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6.03.18

Crónicas africanas III OGP-MCD

Apenas pasadas las 6.30am llegué al Centro Misionero Católico de Bondoukou, donde había quedado en encontrarme con el Padre Ernest y con mí ya entrañable y simpatiquísimo amigo, el sacristán Francois (que también hacía de traductor inglés-francés y viceversa). De allí debíamos ir a la casa de otro sacerdote (de nombre Jean Claude), desde donde partiríamos a una celebración de comunidades católicas que se hace cada primer viernes de mes, sobre una colina ubicada a 15 kilómetros de la ciudad. Parte en auto, parte en moto y 30 minutos andando por empinados senderos es el único modo de llegar allí. Entre que esperamos a Jean Claude y a otro sacerdote que vino con nosotros (Padre Simón) se hicieron las 9 y llegamos al destino final a las 10am (para venir a África uno tiene que venir bien provisto de paciencia… los tiempos para todo aquí son muy lentos. Se trata de algo cultural, sin dudas).

Era un típico día africano: cielo completamente despejado, un sol desplegado en su  esténtor, alta humedad y un calor abrasador que ya trepaba los 36 grados; sin una pizca de viento que atenuara la situación. Para mi, que salvo por mis partidos de fútbol 5 semanales no estoy particularmente entrenado en lo aeróbico, fue un esfuerzo considerable llegar. ¡Ni quiero imaginarme lo que fue aquello para los cientos de mujeres que andaban con sus niños a cuestas! “¡Que devoción la de esta gente! ¡Qué voluntad!”, fue lo primero que pensé entonces.

Al llegar, sobre una superficie llana, había no menos de 1000 personas sentadas en el suelo, tapadas en lo alto por las copas de centenarios árboles que los protegían del omnipresente sol. Todos vestían vivos y alegres colores y conversaban animadamente mientras esperaban el comienzo del evento, que consistiría en animados discursos de predicadores varios, experiencias de personas salvadas por milagros concedidos por Jesucristo y la Virgen María y la presencia del sanador principal del pueblo, un católico africano de nombre Marion (resultó ser primo de Francois, mi amigo), que imponía sus manos sobre los enfermos que iban en su auxilio. Aunque la parte principal y más esperada del evento era la anunciación de la presencia del Espíritu Santo, que ingresaría en ellos y los limpiaría de cualquier demonio o maldición que tuvieran.

Pasaban cosas bastante increíbles en ese momento: varias personas, sobre todo mujeres, gritaban endiabladas y hasta haciendo movimientos epilépticos, como queriendo sacarse demonios de adentro. Cuando esto sucedía, un grupo de voluntarios predicadores llevaban (a veces arrastrando) la persona a un bosque (que tienen como) sagrado ubicado a unos metros y le recitaban varias oraciones. Al cabo de poco tiempo, las personas volvían con una gran tranquilidad y paz en sus ojos y espíritu.

La mayoría de los asistentes eran católicos pero también había algunos paganos en busca de luz, como me dijo alguien por allí. Es importante subrayar que en este evento estuvo también presente el Obispo de Bondoukou y no menos de cinco sacerdotes. Con todos pude intercambiar algunas palabras allí. Fue una experiencia muy linda; todo muy ordenado, bien programado, las personas muy educadas y devotas. Me recibieron espléndidamente: la hospitalidad es sin dudas una marca registrada del africano. Nomás llegar me reservaron un sitio de honor junto al Obispo, al sanador y los sacerdotes; todos sentados en sillas en un improvisado escenario techado de paja y cañas. Ante cada intermedio, me levantaba para llevar y mostrar las imágenes sagradas que tenía (Virgen de Schoanstatt y Jesús Misericordioso) a todos los allí presentes.

Siendo la 1pm nos dispusimos a almorzar con Francois unas sardinas y unos panes que habíamos traído; el calor era realmente insufrible. Ahora era tiempo de ir a recorrer algunas aldeas y conocer a sus habitantes. Cogimos dos motos y fuimos, entre otras aldeas, a Zandan 1 y a Zandan 2. La gente nos recibió con los brazos abiertos; particularmente a la Virgen. Preguntando luego de un rato acerca de sus necesidades materiales elementales, nos dijeron que el problema principal allí es el agua: las pocas bombas que hay son obsoletas o están parcial o totalmente rotas (tampoco hay tanques de agua). Las mujeres (que son quienes hacen casi todo aquí; aún los trabajos más duros) tienen que caminar 40 minutos por caminos complicados para conseguir agua (si tienen suerte). Luego deben volver con bidones que pesan más de 10 kilos… Y aun así, con necesidades tan elementales como esta, no pierden el humor y la esperanza. Pero volveré sobre este asunto de las necesidades temporales de esta gente en una próxima crónica (para ver en que podemos ayudar los lectores y nosotros).

Habré vuelto a mi habitación cerca de las 3 o 4pm. Cuando llegué, tomé un litro de agua y me tiré en la cama por un buen rato. Realmente ¡no daba más! A las 7pm me encontré a tomar un café con mi amigo Francois (mi café instantáneo que a todos lados llevo) para repasar un poco todo lo vivido y hablar de otras cosas (particularmente de la situación de la Iglesia en Costa de Marfil, del peligro del Islam y su expansionismo, del paganismo, de las misiones, etc.).  Lo que pude corroborar allí, como me adelantaran los sacerdotes del lugar, es que la iglesia de Costa de Marfil es muy activa y misionera (particularmente en Bondoukou) y que los Kulango (una de las tribus a visitar) habían escuchado todos el Evangelio al menos una vez.

Al día siguiente me entrevisté con el obispo y fui a saludar a los sacerdotes y las personas que había conocido allí y que tan bien me habían acogido. Ahora tocaba viajar a Bouna; un pueblo ubicado a 4 horas en dirección norte, cerca de Ghana, donde se encontraban nuestras dos próximas tribus: los Lome y los Lobi.

3.03.18

Entre las tribus de Costa de Marfil... OGP-(MCD)

Después de 10 horas de vuelo, parada en Etiopía mediante, aterricé finalmente en mi primer destino misional: Costa de Marfil. Más precisamente llegué  a Abidjan, que es la ciudad más importante de este país (aún más que su capital), ubicada casi sobre las postrimerías del Mar de Guinea y a pocos kilómetros de sus vecinos, Ghana y Liberia. Si algo tienen en común estas naciones costeras del occidente africano es su clima tropical y sus hermosas playas (particularmente cierto, dicen, en el caso de Sierra Leona). Aunque más allá de estas similitudes accidentales existen grandes distancias entre cada una de estas, y no me refiero a lo meramente geográfico. 
Primeramente hay que mencionar que existen en África miles de etnias distintas, más de 1000 lenguas (y dialectos) y cientos de lo que comúnmente se denomina “ethnic religions” (suerte de religiones/creencias paganas locales). Es decir, las diferencias culturales y aún raciales son siderales, generándose no pocas veces enconos viscerales entre éstas, llegando al punto de  vivir de guerra en guerra. Todo lo cual queda de manifiesto, muy especialmente, en los procesos electorales y con los distintos gobiernos, donde lo que prima no es la ideología sino la raza. Sí… como escucharon. En la mayor parte de los casos, la política es considerada (y utilizada) tan solo como un medio para llevar al poder a determinada tribu-clan. Por lo general, la ideología no prende en la mayor parte de este continente; menos aún en estos tiempos, donde no existen, como otrora, potencias occidentales rigiendo los destinos africanos. Cuestión esta que, como sabemos, intentó explotar la izquierda en su momento para hacerse del África (ya vieron como le fue a ese terrorista apellidado Guevara y lo que éste pensaba de los africanos).  
Y en menor o mayor medida, así es África: decenas o cientos de culturas diametralmente opuestas insertas en naciones puramente nominales o ficticias.  Es decir: no existe identidad nacional ni sentimiento patriótico o de pertenencia del africano –medio- a su país de origen por el simple motivo que no existe la más mínima homogeneidad cultural, étnica, racial o religiosa.
Tampoco entre las naciones africanas existen demasiadas similitudes exteriores y sus relaciones –en general, puramente diplomáticas- suelen ser intermitentes. La lengua oficial varía de acuerdo al imperio occidental que los colonizó por más tiempo. Por ejemplo, en Costa de Marfil, Burkina Faso, Togo, Guinea, etc., se habla francés; unos kilómetros más al este es el inglés el idioma principal (Ghana, Nigeria, Camerún; predominando el sajón en el este y el sur del continente). En otros pocos países se habla portugués (Cabo Verde, etc.) y en alguno podrá escucharse algo de alemán o italiano. 
Más allá de esta información, que sirve cual preámbulo al lector, ubicándolo en tiempo y espacio, hay algo que desearía remarcar aquí y ahora y que me parece demasiado claro e importante: la gente es realmente muy buena; pura, amable, honesta (me refiero al África Negra, Subsahariana y no al norte, predominantemente musulmán). Debo confesar que esto es algo que me sorprendió gratamente. Pues, a pesar de estar gobernados hace largas décadas por tiranos y/o corruptos de toda laya (que vale aclarar: son negros y africanos; no occidentales y blancos) y sufrir los interminables males del desempleo, el hambre, la injusticia, las enfermedades y las guerras, esta gente aún conserva la esperanza y el buen espíritu. Y en general, honran y respetan las tradiciones y la familia. ¡Cuánto podría aprender de ellos el Occidente moderno, ateo y relativista; destructivo!
Esta gente tiene el corazón abierto de par en par, recibe con gran alegría al extranjero y cuida de sus pares y familiares. Es por ello que el Cristianismo crece y crecerá cada día más aquí: tarde o temprano, estoy convencido que, indefectiblemente, el África negra será totalmente cristiana. Seguramente, esto es algo que saben bien los musulmanes y por ello su cruda y sangrienta persecución a cristianos y su redoblamiento de esfuerzos para extender sus garras de influencia hacia el sur del continente: la Savannah y la región tropical. Y como está la cosa, sería bueno, tal vez, comenzar a pensar en establecer allí algunas milicias cristianas (como aquellas gloriosas del Medioevo) que puedan defender la Cristiandad y a sus indefensos y piadosos pobladores de los cobardes ataques mahometanos. Indudablemente, este asunto merecería ser tratado aparte en algún otro momento.
 
 
En fin… Se me ha hecho largo esta suerte de proemio. Volvamos a lo que quería contarles en un primer momento. Quedamos en que llegué a Abidjan. 
Mi plan era quedarme allí por al menos dos días a fuer de poder organizar mejor mi viaje hacia el interior del país; donde se encuentran tres de las cuatro tribus que aparentemente no han oído aun el Evangelio y donde no hay cristianos (al menos, esa era nuestra información hasta el momento). Luego de adquirir y estudiar nuevos mapas de las áreas a abordar, averiguar transportes, bendecir las imágenes que entregaría a los paganos y visitar e informar acerca de la misión al párroco de la Catedral principal de la ciudad, me propuse partir.    Debía ir a Bondoukou; un pueblo ubicado a 400km al norte, muy cerca de la frontera con Ghana. Según lo que entonces había calculado, dos de los grupos que debía visitar se encontraban a un radio de 50-70km de allí. 
De acuerdo al “bendito” Google Maps y la guía Michelin (entre otros), el estado de los caminos era bastante aceptable, y en auto no tardaría más de 5 horas en llegar a destino. El único problema a esta ecuación (y que no había calculado: mea culpa) eran los precios exorbitantes de los vehículos en alquiler en este país: hasta cuatro veces más que cualquier nación occidental (¡me llegaron a pedir 150 USD por día!). Naturalmente, mi exiguo presupuesto no daba para tanto… Pero antes de poder desanimarme, buscando y buscando, pude conseguir un colectivo para ese lugar que tardaría 6 horas (según aseguró entonces quien me vendió el boleto). 
Podría hacer una crónica aparte de ese viaje… Resumiendo la cuestión, a los 3 kilómetros de andar el vehículo se averió y quedamos todos en… en algún lugar, esperando al reemplazo. Cuadro de situación: la temperatura rondaba los 38 grados, la humedad era del 92% y no había hueco de sombra donde ocultarse de aquel tremebundo sol. Gracias a Dios, pronto aparecieron unos providenciales vendedores ambulantes de bebidas, lo cual fue suficiente para que nadie muriera deshidratado o insolado. El bus, que como todo aquí se toma su tiempo, tardó una hora y media en llegar. Pero llegó: eso era lo importante y lo que me tenía muy inquieto. El problema es que llegó con más gente adentro y tuvimos que amucharnos como pudimos: en los asientos de tres personas iban cuatro, en los de dos, tres… Los pasillos intransitables por la cantidad de bolsos y bolsas de comida de los distintos pasajeros… 
Indudablemente, no me quedaba otro remedio hacer un estoico esfuerzo y mentalizarme para soportar un largo y tortuoso viaje. Haciendo el cuento corto: lejos de haber llegado a las 6 horas (como prometían en la boletería de Abidjan) tardamos ¡11! Pues tampoco me habían dicho que este bus era de aquellos que en argentina llamamos “lecheros”; es decir, de esos que paran cada 3km (sea para dejar pasajeros, para buscar nuevos o simplemente para que el chofer hable algunos minutos con algún amigo suyo que encontrara en variopintos puestos del camino). Aunque si algo hubo que terminó por impacientarme fue la –insólita- desorganización para las paradas de “urgencia de baño”. En general, en cualquier lugar y transporte terrestre del planeta (si no poseen baño interno, como era el caso aquí) se para una o dos veces en todo el viaje. Aquí no… bastaba un grito de alguno de los 70 u 80 pasajeros para que el chofer parara sin más. Y así fue, y no exagero: debemos haber parado cerca de 20 veces por este asunto… 
 
 
Siendo cerca de las 10.30pm (habíamos salido 10.45am), finalmente llegamos y yo estaba feliz. En la “terminal” del bus (consistía básicamente en un descampado sin luz, donde sólo había algunos vendedores con linternas y chóferes, esperando a los pasajeros) se me acercó un africano muy simpático que conducía una moto-taxi, ofreciendo su servicio. Acepté inmediatamente y le pedí que me dejara en algún alojamiento de la zona. Como todos los africanos que conocí hasta el momento, el chofer cobró lo que dijo que iba a cobrar (repito, no dejo de sorprenderme por la honestidad de este gente). Una vez que llegué al hotel, desempaqué rápidamente parte de mis cosas y me tiré en la cama: mañana sería otro día. 
Temprano a la mañana ya estaba desayunado y listo para hacer lo primero de mi lista en este pueblo, que era visitar las iglesias o comunidades católicas que hubiera. Para mi sorpresa, había bastantes católicos. Fui primero a la Iglesia de Notre Dome, para presentarme ante las autoridades y la comunidad del lugar y solicitar información acerca de las tribus que debía abordar. Lamentablemente, no conté con la barrera idiomática; casi infranqueable aquí (a menos que uno sepa francés, claro). En mi error de cálculo, no barajé la posibilidad de que casi nadie en este país hablara inglés. Necesitaba sí o sí un interprete/traductor que supiera ambos idiomas, y así me lancé por el pequeño pueblo durante las primeras horas del día (hasta aproximadamente las 2pm) en busca de alguno. ¡Nadie! “Je ne comprend”, era todo lo que recibía en respuesta. 
Volví a mi habitación totalmente desmotivado y algo desesperado, pues ¿cómo iba a hacer para conseguir ayuda y predicar el Evangelio si nadie aquí habla inglés? Decidí dejar de pensar y levantarme de la cama. Todavía me quedaba un lugar donde ir: un centro católico misionero de Bondoukou. 
¡Enorme fue mi alegría cuando no sólo encontré al padre Ernest y a un acólito suyo que hablaba inglés y francés a la perfección! ¡Más grande fue mi alegría cuando pude ver la gran disposición y acogida que me dieron! “Deo gratias!”, dije inmediatamente.
El padre Ernest dirige la diócesis de Bondoukou y tiene un gran espíritu misionero. Enseguida me invitó a pasar a su oficina y nos pusimos a hablar por un largo rato. Le conté de mí y del Padre Federico y su misión en el Himalaya, y le expliqué acerca del OGP (Omnes Gentes Project), del MCD (Mission Coundown). En todo momento, tanto el padre como el sacristán (Francua) se mostraron muy receptivos y deseosos de ayudar. Fue una charla muy agradable. Antes de retirarme y ponerme a su disposición, le regalé una imagen de la Virgen de Schoenstatt (con el niño Jesús); la misma que donaremos a cada pueblo que visitemos (son imágenes laminadas en tamaño A3 del Jesucristo Misericordioso y de la Virgen de Schoenstatt). Quedaron muy agradecidos y me invitaron a participar de una misa al día siguiente, luego de la cual me acompañarían a visitar algunas de las tribus (Kulango). Invitación que obviamente acepté muy gustoso. 
Ha sido un buen día. Gracias a Dios, ¡la misión ya comenzó!
 
Saludos a todos
Cristián
DIOS, PATRIA Y HOGAR

27.02.18

Hacia las tribus más remotas (OGP-MCD)

Hacia las tribus más remotas (OGP-MCD)
 
Ya es tarde y por eso escribo rápido. Voy al punto. Ahorro todo prólogo…
 
1. Sigue la Guerra Misional
 
 
 
Nuestro gran amigo Cristian Iturralde sigue su batalla misionera. Como si fuera poco su visiblemente fructífero voluntariado apostólico en el Himalaya, partió al África Negra. 
Voló desde India a Kenya, donde revisó el catálogo de pueblos paganos (cuya primer versión preliminar hace poco publicamos), se apertrechó de mapas y templó su alma en la ascética y la plegaria, para salir a pregonar la Fe Católica a los pueblos negros aún infieles. 
Me muero de ganas de estar con él. Pero, las exigencias actuales de la Misión Himaláyica me lo impiden, aunque mi alma se desgarre. Si algún sacerdote me reemplazase unas semanas en el Himalaya, partiría sin dudar al África con Cristian, en este, el Primer Raid de la Cuenta Regresiva Misional (Omnes Gentes Project).
 
2. Del Catálogo Misional
 
 
 
Estuvo en Kenya varios días mejorando el catálogo -basado en Mt 24,14-, buscando todas y sólo aquellas tribus (o etnias) donde jamás fue predicado el Evangelio o donde es muy probable que nunca haya sido predicado. Se estuvo informando con el clero nativo y estudiando y confrontado todos los catálogos que hay disponibles  (son todos listados protestantes, como ser el Joshua Project, People Groups y Finishing the Task). Nuestro amigo Cristian está mejorando el catálogo de pueblos que segura o probablemente jamás oyeron el Evangelio (los lectores nos pueden ayudar a mejorarlo desde sus casas, confrontando nuestro catálogo con los que están en la red).
 
3. Su Misión 
 
 
Ahora bien, más allá de listados y logísticas, lo principal es que Cristian ya llegó de Kenya a Costa de Márfil y que, Dios mediante, mañana comenzará su primer expedición y, más aún su raid misional. Más que expedición, es un raid ya que tratará de llegar a varias tribus remotísimas que, con toda seguridad o gran probabilidad, jamás oyeron  el anuncio del Evangelio. 
Con extrema pobreza de medios, sin compañeros (¡voluntarios, alistaos!), sediento de dar a conocer a Cristo y a Su Madre, con la gracia de Dios y la ayuda de la Virgen, apunta a estas tribus: Kulango Boundoukou, Loma y finalmente los Bouna Kulango.
El objetivo es anunciarles el Evangelio y llevarles las primeras imágenes sacras, una del Salvador y otra de Su Santísima Madre.
Los reportes del Joshua Project advierten que la tribu Bouna Kulango es hostil y agresiva. Pero, Cristian se arriesgará por Jesucristo. 
Allá va, con la gracia de Dios.
 
 
 
Acompañémoslo con las plegarias. 
Agradecemos, desde estas líneas a las poquísimas almas que, con su ayuda, hacen que está misión humanamente imposible se esté haciendo realidad.
¡La Cuenta Regresiva Misional (Mission Countdown) ya empezó! Comenzó hace un mes cuando fuimos a una tribu de Bhutan  (pero eso es tema para otra feliz crónica).
 
¡Cristo vence!
¡Arriba la Misión!
 
Padre Federico, S.E.
Misionero en el Himalaya 
Expedicionario del OGP-MCD 
28/2/17
 

19.02.18

Crónicas indianas (2): De bengalíes y relojes suizos al Himalaya. Por Cristián Rodrigo Iturralde

De bengalíes y relojes suizos al Himalaya

Por Cristián Rodrigo Iturralde

 

(Fast Forward o versión abreviada del vuelo de Delhi al estado de Bengala Occidental[1] desde que salí del hotel) Valija hecha, café, esperar, café, esperar, esperar, taxi, “hola” al taxista (sin respuesta), tráfico, “Autopista al infierno” por AC DC suena en la radio, aeropuerto, “gracias’ al taxista (sin respuesta), más aeropuerto, esperar, esperar, abordando avión, comiendo, picante en la comida, picante en el agua, picante en la ventilación, denme un #$%!!#  respiro.   Me desmayo, PAZ. Me reaniman, #$@ (sigo en la India #!%$#%).

 

(Play, en tiempo real) Uff…. “¡Llegué! Deo gratias. Falta menos”, respiré aliviado, mientras el comisario de abordo despedía con un “enjoy your stay”, un guiño de ojo y una mueca (que en ese momento no pude descifrar) a los pasajeros occidentales. No sé si lo soñé o qué, pero recuerdo que seguidamente a sus palabras la tripulación y medio aeropuerto explotaron en carcajadas… Pero como haya sido, en ese momento estaba casi exultante de alegría. Delhi ya había quedado atrás (aunque marcado en mi memoria para siempre) y solo me restaban ocho horas en 4X4 de zigzagueantes subidas y bajadas para llegar a Naga, esto es, a la misión: mi destino final (Pero todavía me quedaba besar algunos sapos).

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16.02.18

Crudo relato de un voluntario en la misión de un país donde Cristo no reina: la India

Durante casi dos meses, mi amigo laico Cristián, vino a visitar estas remotas tierras himaláyicas para misionar y hacer apostolado en el norte de la India.

Vengan aquí estas crudas impresiones que quedaron en su alma al caminar por este territorio donde aún Cristo no es conocido.

Da mihi animas, coetera tolle!

P. Federico

                                 Nueva Delhi (o una hora en Mad Max Reloaded)

                                                       PRIMERA PARTE

                                          Por Cristián Rodrigo Iturralde

   

          El día D finalmente llegó y ya estaba en Delhi. Qué hora era, como estaba el clima y toda la estilística introductoria propia de buena literatura, se las debo. Lo que puedo decirles es que para llegar por aire a casi cualquier punto de la India (y a no pocos del Asia) hay que pasar forzosa e inevitablemente por su capital, lo cual, permítanme adelantarles, es una singularísima experiencia de vida (no necesariamente edificante); un arrasador tornado de crudísima realidad que en tiempo récord se lleva puesto hasta al pobre desgraciado que -sin tomarla ni beberla- pulula por el aeropuerto aguardando su trasbordo.
         También puedo decirles que la primera hora en aquella ciudad fue realmente caótica, insalubre para cualquiera de los cinco sentidos. Nadie está preparado para esto, créanme.
Lo he visto todo: hippies de todos los colores y medidas que no más llegaban se tiraban por las ventanas maldiciendo a toda la generación Woodstock; Zen, yoguistas y toda la barahúnda new age volviendo sobre sus pasos, cabizbajos, peregrinando hacia El Escorial y la Capilla Real de Granada, para pedirle perdón al Generalísimo y a los Reyes Católicos. Antropólogos, igualitaristas y sociólogos rojos abarrotaban desesperados las librerías en busca de exponentes del darwinismo decimonónico; otros se persignaban en secreto y buscaban algún padrecito octogenario que los exorcizase.
          Mi nivel de desconcierto no era menor, como podrán suponer… ¡Y recién llegaba!
         Pero me estoy adelantando.

         Después de pasar los 531 chequeos internos de rigor (al parecer chequeaban que ningún vivillo ingresara algún modal de contrabando a este país) y de responder las 353 preguntas del último oficial de Aduana (básicamente, le explicaba a este buen hombre que mi intención no era trabajar y vivir en su país, aprovechándome de los incontables beneficios que ofrecía esta panacea del desarrollo mundial, sino hacer turismo), logré que estampara el sello de ingreso en mi pasaporte. Ya con mis bártulos fuera del aeropuerto, agotado y con pocas ganas de regatear (uno puede pasar medio día intentando practicar este deporte nacional con los nativos, pero tenga por seguro que aun cuando piense que ganó, perdió en realidad 3 a 0. Los indios son maestros absolutos en esta disciplina), me subí al primer taxi que se me cruzó.  Llegado a mi morada de Parjenga (barrio popular entre los “mochileros” o “backpackers” por sus precios económicos) y tras 20 minutos de discusión con el chofer, que pretendía cobrarme casi el doble de lo pactado originalmente, una sensación de alivio y felicidad me invadió: ¡finalmente había llegado a la India!  Era ahora tiempo de disfrutar.

          Desensillé y me propuse salir a estirar las piernas y caminar un buen trecho por la ciudad. Si bien estaba exhausto (luego de las casi 30 horas de viajar asardinado), mi curiosidad pudo más. En realidad, lo que quería era intentar descubrir el motivo por el cual toda la progresía bon vivant occidental (jactanciosamente atea y generalmente anticristiana) vive y celebra con locura estos lares y su cultura. ¿Qué veían acaso (desde sus cómodos aposentos parisinos, claro) estos renegados devenidos en panegiristas del orientalismo que se nos escapaba a nosotros, los incurables fachas del medioevo? Estaba a punto de descubrirlo…

 

          A punto de poner un pie en la acera (por llamarla de algún modo) y sin decir agua va, una fuerza desconocida me cogió abruptamente por las pestañas y me transportó  a una dimensión que ni el propio George Lucas ni el más fatalista de los exegetas del Apocalipsis imaginó jamás. No entendía nada; estaba completamente desconcertado. Sin pedirlo ni quererlo, súbitamente, pasé de turista a ser parte de lo que no podía ser otra cosa que una película del género diatópico (de bajo presupuesto). Todo se veía muy claro, demasiado claro; tan claro que obnubilaba, hacía retorcer al estomago y desgarraba el alma del más insensible. La posición en la que estaba me permitía observar en detalle cada cuadro de cada escena; aun los maxilares e incisivos de algún personaje secundario ubicado a kilómetros de distancia. Nada me escapaba. Descubrí que incluso podía interactuar con sus personajes estelares. ¿Quién acaso no querría vivir experiencia semejante? ¡Es el sueño de todo cinéfilo!

          El problema es que la película en cuestión era Mad Max…

          Historia que como saben transcurre en un mundo post apocalíptico y por momentos surrealista; ciudades destruidas y atiborradas de toneles de basura que lo tapan todo, donde nada es potable y la contaminación llega a tan inusitados extremos que uno llega a preguntarse si acaso respirar es necesario. Los personajes siniestros se multiplican cual conejos, y los bribones y rateros se entremezclan con algún sujeto más o menos simpático que mientras sonríe y habla con su cofrade, dispone de sus necesidades fisiológicas en la vía pública sin ningún tipo de pudor. Laberintos de zigzagueantes y destartalados callejones sin señalizar (sin orden lógico ni cronológico) y patios oscuros se suceden ininterrumpidamente por toda la ciudad. El aire es rehén de una hediondez tan concentrada capaz de desmayar a las propias piedras; ni el omnipresente e invasivo curry es capaz de atenuar el olor nauseabundo y darle al olfato un time out.

 

(NOTA. No. no era una película. Ya había caído en cuenta que este era simplemente uno de esos casos donde la realidad supera con creces a la ficción).

          Anonadado y desconcertado por igual, sediento y cansado ya de caminar y de las repetitivas imágenes, decidí tomar uno de los famosos tuc-tuc para volver a mi –nunca más estimada- cueva habitacional (ya había visto demasiado). Tal vez tomando un camino alternativo y elevado a 100 centímetros del suelo podía obtener una radiografía mas precisa y amplia del lugar, evitando así que los arbustos (sea decir, los millares de indios que caminan y se chocan en espacio de un metro cuadrado) me tapasen el bosque. “Quién sabe…”, pensé entonces. “Tal vez el panorama y mi perspectiva del lugar cambien radicalmente”. “Sí”, me intenté convencer. “Seguro que así será”.

 

(NOTA. Veamos: ciertamente no esperaba encontrarme repentinamente en las praderas de Salzburgo rodeado de operas wagnerianas. Mis expectativas eran ciertamente bastante más modestas: nomás esperaba que Dante Alighieri no se hubiera quedado corto con los pozos subterráneos). 

 

          Y bien, amigos, recapitulando, mi wishful thinking no funcionó: nada cambió. Sólo cambiaban cada tanto los rostros y la fisonomía de las piedras y los caminos. A cada paso tipos recostados en las veredas fumando y tomando, acosando a las transeúntes; personas bañándose y lavando sus cosas en riachos radiactivos que rajan la tierra; animales decrépitos y olorosos por doquier husmeando la basura y merodeando los puestos callejeros de comida; cocineros y vendedores hurgando sus narices y rascando indisumuladamente distintas partes de su fisionomía para luego, con esas mismas manos, entregar la mercadería a los comensales o mostrar sus productos a potenciales clientes. Interminables e infernales bocinazos a toda hora, y por las dudas, hacia todo ser vivo que su campo visual alcance a avistar. Conductores temerarios conduciendo a contramano y a toda velocidad, llevándose puesto lo que venga e ignorando deliberada y reiteradamente toda señal de transito.  ¿Los policías y los guardianes de tránsito? Poniendo orden desde sus smart phones (viendo partidos de cricket o en su defecto intentando ligar en aplicaciones de citas).

          “Gracias”, “por favor” y “perdón” son palabras taboo por estos pagos; a nadie se le ocurra esbozarlas. En dos meses en la India solo un temerario local cometió tal osadía (cuando sucedió casi se me pianta un lagrimón). Probablemente, este pobre desgraciado, se animó a ello porque no tenía nada que perder, pues tenía la poca fortuna de pertenecer a la casta más baja de la sociedad, y eso aquí (en este país férreamente estratificado) es peor que el infierno. Nada de respeto o caridad hacia el desposeído.  En esta religión hinduista-budista, la pobreza es vista como un justo castigo de Dios a acciones pasadas que el individiuo debería purgar en vida. El adinerado, contrariamente, es tenido como bendecido y elegido por su Dios o panteón de ídolos. ¡Así que no se le ocurra a nadie aquí ser pobre y pretender algún respeto!

 

          Pero para que no me acusen de optimista o de estar recibiendo dinero del Ministerio de Turismo de la India (presentando al mundo a este país como un paraíso), diré solo una cosa más (a mi se me acaba la tinta y a usted el tiempo). Todo aquel que se aventure a aterrizar aquí debe reservar (imperiosamente) una buena dosis de energía para mantenerse alerta como búho en celo a toda hora. Esto, si quiere evitar ser chantajeado (indudablemente, una de las especialidades gourmet de este país, particularmente de la estampida bengalí). Y no hablo de lo que aquí es el pan de cada día: sobreprecios, billetes falsos, vueltos insuficientes, servicios abonados y no prestados, sobornos para presentar o “acelerar” trámites, mercadería fraudulenta, etc. (de eso no se salva ni Dios). No, mi objetivo es bastante más realista y alcanzable. Estése atento para que al menos no le suceda lo que a mí: que le vendan una “Pepsi Cola” trucha (con el exacto mismo packaging que la original, le enchufan una pócima indescifrable). Sólo en la India…     

 

          Bottomline: Quien quiera sobrevivir en la India y no morir en el intento debe olvidar todo lo que conoce y eliminar del vocabulario la palabra “obviedad”. Luego, recién luego, ensaye frente al espejo unas cuantas veces al día la cara de perro espanta pájaros y amigos. Logrado eso, tal vez y solo tal vez pueda sobrevivir uno o dos días. Eso o que se lo lleven puesto, querido amigo. Ud. elige.

Ya ve como le fue a los hippies, a los Zen, los yoguistas y los rojos…

 

                                                                   ——-

 

                             Nueva Delhi (o una hora en Mad Max Reloaded)

                                                      SEGUNDA PARTE

 

          Sí, soy consciente que lo dicho anteriormente no invita justamente al regocijo ni predispone demasiado bien al espíritu. Es seguro que tampoco me he ganado demasiados amigos en la India. Pero, contrariamente a lo que muchos de ustedes estén pensando, les aseguro que mi crudo relato de los hechos invita a la esperanza y enaltece a los héroes y los santos. Pues para abrazarlos y amarlos, hay primero que conocerlos. Y parte esencial de este aprendizaje es conocer contra “qué” se enfrentaron. Y no hablo solo de las persecuciones físicas recibidas por los salvajes de estos lugares sino de la dureza de corazón de un pueblo envenenado por milenos de uno de los más atroces paganismos, el hinduista-budista.  (¿Religión?) Doctrina que no conoce la caridad ni el amor y rige a los suyos por medio del temor y las represalias. Doctrina enteramente clasista que obliga al pobre a mantenerse en su pobreza y al rico a mirar a éstos con desprecio (ya que éstos estarían purgando felonías pasadas).

          En todo momento que estuve en la India pensé muy particularmente en un solo nombre: San Francisco Javier. Creo que solo conociendo la India puede uno tomar verdadera y seria conciencia de la estoica misión emprendida por éste (sin olvidar a Santo Tomás apóstol y a Santa Teresa de Calcuta) y otros santos y mártires misioneros que dejaron –y dejan- su vida en los lugares más recónditos e indeseables del planeta para ayudar a los más desgraciados. A las pocas semanas de estar aquí pude comprender rectamente por qué el discípulo de San Ignacio de Loyola llegará a decir en sus últimos días que “estaba dispuesto a ir a donde lo necesitaren, inclusive a la India”. Si acaso alguna vez me pregunté el por qué del añadido anterior al sustantivo final, ya no me quedaban dudas.

 

          Indefectiblemente, todo esto lo pone a uno a pensar, a reflexionar. ¿Cómo es posible que exista algo como la India pasadas ya dos décadas del siglo XXI? Desde ya, la hermenéutica marxista se cae a pedazos, pues potencia europea cristiana “expoliadora” o “blanco imperialista” a quién culpar, no hay. Casi 70 años han pasado desde su independencia de la Corona Británica y varios siglos desde la ocupación portuguesa. La India, inmenso país, alberga un sin fin de recursos naturales y se ha convertido en la actualidad en una potencia económica e industrial. No. Ciertamente la explicación a su calamitoso estado pasa por otro lado. No la encontraremos en móviles materiales sino en su religión (idolatría, más precisamente), que a fin de cuentas es siempre la dadora principal de la cultura. ¿Acaso alguien tiene una explicación más atendible?[1]

          Aun aquel que rechaza a priori la explicación teológica a este fenómeno no le quedará más remedio que rendirse ante la evidencia tangible y constatable, y reconocer así, forzosamente, que si algo tienen en común las naciones más desarrolladas (material e intelectualmente) y libres, es justamente el cristianismo.  Lo mismo a la inversa: el factor común a la mayor parte de las regiones donde más se oprime a la población y más hambruna e ignorancia existe, es su rechazo al cristianismo (particularmente de la Iglesia Católica). La ecuación es harto sencilla: vea quien quiera ver.

           En los tiempos que corren, ¡vaya si lo sabremos!, referirse a alguna cultura o religión como superior o inferior a otra es casi una temeridad. Pero al mismo tiempo es una NECESIDAD[2]. Al menos en casos como el que nos ocupa. Si la India (y regiones/naciones en igual estado de descomposición) quieren salvarse, no les quedará otro camino (no lo busquen porque no lo hay) que CONVERTIRSE, convencerse y proclamar abiertamente que el cristianismo no solo es superior a cualquier otra creencia o cultura, sino que es NECESARIA[3].

 

Un abrazo a todos

In Hoc Signo Vinces

Cristián Rodrigo Iturralde

Misionero voluntario en tierras himaláyicas



[1] Como es sabido, la India se comporta como un estado confesional de religión hinduista (prima hermana del budismo). Máxime con el actual partido gobernante. El proselitismo religioso está seriamente limitado, y por lo bajo se persigue al cristianismo. En más de una oportunidad se ha orquestado la persecución del cristianismo (de distintos modos, llegando algunos extremistas al asesinato de cristianos).

[2] Máxime en casos tan evidentes como el mentado y aun de las naciones árabes y africanas (en su mayor parte).

[3] En fin… Ciertamente el tema da para largo. Pero no quería dejar de compartir con ustedes todo cuanto pasó por mi cabeza cuando mi primera incursión en aquel país.  Gracias a Dios, ya faltan pocas horas para mi vuelo hacia la meseta tibetana y encontrarme con mi querido amigo, el padre Federico. Empieza la misión.