Ante la persecución de los Lamas (I): una Pascua de Frontera
Ante la persecución de los Lamas (I): una Pascua de Frontera
I.
Escribo estas líneas rápido…
El Domingo de Ramos, la Iglesia entra en la Semana Santa. En la Meseta Tibetana, pasó lo mismo. El Domingo de Pasión, nuestra Misión entró en la Pasión.
No estamos empleando ningún juego literario ni haciendo ninguna metáfora. El Domingo de Pasión, la Superiora Provincial de la Congregación que atiende la Escuelita de la Misión, me mandó este áspero y lacónico mensaje por whatsapp: “El Gobierno lo está buscando a Ud. Alguien reportó que Ud está predicando el Cristianismo”. Fue un golpe tremendo. El mensaje lo recibí mientras estaba de paso por Europa, adonde había ido para recibir instrucciones episcopales.
La Hermana no me dio más aclaraciones. ¿Qué significaba que el Gobierno me está buscando? ¿Acaso hay una orden de captura contra mí? ¿O es algo menor? ¿Me apresará la policía en el aeropuerto? Mi Semana Santa transcurrió en ese clima, o climax, de persecución real. Algunos amigos me advirtieron que probablemente no me convenía ni siquiera tomarme el avión. No temía por mí, pero no quería poner en riesgo a las Hermanas o la Iglesia Naciente. No sabía que hacer. Pedí consejo y básicamente todos se ubicaron en la misma línea: “sacudirme el polvo de las sandalias, encomendarlos a su suerte e irme”.
La situación era seria ya que hace un par de meses, los monjes tibetanos y algunos intendentes budistas hicieron un motín contra la autoridad política exigiéndoles que me expulsen de la zona misional. ¿Y por qué me querían expulsar? Ellos lo dijeron sin disimulo: porque predico a Cristo.
Además, antes del dicho mensaje, la misma Hermana me había mandado otro diciéndome lo siguiente: “es muy riesgoso que Ud vuelva a la Misión. Hable con el Obispo”.
Hay un hecho más que muestra lo serio del asunto: a las Hermanas, que son nativas, las amenazaron con meterlas presas por un pretexto administrativo.
Hablé con el Obispo y le pareció ideal que deje la Misión, al menos por un tiempo. Ni bien me dijo eso, empecé a imaginar otros enclaves paganísimos a donde ir…
II.
Al final, hice una llamada a una autoridad política clave. Es un protestante que me da cierto apoyo. Me dijo que podía volver y eso me bastó para volver a la Misión. Lo que más me urgía eran los recién convertidos. Ellos son como bebés en la fe. Ellos me estaban esperando y mandándome mensajes preguntándome: “Padre, ¿cuándo vuelve?”. Me regocijé en la persecución, tomé un avión y llegué al aeropuerto. Me preparé para la guerra… y no pasó nada. Compré unos chocolates y unos juguetes para regalar a los niños, me tomé otro avión y subí a un taxi que viajó unas ocho horas hasta la misión.
El viaje en taxi fue terrible ya que en el medio del trayecto había un puesto de control, donde era posible que me arresten. Me encomendé a la Virgen rezando el santísimo Rosario. Me preparé para dar testimonio de Cristo ante la policía. Me reporté, presenté mis papeles… y no pasó nada. Alabado sea Dios.
Llegue a la Misión. A todo esto, hay que decir que al Obispo le pareció bien que me vaya del país al menos por un tiempo. Le pedí permiso para despedirme de la gente. Llegué a la misión, a decir adiós. Adiós por un tiempo, al menos. Hay que obedecer a la Jerarquía.
III.
Llegué a la Misión y me recibió la autoridad local. En confianza, lo llamamos Nima. En realidad, sólo yo lo llamo Nima. Los demás lo tratan con grande reverencia. Es el protestante que por teléfono me había dicho que no había problema.
Le dije que la Misión no ofrece seguridades y que las mismas religiosas fueron amenazadas de ir presas. Me respondió diciendo que no había problemas mayores. Le dije que si quería que yo siga en la Misión, él y los intendentes budistas y el jefe de los monjes budistas deben firmar una carta pidiendo que me quede.
Lo cierto es que los intendentes y los monjes budistas son los que lanzaron la persecución, especialmente uno de ellos, llamado D.T., que es hermano de Nima y está casado con una especie de bruja tibetana, que es la peor de todo el grupo. La bruja parece ser la principal fautora de estas oscuras maniobras. Tomen nota los que que creen que el Budismo Tibetano es pacifismo, tolerancia, sahumerios y ocho cuartos.
El Domingo de Pascua, Nima me dio el borrador de la carta y me pidió a mí que la corrija y la pase en limpio en la computadora. Aproveché y escribí una carta triunfalista a favor de la Misión. En la carta me doy el lujo de comenzar invocando a la divina Providencia.
Hoy se la mostré a Nima. Me la aprobó con gusto. Mañana o pasado, o en estos días, Nima le va a pedir a los intendentes que firmen la definitoria epístola. Si la firman, será un milagro y la Misión seguirá. Y el Obispo, y con él todos, quedarán boquiabiertos. Será la “epístola pascual”…
Recen por favor para que esos esclavos del Budismo Tibetano firmen la carta y la Misión siga en pie. Si no firman la carta y me quedo en la Misión, los monjes budistas harán lo posible para meter presas a las hermanas o urdirán otras ardides para exterminar la Misión naciente. Si no firman la carta, me esperan otros lares misionales. Dios sabe.
En el medio de toda esta novela de película, nuestra naciente y diminuta Comunidad progresa admirablemente en la vida espiritual. Ellos participaron, por primera vez en sus vidas, del Triduo Pascual. Fue su Primer Pascua. Una Pascua muy especial. Una Pascua en la Frontera. Una Pascua de Frontera.
¡Viva Dios!
¡Muera el Budismo!
Padre Federico, S.E.
Misionero en la Meseta Tibetana,
Lunes de la Octava de Pascua 17-4-17