Misión en el paraíso – Hambre y pobreza
Volvemos del norte a la capital con intención de viajar a Roma. Tras unos pocos días en la capital, como nuestra estancia debe prolongarse por las trabas covidianas, decidimos movernos a un lugar cercano a las playas, aprovechando un contacto con una persona que nos ofrece una casa sencilla en una de las muchas aldeas de pescadores.
La casa no tiene agua corriente, ni electricidad, no tiene camas, y hace un bochorno terrible que nos obliga a dormir al aire libre mirando las estrellas. Para el higiene sacamos el agua de un pozo que hay en el jardín. Y para nuestras necesidades hay algo hecho de cemento, parecido a un baño, sobre una fosa séptica.
La casa se sitúa en una pequeña aldea cerca del Puerto de no Retorno, donde acaba la Ruta de los Esclavos. Ahora los chinos van a demoler toda esta zona para edificar un complejo turístico con el tema de los esclavos. Para este fin el Estado ha expropiado todas las casas pagando por ellas lo que equivale a poco más de 500€. Nuestra casa también ha sido expropiada. Gracias a los ingenios de un aldeano, nos empalman con el cableado de un comercio, y tenemos electricidad.
Aunque no nos propusimos una “misión oficial", sucede que como el agua moja y el fuego quema, el misionero misiona. Para evitar malentendidos nos reportamos al Rector del lugar. La parroquia abarca un territorio inmenso de playas paradisíacas, el rector cuenta con la ayuda de un vicario, pero no es suficiente para atender bien todo. A pesar de un primer recibimiento cordial, a los pocos días recibiremos unas instrucciones que limitaran nuestros movimientos…
Nuestra vida se organiza en torno de las horas litúrgicas. Madrugada oscura bajo las estrellas del Ecuador, al fondo del mar la Cruz del Sur perfectamente visible, Escorpio y Centauro brillan sobre nosotros, amanece mientras salmodiamos en la playa Maitines y Laudes con la aurora. A lo lejos, algunas luces sobre el mar señalan el lugar donde faenan los pescadores con las redes, arriesgando no pocas veces sus vidas para traer el alimento al hogar, en unas pequeñas embarcaciones con forma de canoa, donde desafían al Océano, que en estas costas suele estar regularmente embravecido.
Después del Santo Rosario, rezamos la hora Prima viendo salir el sol a Oriente sobre el horizonte del mar. Los mosquitos se han comido mis manos pese al repelente, y aunque trato de convencerme de lo contrario, creo que volveré a pillar la “palud". Tras el estudio rezamos la hora Tercia, y después organizamos el día mientras desayunamos. No es común aquí desayunar, pero nuestra robusta constitución tiene sus exigencias. Aunque comemos con bastante modestia, un plato por comida y punto, las tres comidas en África es un lujo de los ricos (ya no digo si comento aquello de las cinco comidas que tenemos en España).
La malnutrición y el hambre aquí son habituales. La gente come por lo general entre una y dos comidas. Realizamos una pequeña campaña para aliviar esa necesidad, sabemos que no soluciona el problema, pero es mejor que nada. Localizamos a las familias más pobres de cada aldea y les damos un lote con lo necesario para un mes. Entre esas familias me llaman la atención la situación de dos jóvenes enfermos de unos veinte años a quienes tomo de la muñeca, el índice sobrepasa ligeramente la uña de mi pulgar. Así como lo digo…
(continuará…)
Padre Emmanuel, S.E.