Ha transcurrido la jornada. En el atardecer –con un margen amplio de tiempo- la Iglesia reza Vísperas. ¿La Iglesia? Sí, tú y yo, y muchas comunidades de religiosos, de sacerdotes, de seglares. Te toca a ti también sumarte a esa Oración de todos. Que sí, tú también, y deja de justificarte pensando que Vísperas y la Liturgia de las Horas es algo clerical, porque no lo es, ¡es eclesial!
Las Vísperas serenan el alma a la caída de la tarde. Cantamos a Cristo, Sol que no conoce el ocaso; hacemos memoria de su resurrección –y de las apariciones al atardecer-; miramos al cielo con deseos de eternidad; damos gracias por la jornada y la ofrecemos entera para gloria del Padre.
Primero hay que apaciguarse, recogerse, para orar con la liturgia y que lo que pronuncia la boca concuerde con la mente.
Luego comenzamos invocando la gracia de Dios, porque su gracia nos hará recitar digna, atenta, devotamente, esta Hora de Vísperas: “Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme”. Es petición de gracia.
El himno da el colorido, la tonalidad a la Hora litúrgica. También, en los tiempos fuertes, en vez de hacer referencia a la hora, al atardecer, se enmarca en los contenidos generales del tiempo litúrgico… y realmente servirían igual en Laudes que en Vísperas en este caso.
Con la salmodia, hemos de prestar atención. Cristo canta en cada salmo. Hemos de reconocer en cada salmo la voz de Cristo cantando al Padre… o la voz de la Iglesia Esposa cantándole a Cristo, su Cabeza y Esposo. No soy tanto “yo” el que canta el salmo, cuanto que Cristo lo canta por mi voz al Padre. ¡Fíjate, hazlo así, y hallarás más sabor a los salmos!
Los dos primeros salmos (o un salmo más extenso dividido en dos partes) mantienen un tono sapiencial, son suaves, meditativos, confiados, muy acordes con la paz y el recogimiento del final de la jornada.
El tercer salmo es un cántico del NT, que sin ser estrictamente un salmo, sigue la estructura orante de los salmos y que los hallamos en las cartas paulinas, en la carta de San Pedro y en el Apocalipsis. Son las alabanzas que la primitiva Iglesia compuso para alabar a Dios por la redención de Cristo.
Como ya, con el cántico, hemos pasado al NT, la lectura breve deberá seguir siendo del NT y no retroceder al AT. Es un pensamiento, una idea, una nota espiritual, para ser acogida en el silencio orante. La Palabra de Dios sigue resonando viva y eficaz para nosotros.
El evangelio propio de Vísperas es el Magnificat. Es su cántico evangélico. Nos ponemos de pie, nos signamos con la cruz… otorgándole la importancia debida. Con la Virgen María, glorificamos al Señor; con los sentimientos y el corazón de la Virgen María, proclamamos la gloria del Señor. Una vez más, cada día, hemos visto la acción de Dios y su misericordia y cómo nos ha mirado con amor. ¡Su fidelidad es eterna e inquebrantable! Un día más lo hemos podido comprobar.
Las preces de Vísperas son distintas de las de Laudes; si éstas son de santificación y consagración de la jornada, las preces de Vísperas son de intercesión por los demás, por la salvación de los demás y sus necesidades. Se pueden añadir otras peticiones además de las del formulario del día, pero la última petición siempre será por los fieles difuntos, por las almas del purgatorio.
Las preces prosiguen con la oración dominical, el Padrenuestro. Si tres veces al día se determinó rezar el Padrenuestro en la Iglesia, ahora es la tercera vez, después de rezarlo en Laudes y en la Misa. El Padrenuestro es la oración de los hijos adoptivos de Dios. El Padrenuestro es el gran salmo cristiano. El Padrenuestro es el compendio del Evangelio.
Termina la oración litúrgica de Vísperas con una oración conclusiva que alude al momento final de la jornada, a la acción de gracias, etc., excepto en los tiempos fuertes y domingos de tiempo ordinario que la oración final es la misma oración colecta del día.
Quien se acostumbra a orar cada día con la Liturgia de las Horas, va adquiriendo familiaridad con la sagrada Escritura, se acostumbra a orar con textos litúrgicos, dilata su corazón a la medida de la Iglesia entera. ¡Es un gran bien!
De verdad, necesitamos mucha más liturgia en nuestra vida espiritual; es muy conveniente que la liturgia de la Iglesia marque nuestro espíritu más que las devociones de aquí y de allá o los gustos de unos y de otros. ¿Te decides? ¿Te lanzas a ello? ¿Harás de Laudes y Vísperas el eje de tu jornada ante el Señor? ¿Te animarás a dar un paso más en tu vida interior? ¡¡Seguro que lo agradecerás más adelante!!
No, no va dirigido este artículo a los sacerdotes y religiosos. ¿Por qué piensas que rezar Laudes es cosa de sacerdotes y de consagrados nada más? ¡No! ¡Error! Es oración de la Iglesia y la Iglesia la entrega a todos los bautizados. Algunos tienen la misión-obligación de garantizar que se rece siempre (sacerdotes y religiosos) pero no es una oración clerical: ¡también es para ti!
¿Acaso los fieles seglares se tienen que conformar con migajas espirituales, un libro de algún pseudo-teólogo de moda releyendo el Evangelio a su modo? ¿O conformarse con dos oraciones vocales y pensar que ya es suficiente? ¿Acaso la liturgia no es vida espiritual para todos? ¡Pues rezar Laudes es cosa de todos!
Otra excusa muy difundida: ¡es que es muy complicado manejar el libro, el Diurnal! Vale, de acuerdo. Pero hoy puedes rezar Laudes cada mañana en páginas webs que te la ofrecen, como http://www.eltestigofiel.org/?idu=lt_liturgia y con la edición argentina: http://liturgia.mrobot.eu/ . También hay aplicaciones que se descargan fácilmente. Te lo dan hecho. No hay que pasar páginas ni buscar nada. ¡Un problema resuelto!
¿Qué son las Laudes? (En castellano es palabra femenina: las Laudes… no se dice: “Los Laudes"). La oración de la mañana que entona la Iglesia. Alaba a Dios, le bendice por el nuevo día y hace memoria de la resurrección del Señor, aquella bendita mañana de Pascua; también santifica toda la jornada, la consagra al Señor y hace el ofrecimiento de obras: ¡todo por Ti y para Ti, para tu gloria, Señor!
Vamos a ir paso a paso, y verás cómo todo tiene sentido en Laudes. Comienza por una invocación a Dios mientras nos santiguamos: “Dios mío, ven en mi auxilio. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre y al Hijo…” Pedimos que Dios nos auxilie, es decir, nos dé gracia suficiente para rezar con devoción, con fervor, con sentido interior. ¡Que podamos cantar siempre santamente sus alabanzas!
Después un himno. Suele hacer alusión o a la hora del día, la mañana, una nueva jornada, o al tiempo litúrgico (tonalidad de Adviento o de Navidad o de…).
Un primer salmo, llamado “matutino”, que suele hacer referencia a la mañana, o a un nuevo día, o a entrar en la presencia del Señor. Al principio cuesta orar con los salmos porque nos falta familiaridad con la Escritura. Cuando pasa el tiempo, nos vamos acostumbrando al lenguaje bíblico. También es un aliciente para coger una Biblia e ir estudiando cada salmo con las notas y comentarios. O tomar algún comentario patrístico a los salmos… Hay que pensar, al rezar cada salmo, que Cristo lo reza al Padre y le prestamos nuestra voz… o que la Iglesia-Esposa se lo dirige a Cristo, su Esposo. ¡Le encontraremos mucho más sentido!
Un cántico del AT, que tiene la forma de oración y plegaria, pero que no se encuentra en el libro de los salmos, sino en otros libros del AT.
El tercer salmo es un salmo de alabanza, bendiciendo al Señor en la mañana.
Después una lectura muy breve, apenas unos versículos, del AT o del NT –no del Evangelio, nunca del Evangelio- como un breve pensamiento espiritual que ilumine la jornada que comenzamos. El responsorio es nuestra respuesta a la Palabra de Dios. Vale la pena dejar una pausa de silencio aquí… aunque –no se nos pase por alto- también entre salmo y salmo se puede hacer una pausa de silencio y que el salmo cale en el corazón y lo meditemos brevemente.
Después el cántico evangélico: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel…”, el Benedictus, que entonó Zacarías en el nacimiento de san Juan. Cada día, cada jornada, es un nuevo día de gracia y salvación donde nos visita Cristo, Sol que nace de lo alto. Al rezarlo, confiamos que la salvación de Dios siga avanzando, que su luz destruya toda tiniebla en nuestro mundo.
Las preces, a continuación, son la consagración del día. No intercedemos por los demás ni por el mundo; su tono es más bien el del ofrecimiento de obras al Señor.
El Padrenuestro corona las preces. Ya la Didajé, documento cristiano del siglo I, decía que el Padrenuestro se rezaba tres veces al día; así lo hace hoy la Iglesia: en Laudes, en Vísperas y en la Eucaristía.
Una oración final cierra el conjunto. Esta oración, en el tiempo ordinario, hace alusión al nuevo día que comenzamos; en los tiempos fuertes, sin embargo, es la oración propia del día, la oración colecta de la Misa.
Y después de esto, ¿qué? ¿Seguirás sin rezar Laudes? Cuando rezamos Laudes formamos parte de un coro inmenso, el de toda la Iglesia, que ese día va a rezar así, todos juntos, lo mismo, al Señor. Somos una pequeña partecita de la Iglesia. ¡Vale la pena! Así nuestra oración se hace oración litúrgica, con la Iglesia, modelada por la Iglesia, siendo educados espiritualmente por la Iglesia. ¡Atrévete a ello!
Sacerdote de la diócesis de Córdoba, ordenado el 26 de junio de 1999. Ejerció el ministerio sacerdotal en varias parroquias, en el Centro de Orientación Familiar de Lucena (Córdoba) y como capellán de Monasterios. Ha predicado retiros, tandas anuales de Ejercicios espirituales a seglares, religiosas y Seminarios e impartido diversos cursos de formación litúrgica; asimismo publica artículos en distintas revistas como "Pastoral Litúrgica" y boletines de formación de ANE Y ANFE.
Licenciado en Teología, especialidad liturgia, por la Universidad Eclesiástica San Dámaso (Madrid), es vicario parroquial de Santa Teresa de Córdoba, profesor del I.S.CC.RR. "Victoria Díez", profesor para la formación permanente de religiosas y vida consagrada, y miembro del Equipo diocesano de Liturgia.