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7.02.17

30.01.17

Testimonio de un budista convertido a la Santa Fe Católica

Hace un tiempo, en nuestra Misión, tuvimos contacto con un alma en la que el Espíritu Santo obró una magnífica conversión. Se trata del caso un budista recientemente convertido a la Santa Fe Católica.

El converso es un alma que dejó en su juventud la Fe Católica y se metió en varios errores (Ocultismo, Budismo e Hinduísmo) guiado por un espíritu de rebeldía. El hizo dos breves textos en los que relata su conversión.

A continuación, reproducimos sus escritos. Los textos fueron originalmente escritos en inglés, pero los tradujimos. 

Esperamos que este testimonio sirva para alertar a los cristianos acerca del peligro que encierra la lucrativa moda de las “espiritualidades” orientales. A su vez, pensamos que este vehemente testimonio dará más aliento a quienes trabajan generosamente para convertir a los budistas (e hinduístas) a la única Fe Verdadera, la Santa Fe Católica.

Suplicamos oraciones y sacrificios por la conversión de quienes, en el Extremo Oriente, aún no conocen a Cristo.

P. Federico, misionero en la meseta tibetana

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20.01.17

Hacia la primera iglesia en la Zona del Yeti

I.- Si miramos hacia el norte, nuestro puesto de Misión es la última frontera de la Iglesia. Al menos, hasta donde sabemos.

Más arriba de nuestro espectro misional no hay ninguna institución católica.  Y ningún católico. Es que estamos en la Meseta Tibetana…

Pasado el Tíbet Chino, hay una franja correspondiente a la pagana Mongolia y luego se asoma la inmensidad rusa y el Polo Ártico. En la franja mongola no creo que haya nada de Catolicismo (espero equivocarme) y después no sé. De todos modos, en Rusia, los católicos son poquísimos.

Si miramos hacia el sur, hay una zona inmensa sin católicos sólo interrumpida por una mínima ciudad donde hay una decena de familias fieles, luego de la cual hay que andar horas hasta llegar a la primera parroquia, la cual ostenta una cifra pequeña de hijos de Dios.

Hacia el este, si uno avanzase, no se encontrará ningún católico ni en figurita, pues está el implacable Tíbet Chino y, un poco más al sur, el Reino paganísimo de Bhután.

Hacia el oeste, hay una parroquia perdida, aunque creo que está al sudoeste y, salvo ese “islote", no hay nada de Catolicismo hasta que se llega a Nepal, país en el cual hay un solo Obispo, lo cual es índice del bajísimo número de católicos.

Por eso, nuestra zona misional no sólo es la última frontera sino que es una isla, una isla en medio de las inmensidades de la paganía idolátrica. En los papeles pertenece a una diócesis, pero es una pertenencia cuasi-teórica. En la práctica, es tierra de nadie. Es tan tierra de nadie que la nuestra es la zona específica sobre la que se montó el mito del Yeti, el abominable hombre de las nieves, bestia que nunca existió pero que es lo suficientemente evocativa para darse una idea de lo remoto del lugar.

La zona exacta del Yeti, según los carteles del camino, está dos horas al norte de nuestra base misional. Es una zona tan restringida que nadie puede entrar más de un 24 horas. Y, como no nos podemos bilocar y aun no tenemos vehículo, no podemos ir allí sino esporádicamente.

Nos fuimos un poco del tema, pero no vino mal ya que las líneas escritas nos sirven para hacer lo que el Capitán de Loyola llamaba, la “composición de lugar".

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16.01.17

La misión de los Pariahs (I): ¡¡Amén!!

I.-

Cuando llegué en mayo a la Meseta Tibetana, me quedé impactado por la situación de miseria espantosa en la que vivía (y vive) un grupo de almas llamados Dunkas. Ese es el nombre que tienen, pero nos parece más descriptivo llamarlos simplemente “Pariahs“. Si este nombre no les corresponde de derecho, al menos les corresponde de hecho.

No lejos de aquí, durante miles o cientos de años, hubo un sector de la población llamado “pariahs", que eran los sin-casta, esto es, personas condenadas a la más espantosa miseria por la sola razón de haber sido clasificados así por un sistema tan pagano como perverso. Hace unas décadas, en los papeles, se abolieron las castas, mas, de facto, este sistema odioso e injustísimo sigue vigente. Es una sinrazón que sigue de hecho, más allá de las denominaciones. Y sigue vigente por una razón muy simple: el sistema de castas es el pilar de aquella religión falsa (¡falsísima!) llamada Hinduísmo. Así, lo afirma uno de los titanes de la Causa Misional, el Beato Paolo Manna, quien en su, ya clásico, libro “La conversión del mundo pagano” (que tanto  nos complace citar) afirma tajantemente que “las castas son el pivot del hinduísmo” (Beato Paolo Manna, The conversión of the pagan world, Society for the propagation of the faith, Boston 1921, 35, t.n.).

 

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11.01.17

Lo "eclesialmente correcto"

Dedicado al Padre Leonardo Castellani 

A menudo hoy, incluso en muy altas esferas, “lo eclesialmente correcto” es anticatólico.
Ahora bien, cualquier tipo de adhesión que se preste en estos casos, no solo no es virtuosa -aunque parezca humildad u obediencia- sino una vil actitud llamada servilismo, vicio este al que en la Cristiandad se le tenía asco.

Ante la dictadura progresista de lo “eclesialmente correcto”, la actitud no puede ser la del silencio sistemático ni la actitud “trepadora” ni la timidez de los cobardes y mucho menos la aprobación cómplice o el disimulo obsecuente de la Verdad. La actitud debe ser la del combate parresíaco, lo que implica vivir con radicalidad el divino mandato del “sí, sí; no, no” evangélico. La parresía exige la predicación corajuda y feliz de la Verdad absoluta ante los que, sin salir de las instituciones eclesiales, quieren entrar en componendas con el mundo.

La parresía es necesaria y es un deber. Haya sido cual haya sido su intención -la cual sólo Dios juzga-, el Papa Francisco en esto fue muy claro, como se ve en el mensaje del 6 de octubre del 2014, a los Cardenales, en el que el Santo Padre los exhortaba con estas palabras:

“hay que decir todo lo que en el Señor se siente que se debe decir: sin respeto humano, sin temor (…). Por ello les pido, por favor (…) hablar con parresía (…)".

No nos referimos, valga aclararlo, a una promoción del sentimentalismo ni de la locuacidad verborrágica y mucho menos a un dar lugar a pretextos para la heterodoxia.

En efecto, “hay que decir todo lo que en el Señor se siente que se debe decir". Ahora bien, este sentir se entiende según la acepción usada por San Ignacio en el libro de los Ejercicios, suponiendo, por tanto, un recto discernimiento a la luz de la Fe Católica.

La parresía siempre levantará polvareda ya que implica imitar a Cristo en Su ser “signo de contradicción". La parresía asusta a los tibios, inquieta a los mediocres, calma a los justos, alegra a los Héroes, indigna a los fariseos, incomoda a los mercaderes del templo y, a la vez, es capaz de convertir multitudes, como se ve en la vida de tantos Santos, que predicaban llenos del fuego del Espíritu Santo, sin temor al “que dirán", sin prudencias carnales o humanas, sin acomodarse al siglo, sin ceder ante las “modas culturales", sin omisiones culpables, sin silencios cómplices, sin usar eufemismos y sin disimular un ápice su más decidida y apasionada adhesión a la única Fe Verdadera.

Los predicadores parresíacos son admirados después de muertos, mas en vida son perseguidos, aunque no por todos sino generalmente solo por un haz de enemigos, tantos externos como internos. Sin embargo, los peores enemigos son los internos -incluso los que tengan buena intención y buena doctrina, sean purpurados o pretendan la vera prudencia-, pues estaban llamados a la lealtad y a la camaradería militante, a entusiasmar al compañero y alentarlo y no a ponerle trabas infundadas en sus trabajos y, mucho menos, a difamarlo, calumniarlo, marginarlo, desterrarlo, expulsarlo o traicionarlo.

¿Cuáles son las consecuencias de la parresía? Vistas humanamente, pueden ser muy serias y a ellas debe prepararse todo aquel que aspire al heroísmo misional: trabajos, humillaciones, afrentas, tormentos, dolores, persecuciones, incomprensiones, contrariedades, oprobios, menosprecios, vituperios, calumnias, muerte… Agreguemos otros: aislamientos forzados, destrucción de las propias obras, horfandad de sus hijos espirituales -quizás escandalizados por los perseguidores-, suspensiones, remoción de las licencias, expulsiones, excomuniones, prisiones y azotes.

Finalicemos estas notas, recordando una verdad referida por un hagiógrafo de San Pablo de la Cruz: “las obras de Dios siempre se vieron combatidas para mayor esplendor de la divina magnificencia”. Por eso, esta persecución debe ser recibida por el Apóstol como una inmensa gracia. Más aún, en el fondo, la misión parresíaca es la misión anclada en las bienaventuranzas -paradigma de la acción donal y virtuosa-, especialmente en la octava, que, sin quedar manchada por la apelación que a ella hacen los hipócritas, es la cifra y cumbre de todas y que es, junto con la primera, lo que más hace fecundo al apostolado. Tengamos, entonces, siempre en el corazón grabada a fuego la letra y sobre todo el espíritu de la máxima bienaventuranza jamás proferida:

¡Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia porque de ellos es el Reino de los Cielos!“.

¡Dios nos alcance la gracia de la parresía!

Padre Federico, S.E.

Misionero en Extremo Oriente

(14-1-15, Taichung, Taiwán)

PD: si algún lector me quiere ayudar de modo habitual con la inserción de imágenes en las entradas (y/o otros quehaceres virtuales como ser pegar el link en facebook o armar un Twitter) , es bienvenido. Pido esta ayuda ya que desde estos himaláyicos lares y de esta carencia de medios en la que me encuentro, se hace difícil trabajar con imágenes. Muchas gracias. PF.