Sermón de San León, Papa.
Sermón 2 de la Epifanía.
Alegraos, ya que tras la solemnidad del Nacimiento de Cristo, ha brillado la fiesta de su declaración: y a quien en aquel día la Virgen dio a luz, hoy le ha conocido el mundo. El Verbo hecho carne, así dispuso los principios de su aparición entre nosotros, que nacido Jesús se manifestase a los creyentes y se ocultara a sus perseguidores. Los cielos publicaron la gloria de Dios, y la voz de la verdad se extendió por toda la tierra, cuando el ejército de los Ángeles se mostraba para anunciar al Salvador nacido, y la estrella conducía a los Magos para que le adoraran. Desde el Oriente hasta Occidente, resplandeció el nacimiento del verdadero Rey, ya que por medio de los Magos los reinos de Oriente conocieron la verdad de lo sucedido, y no quedó oculto al Romano imperio.
La crueldad de Herodes, pretendiendo dar muerte en su cuna al Rey que le infundía sospechas, contribuía a esta difusión de la fe. La matanza de los inocentes publicaba por doquier el nacimiento del Rey de los cielos. La nueva se difundió tanto más pronto cuanto más inusitada fue la señal prodigiosa del cielo y más cruel la impiedad del perseguidor. El Salvador fue conducido a Egipto, para que aquellos pueblos entregados a los antiguos errores, se dispusieran mediante una gracia oculta a recibir su próxima salvación, y para que, aun antes de rechazar las viejas supersticiones, aquel país ofreciera ya morada a la verdad.
Reconozcamos en los Magos adoradores de Cristo, las primicias de la bienaventurada esperanza. Desde aquel momento comenzamos a entrar en la eterna herencia; desde aquel momento los arcanos de la Escritura que nos hablaban de Cristo se nos pusieron de manifiesto, y la verdad que los ciegos Judíos no quisieron recibir, esparció su luz por todas las naciones. Por lo mismo honremos este día sacratísimo, en el que apareció el Autor de nuestra salud; y al que siendo infante los Magos veneraron en la cuna, nosotros adorémosle omnipotente en los cielos. Y así como ellos de sus tesoros ofrecieron al Señor místicos dones, así nosotros de nuestros corazones presentémosle lo que es digno de Dios.