de Su Segunda Venida, San Elías; los Santos Apóstoles; San Esteban; San Atanasio, San Juan Crisostomo, San Francisco Xavier, San Vicente Ferrer, San Berardo y Compañeros Mártires, San Nicolas Tavelic y Compañeros Mártires, San Francisco Solano, entre tantos otros.
San Juan Bautista, flecha bruñida cuya boca era espada afilada (cfr. Is 49: “Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida llamado por el Señor"), el mayor “entre los nacidos de mujeres” (Mt XI, 11), modelo inmenso de predicador parresíaco, fue comparado por el mismo Verbo con el campeón de la parresía profética, San Elías. El parangón entre ambos es tan cercano que el Señor dijo que el Precursor “es Elías el que ha de venir” (Mt XI, 14). San Jerónimo nos explica esta comparación, subrayando la parresía que a ambos contradistinguía. San Elías se vio obligado a huir por haber reprendido el rey Acab y a Jezabel por sus impiedades ( 1Re XIX), y éste es decapitado por haber reprendido a Herodes y a Herodias, por sus bodas ilícitas ( Mc VI)”.
San Juan Bautista, como dice San Beda, padeció mucho por Cristo, pero “todos aquellos tormentos temporales no le resultaban penosos, sino más bien leves y agradables, ya que los sufría por causa de la verdad y sabía que habían de merecerle un premio y un gozo sin fin". Es mas, “la muerte —que de todas maneras había de acaecerle por ley natural— era para él algo apetecible, teniendo en cuenta que la sufría por la confesión del nombre de Cristo y que con ella alcanzaría la palma de la vida eterna”
San Francisco Solano, por mencionar un ejemplo, fue un modelo de parresia. De él se cuenta lo siguiente, como señala el Padre Iraburu en su gran libro “Hechos de los Apóstoles de América":
“Salía del convento a visitar la cárcel y los hospitales, a conversar con la gente de la calle, y no precisamente de las variaciones del clima. Sacaba el crucifijo de la mano, y les decía: «Hermanos, encomendáos a nuestro Señor, y queredle mucho. Mirad que pasó pasión y muerte por vosotros; que éste que aquí traigo es el verdadero Dios». Su parresía apostólica, su libertad y atrevimiento para transmitir el mensaje evangélico, era absoluta. En el corral de las comedias, lugar mal visto y medio censurado, él entraba tranquilamente, irrumpía en el tablado y, con el crucifijo en la mano, decía algo de lo que tenía con abundancia en el corazón: «Buenas nuevas, cristianos… Este es el verdadero Dios. Esta es la verdadera comedia. Todos le amad y quered mucho». Y si algún farandulero se quejaba, «Padre, aquí no hacemos cosas malas, sino lícitas y permitidas», él le contestaba: «¿Negaréisme, hermano, que no es mejor lo que yo hago que lo que vosotros hacéis?»…".
La parresia no debe ser entendida como un torneo de imprudencia sino que, por el contrario, debe ser vivida como una consecuencia necesaria de la caridad y esto a tal punto que la predicación parresiaca no está llamada sino a ser un eminente acto de caridad. Así como se atiende a los enfermos por caridad o se les da de comer a los famélicos, las almas parresíacas predican parresiacamente a los prójimos por caridad para con ellos.
Que Dios nos dé la gracia de la parresía. Amén.
Padre Federico,
Misionero ad gentes
13 XI 23.