Reflexiones sueltas sobre la Santidad
Reflexiones sueltas sobre la Santidad
(Publicadas en Highton, F., Esbozo de Aforismos, Parresía, Buenos Aires, 2017)
La vida vale la pena vivirla cuando no se la considera lo más importante.
La vida del Santo es sobrehumana; la del pecador, infrahumana. O demoníaca.
El coloquio con las creaturas debe fundarse en el coloquio con el Creador.
La principal causa de la verborragia es no hablar con Dios.
A quien descubrió al Creador, nada le parece el creado.
Aquel cuya vida es típica, no está siguiendo el plan que Dios tiene para él ya que como el Paráclito no se repite, los Santos tampoco.
Dios no es comunista, por eso nos hizo a todos distintos.
Lo que más necesita la Iglesia es un testimonio inequívocamente corajudo, un testimonio puro y total, sin ninguna negociación, un testimonio radical, absoluto, martirial.
Quien no se atreva a intentar lo imposible cuando entienda que Dios se lo pide, no puede ser reputado un aspirante serio a la santidad. Como mucho será un habitué de la religiosidad estandarizada.
Conservar la existencia tiene sentido cuando al lado de buscar la Santidad, seguir viviendo no tiene importancia.
Quien ame la aventura, sepa que la Santidad vera es la máxima. Al lado de ésta, las demás son entretenimientos que agobian el corazón.
Así como la erudición no hace sabios, la mera acumulación de devociones externas no hace santos.
Quienes ya alcanzaron la Santidad, creen que ni siquiera tienden seriamente hacia ella.
La Santidad es consustancial a un sagrado belicismo.
Donde no hay parresía, no hay santidad.
Todos los Santos sabían que el buen ejemplo no basta sino que urge proclamar la Fe, oportuna e inoportunamente, aunque a los “católicos de negocios” les resulte poco lucrativo.
El ansia humana de extremismo no se sacia en la adhesión intelectual a tesis radicales y veras sino en tender a amar a Dios del modo más absoluto.
Uno de los fenómenos eclesiales más repugnantes de nuestra era es el de los beatos que por principio quieren convertir a los demás con un mero ejemplo silencioso, haciendo caso omiso de Mt XXVIII, 19. Mas los demás tienen todo el derecho a sentirse estafados por estos nuevos Pilatos, que suelen estar listos para hablar de todo menos de nuestro divino Salvador.
La mentira más absurda es el pecado. ¿Cómo nos dejamos, entonces, engañar tantas veces al día?
En la vida espiritual, no hay que ir tirando sino arrasando.
¿Por qué en vez de tomar la Santidad por asalto, andamos tirando en la vida espiritual? Porque preferimos el calorcito del estiércol en el que nos revolcamos antes que el viento helado del Calvario.
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