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17.04.17

Ante la persecución de los Lamas (I): una Pascua de Frontera

Ante la persecución de los Lamas (I): una Pascua de Frontera

I.

Escribo estas líneas rápido…

El Domingo de Ramos, la Iglesia entra en la Semana Santa. En la Meseta Tibetana, pasó lo mismo. El Domingo de Pasión, nuestra Misión entró en la Pasión.

No estamos empleando ningún juego literario ni haciendo ninguna metáfora. El Domingo de Pasión, la Superiora Provincial de la Congregación que atiende la Escuelita de la Misión, me mandó este áspero y lacónico mensaje por whatsapp: “El Gobierno lo está buscando a Ud. Alguien reportó que Ud está predicando el Cristianismo”. Fue un golpe tremendo. El mensaje lo recibí mientras estaba de paso por Europa, adonde había ido para recibir instrucciones episcopales.

La Hermana no me dio más aclaraciones. ¿Qué significaba que el Gobierno me está buscando? ¿Acaso hay una orden de captura contra mí? ¿O es algo menor? ¿Me apresará la policía en el aeropuerto? Mi Semana Santa transcurrió en ese clima, o climax, de persecución real. Algunos amigos me advirtieron que probablemente no me convenía ni siquiera tomarme el avión. No temía por mí, pero no quería poner en riesgo a las Hermanas o la Iglesia Naciente. No sabía que hacer. Pedí consejo y básicamente todos se ubicaron en la misma línea: “sacudirme el polvo de las sandalias, encomendarlos a su suerte e irme”.

La situación era seria ya que hace un par de meses, los monjes tibetanos y algunos intendentes budistas hicieron un motín contra la autoridad política exigiéndoles que me expulsen de la zona misional. ¿Y por qué me querían expulsar? Ellos lo dijeron sin disimulo: porque predico a Cristo.

Además, antes del dicho mensaje, la misma Hermana me había mandado otro diciéndome lo siguiente: “es muy riesgoso que Ud vuelva a la Misión. Hable con el Obispo”.

Hay un hecho más que muestra lo serio del asunto: a las Hermanas, que son nativas, las amenazaron con meterlas presas por un pretexto administrativo.

Hablé con el Obispo y le pareció ideal que deje la Misión, al menos por un tiempo. Ni bien me dijo eso, empecé a imaginar otros enclaves paganísimos a donde ir…

 

II.

Al final, hice una llamada a una autoridad política clave. Es un protestante que me da cierto apoyo. Me dijo que podía volver y eso me bastó para volver a la Misión. Lo que más me urgía eran los recién convertidos. Ellos son como bebés en la fe. Ellos me estaban esperando y mandándome mensajes preguntándome: “Padre, ¿cuándo vuelve?”. Me regocijé en la persecución, tomé un avión y llegué al aeropuerto. Me preparé para la guerra… y no pasó nada. Compré unos chocolates y unos juguetes para regalar a los niños, me tomé otro avión y subí a un taxi que viajó unas ocho horas hasta la misión.

El viaje en taxi fue terrible ya que en el medio del trayecto había un puesto de control, donde era posible que me arresten. Me encomendé a la Virgen rezando el santísimo Rosario. Me preparé para dar testimonio de Cristo ante la policía. Me reporté, presenté mis papeles… y no pasó nada. Alabado sea Dios.

Llegue a la Misión. A todo esto, hay que decir que al Obispo le pareció bien que me vaya del país al menos por un tiempo. Le pedí permiso para despedirme de la gente. Llegué a la misión, a decir adiós. Adiós por un tiempo, al menos. Hay que obedecer a la Jerarquía.

 

 

III.

Llegué a la Misión y me recibió la autoridad local. En confianza, lo llamamos Nima. En realidad,  sólo yo lo llamo Nima. Los demás lo tratan con grande reverencia. Es el protestante que por teléfono me había dicho que no había problema.

Le dije que la Misión no ofrece seguridades y que las mismas religiosas fueron amenazadas de ir presas. Me respondió diciendo que no había problemas mayores. Le dije que si quería que yo siga en la Misión, él y los intendentes budistas y el jefe de los monjes budistas deben firmar una carta pidiendo que me quede.

Lo cierto es que los intendentes y los monjes budistas son los que lanzaron la persecución, especialmente uno de ellos, llamado D.T., que es hermano de Nima y está casado con una especie de bruja tibetana, que es la peor de todo el grupo. La bruja parece ser la principal fautora de estas oscuras maniobras. Tomen nota los que que creen que el Budismo Tibetano es pacifismo, tolerancia, sahumerios y ocho cuartos.

El Domingo de Pascua, Nima me dio el borrador de la carta y me pidió a mí que la corrija y la pase en limpio en la computadora. Aproveché y escribí una carta triunfalista a favor de la Misión. En la carta me doy el lujo de comenzar invocando a la divina Providencia.

Hoy se la mostré a Nima. Me la aprobó con gusto. Mañana o pasado, o en estos días, Nima le va a pedir a los intendentes que firmen la definitoria epístola. Si la firman, será un milagro y la Misión seguirá. Y el Obispo, y con él todos, quedarán boquiabiertos. Será la “epístola pascual”…

Recen por favor para que esos esclavos del Budismo Tibetano firmen la carta y la Misión siga en pie. Si no firman la carta y me quedo en la Misión, los monjes budistas harán lo posible para meter presas a las hermanas o urdirán otras ardides para exterminar la Misión naciente. Si no firman la carta, me esperan otros lares misionales. Dios sabe.

En el medio de toda esta novela de película, nuestra naciente y diminuta Comunidad progresa admirablemente en la vida espiritual. Ellos participaron, por primera vez en sus vidas, del Triduo Pascual. Fue su Primer Pascua. Una Pascua muy especial. Una Pascua en la Frontera. Una Pascua de Frontera.

¡Viva Dios!

¡Muera el Budismo!

 

Padre Federico, S.E.

Misionero en la Meseta Tibetana,

Lunes de la Octava de Pascua 17-4-17

4.04.17

Jesús Sacramentado, entre niños y Pariahs

I.-

En pasadas crónicas, hicimos alguna referencia a la acción de los poderes de las tinieblas en el Himalaya. En estas líneas, diremos también una palabra sobre la contracara de esta tremenda lucha espiritual, que a diario se experimenta en los confines del orbe infiel.

En el extremo opuesto de la acción abisal, está el suaviter et fortiter del obrar del Dios Omnipotente que, por nuestra salud, se encarnó y murió en Cruz. La acción divinal es esencialmente inabarcable e incomprehensible, pero algo de ella nos es manifiesto, como ser los hechos que motivan esta crónica y que podemos bautizar con la expresión “Teofanía eucarística sobre los pequeños”.

 

II.-

Mas, ¿de qué divina manifestación hablamos? Contémoslo en dos líneas.

Todos los días, aunque no hace tanto, luego de la Santa Misa de las seis y media de la mañana, exponemos el Santísimo Sacramento (que luego de la sacra hora es consumido pues la canónica burocracia aun nos deniega permiso de reservar al Dios vivo en el sagrado Tabernáculo).

Esa hora de contemplación del Dios hecho pábulo entre las supremas cordilleras, no sólo nos da fuerzas para la jornada misional sino que, cual epílogo de la Misa, constituye el vero foco de la vida pues la contemplación prima sobre la acción, mal que les pese a los cantores de aquella herejía llamada activismo. Nada, ni siquiera la mismísima actividad apostólica es más importante que la divina contemplación, la cual, a su vez, cuando es desbordante, llama a ser transmitida, todo lo cual ubica al alma en la plenitud de la vida cristiana tal como puede ser alcanzada in hoc lacrimarum valle.

III.-

Mas, en el territorio de nuestra base misional, el divino Redentor presente bajo el accidental velo de las especies, no sólo regocija a los que tratamos de ser apóstoles, sino a niños de la escuelita católica y a los pariahs que, con puntual tesón, martillan la roca junto a nuestra improvisada capilla.

Al promediar la hora adoratriz, salimos afuera, saludamos a los desdeñados aces del martillo y ellos, con gozo feliz, entran ante la sagrada presencia del Altísimo, imitándonos al intentar las primeras genuflexiones de sus vidas. Conscientes de la imponente sobrenaturalidad de la sacramental epifanía, guardan monacal silencio, ostentan humildísima pose y, con religioso ademán, arrodillados, quedan fascinados por el fulgor de la custodia habitada por el Redentor y reciben con inocultable paz la bendición del Dios oculto bajo las apariencias del pan.

Mientras tanto, varios niños, de edades diversas, luego de haberse metido varias veces a espiar al Señor y a Sus adoradores, se aquietan y reciben la Bendición Eucarística, solemnizada por el brillo de los primeros rayos del sol y por el tintineo de una campana que, con gozo, uno de ellos porta. Entre los dinámicos párbulos, hay una niña que se destaca por su perfecta y delicada piedad externa. Es la hija de un pariah. Ella se regocija de estar junto al Señor. Sólo ella y Dios saben que pasa entre ellos dos, pero algo sucede.

Al comienzo de estas líneas hablamos de lucha y no exageramos. No es algo sólo teórico. Es también algo muy tangible. En breve, el dueño de la tierra de la escuela, dada en préstamo a las Hermanas, es un budista envenenado.

Él, temeroso de que estas tierras abjuren del panzón Buda para pasar a estar bajo el visible patrocinio del Salvador, con vehemencia protestó ante el Gobernador, diciendo que el ofreció el terreno para la escolarización de los niños y no para la plegaria de los pariahs.

¡Que Dios lo humille y convierta!

 

Desde los campamentos del Dios vivo,

 

Padre Federico, S.E.

Misionero en la Meseta Tibetana

17/III/17, Fiesta de San Patricio,

Impar apóstol de infieles

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30.03.17

28.03.17

De la apologética del Tulku

I.-

 

Ya hablamos de él en dos crónicas: Magia negra budista y La posesa y los lamas.

Nos referimos al Lama de la aldea de Laptschakha, cuyo nombre olvidamos por descuido. Tan increíble personaje que inesperadamente nos topamos en las encrucijadas de las expediciones misionales por las más remotas aldeas himaláyicas, nos ofrece bastante materia para las misionales crónicas. Es que él sintetiza y encarna muchas de las características típicas del, tan idealizado y estilizado en Occidente, Budismo Tibetano, esto es, irracionalidad, ateísmo explícito, idolatría de dioses de aspecto diabólico, culto tenebroso, tradicionalismo nacionalista que no halla otro sustento más que el deseo de custodiar la tradición, vegetarianismo, recelo ante la difícil “competencia” del Cristianismo, reencarnacionismo kármico, magia negra, lamaísmo y, al fin, un cierto agnosticismo unido a una inconfesada y patente tristeza monotemática y aburrida.

 

II.-

Dígamos algo de la vida de este hombre. Budista de sangre, tuvo la gracia de ser educado en colegio salesiano por buenos misioneros italianos que le predicaron la Verdad Crucificada. Su mejor amigo, o uno de los mejores, se bautizó de muchacho, y él estuvo a punto, pero, al fin, se abstuvo de convertirse al Dios vero.

Gracias al prestigio y nivel de la católica educación, se licenció y ejerció la ingeniería en una empresa importante, pero lo dejó todo, familia y trabajo, cuando un lama de tres años de edad -tenido por profeta reencarnado- le dijo que él, ingeniero y padre de familia, era, en realidad, un tulku, esto es, la reencarnación de un viejo lama del pasado que había vivido en la ignota aldea de Laptschakha.

El ingeniero, dócil a las directivas del infantil pseudo-profeta elevado a rango de gurú por la jerarquía del budismo tibetano, dejó su vida civil y a su querida esposa, para mudarse a la dicha aldea y dedicarse a vivir como lama “reencarnado” entregado ad vitam y full-time al culto de los ídolos.

 

III.-

 

Ostentando calavera ritual y una muñeca de una sola pierna que, cree, somete a los enemigos del Budismo, no esperó momento para comenzar a imprecar al sagrado Cristianismo. Nos decía que los cristianos no podemos demostrar la existencia del Paraíso, pues, afirmaba, nadie volvió del Cielo. Pero, expresaba, él mismo, por su carácter de tulku (=gurú reencarnado), es prueba viviente de la autenticidad de los predicados budistas pues él volvió a la Tierra después de haber muerto cientos de años atrás. Él mismo se auto-presenta como suficiente argumento apologético que demostraría, casi apodícticamente, la veracidad de la Religión Budista. Y esto sólo, decía, basta para ubicar al Budismo en una situación de superioridad frente al Cristianismo, que carecería, para él, de testimonios que acrediten la existencia de las Postrimerías por la Iglesia predicadas.

Nuestra respuesta, al respecto, no se hizo esperar. Le presentamos un elenco de las probadas manifestaciones de los Santos, y no-Santos, que se manifestaron desde el Cielo, el Purgatorio y el Infierno, respectivamente, entre quienes se halla el mismo Don Bosco, a quien él conocía por su condición de ex-alumno salesiano, quien, como se sabe, hizo un pacto con un sacerdote amigo según el cual el primero en llegar al Cielo debía avisarle al otro una vez obtenida la gloria. San Juan Bosco, recuerda, quedó espantado al ver a su cohermano saludarlo desde los esplendores de la gloria celestial. Tal fue el susto que, desde entonces, prohibió a sus hijos espirituales hacer un pacto semejante.

El lama me oyó y quedó mudo sin respuesta. Por momentos, en nuestro diálogo de horas que tuvo lugar durante dos días, se mostró atraído por Dios y hasta amante de Cristo y, hasta cierto punto, dispuesto a convertirse en caso de convencerse de la veracidad de nuestra divina Religión.

En línea con estos destellos de la gracia de su entenebrecida alma, el lama me dió permiso de que trate de buscar a un exorcista para liberar a la pobre muchacha posesa de la que hablamos en una de las crónicas de marras.

Llamativamente, nos oyó con suma atención, admitiendo tácitamente la posible veracidad de nuestro aserto, cuando le explicamos que la pobre kioskera no es ninguna encarnación de ninguna consorte de ningún lama de antaño, sino una simple endemonianada que cumple con todos los signos de las posesiones más emblemáticas del género humano.

El monje pagano ya nos dió permiso. Ahora hace falta la venia del Ordinario, la cual será mucho más difícil.

Que Dios nos dé la gracia de crecer en nuestra formación apologética para desenmascarar el error doquiera esté.

 

Padre Federico, S.E.

Misionero en la Meseta Tibetana,

17/III/17

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