Misión en el Tibet.(continuación)
Misa “ad orientem” en el Himalaya oriental
Como les comentaba a mis lectores en uno de mis últimos posts, me encuentro visitando a mi gran amigo, el P. Federico, misionero en la meseta tibetana, en pleno Himalaya oriental.
Para mí todo es nuevo: desde la gente que no come carne de vaca (“gay-mazú”, es decir, carne sagrada) hasta la no utilización de las duchas, sino una especie de jarrita con la que se echan el agua encima al momento de tomar un baño.
En esta época del año, aquí, con una vista privilegiada del famoso monte Kanchendzonga, de 8500 metros, hace frío durante las mañanas y las noches, pero durante el día el clima es bastante apacible; no nieva, pero sí se ven las montañas nevadas a unos cuantos kilómetros.
La gente es sencilla; más bien sencillísima y muy buena. No hay persecución cruenta a los cristianos en esta zona y, hasta donde ví, todos lo reciben a uno con gran amabilidad. Puntualmente estamos (“aramos, dijo el mosquito…”) intentando evangelizar desde cero a esta gente que, en su mayoría es budista, con un porcentaje mínimo (¿0,5%?) de “protestantes” (y lo coloco así, entre comillas, porque el protestantismo de esta gente es cien veces más más católico que el catolicismo de muchos de los europeos o hispano-americanos) y otros hinduistas.
Lo impactante es que la mayoría jamás escuchó de Nuestro Señor Jesucristo. No es que lo hayan hecho y rechazaron Su doctrina, sino que jamás tuvieron la posibilidad de rechazarlo, pues nunca nadie se los predicó…
El P. Federico hace una labor de primera evangelización; digamos más bien que es una plantatio ecclesiae; me explico: pidió permiso al obispo indio más cercano al Tíbet y a Bután (pues allí no hay obispos ni curas) para poder predicar en las aldeas donde no hay católicos. Es decir: su única condición para venir por estos lares era que no existiesen católicos por aquí.
¿Cómo predica? Sencillo: va casa por casa y se presenta en inglés (aquí se habla nepalí y una antigua lengua llamada “rong”) explicando que viene a predicar al Dios vivo, al Dios que salva, que perdona, que ama y que premia a buenos y castiga a malos y que murió por nosotros en la cruz… Nada más ni nada menos; no creó una ONG, no hace sincretismo, predica a Jesucristo con el método evangélico: “sí, sí, no, no”. Si en la casa en la que entra es bien recibido (va siempre con un intérprete por las dudas que no hablen inglés), entra y explica la Fe católica de modo sencillo y, cuando no lo reciben, simplemente se retira recordando lo que dice Nuestro Señor: “si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6,11).
Pues bien; hoy quería contar nomás una de las tantas anécdotas que vengo viviendo en estos días.
Una de mis funciones durante este tiempo de “vacaciones misionales” es enseñar música. Sí; puntualmente canto y órgano (un instrumento que casi nadie conoce por aquí), así que comenzamos con un alumnito llamado Ássis, un niño híper despierto, obediente y dócil que rápidamente empezó a hacer uso de este hermoso instrumento para uso litúrgico. Está fascinado. La idea es enseñarle puntualmente la llamada Missa de Angelis, esa hermosa y tradicional composición que la Iglesia canta tanto para la Misa de los santos ángeles como en diversas oportunidades litúrgicas.
Al conversar con los primeros paganos y “protestantes” que querían participar de la Misa les hablamos de lo que significaba el Santo Sacrificio del altar (háganse una idea de que no sabían lo que era la Misa…) y les dijimos que había algunas cosas a conversar: en primer lugar, la lengua a utilizar y la disposición del “altar” (por ahora, una simple mesa adornada con ornamentos que trajimos desde nuestro viaje por hispanoamérica).
Les dijimos que la Iglesia, por ser católica, es decir “universal”, tenía una lengua universal; lengua que ahora no se usa para hablar pero que sí debería usarse para rezar según los papas (ojo: antes les explicamos qué era eso de “el Papa”, pues aquí hay muchos ídolos y muchos dioses falsos; les resumimos lo de Castellani: “existen entre nosotros fulanos que piensan es devoción al Sumo Pontificado decir que el Papa (…) en cualquier tiempo ‘es un santo y un sabio’… aunque no sepan un comino de su persona. Eso es fetichismo africano, es mentir sencillamente a veces, es ridículo; y nos vuelve la irrisión de los infieles”[1]; y lo entendieron perfectamente…). Les preguntamos y respondieron que, para ellos, lo mejor sería usar esa lengua de la Iglesia, pues estaban deseosos de ser “católicos”, es decir, “universales” y así se sentirían mejor y en mayor unión con todos los católicos del mundo. Esta predicación me tocó hacerla a mí, en inglés, con un joven traductor al nepalí. “¡Tomá mate!”, como decimos en Argentina cuando nos asombramos de algo.
En segundo lugar, la disposición del altar; esto le tocó al P. Federico. Les dijo que, en algunas iglesias católicas fuera de esta aldea remota, quizás ellos verían algún día que el cura mira a los fieles todo el tiempo, pero que, en realidad, el Sacrificio se está haciendo a Dios, y no a los hombres, por lo que les preguntó qué opinaban ellos: si el cura debía mirar como ellos hacia el crucifijo que colgamos en la pared o si debía mirarlos a ellos. Había allí una veintena de neófitos. Yo estaba allí, mirando y escuchando como un niño; al terminar el P. Federico de explicar y preguntar qué preferirían, todos, al unísono, dijeron: “¡mirando todos a Cristo”! ¡Me quedé helado! Era una prueba clarísima de que, esta gente sencilla y cuasi analfabeta, comprende mucho mejor que varios doctorcitos y teologuillos de renombre lo que implica el Santo Sacrificio de la Misa ¡Misa ad orientem en el Himalaya, por aclamación popular! ¡Si el cardenal Sarah lo supiera…!
A veces el pueblo tiene razón… Es, por ahora, el sensus infidelium, ¡jé!
Todo aquí es aventura; todo es un enorme misterio. ¡Cuántos misioneros harían falta!
Corto con esta crónica y la seguimos más adelante.
¡Cristo vence!
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
PS: por pedido de las autoridades locales, lamentablemente para nuestro pesar, las a-católicas autoridades civiles locales, no nos permiten el uso de la sotana.
[1] Castellani, L. Las Parábolas de Cristo. pp. 130-131.