El santo Crisma en la Iniciación cristiana (aceite perfumado y consagrado por el Obispo)
Tras el bautismo un óleo diferente al de exorcismo, el óleo el de acción de gracias, era administrado por los presbíteros y a continuación el Obispo crismaba a los neófitos[1]. En los ritos de la iniciación cristiana, el óleo comunicaba el don del Espíritu Santo.
Abundan los testimonios en este sentido. No tardó mucho en unificarse esta doble unción post-bautismal, quedando reservada la Crismación al Obispo para la comunicación del Don del Espíritu, en la misma celebración bautismal o diferida en el tiempo.
Cuando se generalizó casi exclusivamente en Occidente el bautismo de infantes, éstos eran ungidos con Crisma a la espera de que el Obispo confirmase esta unción inicial, otorgándoles el Don del Espíritu Santo; en Oriente, sin embargo, el párvulo es crismado por el sacerdote en el bautismo y recibe también la Eucaristía. Solemne es la unción con el myron; “los Maronitas, por influencia latina, han sido llevados a reservar al obispo el ritual sirio tradicional de la confirmación y si el bautismo es conferido por un simple sacerdote han de pronunciar la fórmula de unción postbautismal con el santo crisma del rito romano. Los otros ritos tienen numerosas unciones (hasta 36 en el caso de los Coptos) en diversas partes del cuerpo del neófito siempre completamente desvestido”[2] con diversas fórmulas e imposición de manos.
En el rito hispano-mozárabe, tras el bautismo se crismaba al neófito en la frente haciendo la señal de la cruz y el Obispo le imponía las manos recitando una plegaria, tanto a los niños como a los adultos; dos oraciones nos han llegado para esta imposición de manos: una para recitar en la Vigilia pascual y otra para el resto de las ocasiones en que se administraba el bautismo[3].
En el rito romano, a partir de los siglos XIII-XIV, se confiere una unción con el crisma en la cabeza del párvulo recién bautizado, y se difiere el sacramento de la Confirmación a un momento posterior (uso de razón, juventud…) a la espera de que sea el Obispo quien lo celebre.
Con la unción con el santo Crisma, la configuración del cristiano con Cristo es plena mediante el Espíritu Santo, y es constituido por el Bautismo en sacerdote, profeta y rey, consagrado a Dios. Remite, así pues, a “la realidad constitutiva del cristiano” junto al subrayado de su “consagración cristológica”[4].
En el sacramento de la Confirmación, el crisma es la materia sacramental. Con esta unción se confiere el don del Espíritu Santo “que renueva en el crismado la experiencia de Pentecostés, según la tradición bíblica y la tradición litúrgica de las iglesias de Oriente y Occidente”, es símbolo del don permanente del Espíritu que es llamado “Sello”, tiene “valencia cristológica” y, finalmente, por ser óleo perfumado, se significa “la misión que el Espíritu asigna de difundir el buen perfume de Cristo”[5].
Actualmente, en el bautismo de niños, la crismación forma parte de “los ritos complementarios: como la crismación, por la que se significan el sacerdocio real del bautizado y su agregación al pueblo de Dios, la vestidura blanca, el cirio encendido y el “effeta” propuesto ad libitum” (RBN 73c). Expresa el carácter impreso en el alma: “El Bautismo, es además, el sacramento por el que los hombres son incorporados a la Iglesia, «integrándose en su construcción para ser morada de Dios, por el Espíritu», «raza elegida, sacerdocio real»; es también vínculo sacramental de la unidad que existe entre todos los que son marcados con él. Este efecto indeleble, [es] expresado por la liturgia latina en la misma celebración con la crismación de los bautizados en presencia del pueblo de Dios” (RBN , n. 4).
Se realiza ungiendo “en la coronilla” a cada niño recién bautizado (RBN, n. 129).
En la Iniciación cristiana de adultos, que normalmente se celebra en la santa Vigilia pascual, se ungen en la coronilla a los niños pero no a los adultos (CE 365), que en su lugar recibirán, llegados al presbiterio, la Crismación sacramental de la Confirmación (CE 367).
El Sacramento de la Confirmación, sin embargo, se administra imponiendo la mano derecha en la cabeza y con el dedo pulgar, empapado en Crisma, traza la señal de la cruz sobre la frente, mientras recita despacio la fórmula sacramental: “N., Recibe por esta señal el Don del Espíritu Santo", a tenor de lo establecido en la Const. Apostólica Divinae consortium naturae: “el sacramento de la Confirmación se confiere mediante la unción del Crisma en la frente, que se hace con la imposición de la mano".
[1] Cf. M. GARRIDO BOÑANO, Curso de liturgia romana, BAC, Madrid 1961, p. 385. En la Traditio, “después de haber sido bautizado un catecúmeno, un sacerdote le unge con óleo que ha sido santificado. Una vez que ha entrado en la iglesia el neófito, el obispo le impone las manos y recita una invocación para impetrar sobre el neófito la gracia, y luego le unge la cabeza con óleo santificado y el da el beso de la paz”, ib., p. 388.
[2] I-H. DALMAIS, Las Liturgias Orientales, Desclée de Brouwer, Bilbao 1991, pp. 86-87.
[3] Cf. G. RAMIS, La iniciación cristiana en la liturgia hispánica, Grafite ediciones, Bilbao 2001, p. 91; J. M. HORMAECHE BASAURI, La pastoral de la iniciación cristiana en la España visigoda, Estudio Teológico de San Ildefonso-Seminario Conciliar, Toledo 1983, pp. 124-125.
[4] F. TRUDU, Le unzioni, RPL 2009 (5), n. 276, p. 36.
[5] F. TRUDU, Le unzioni…, p. 37.
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