Liturgia: Misterio y vida, mucha vida en lo cotidiano
Mirar la liturgia es descubrir en ella la acción misma de Dios. Se necesita una iniciación a la liturgia y una mirada de fe. Entonces se descubre cómo la Palabra es eficaz, más que una sesión didáctica, y que el tejido de los ritos sacramentales, con sus gestos litúrgicos y fórmulas, son intervenciones de Dios.
La liturgia es más un obrar eficaz de Dios que una manifestación del grupo o de la comunidad, o una acción del “nosotros”, una fiesta secular, un acto reivindicativo. La liturgia es el actuar de Dios, y por ello el protagonista es el Señor y no los participantes o los que intervengan.
Con sus cantos y silencios, ritos y acciones, lecturas y plegarias, gestos y elementos santificadores, incienso y ceniza, agua y aceite, pan y vino, etc., es Dios quien santifica y es el Misterio de Cristo que se hace presente. La liturgia es ante todo opus Dei, ¡obra de Dios!
“En la liturgia, en y por la Iglesia, se hacen presentes realmente los misterios de Cristo, que se convierten en misterios de la Iglesia que, a su vez y conforme a su misión más interior, se convierte entonces en cuerpo de Cristo. Y al mismo tiempo, se abre así la puerta para el segundo discurso: comunidad que se realiza en la vida”[1].
¡Qué perspectiva tan sugerente y enriquecedora! Es mirar la liturgia, asistir a ella, cuidarla, descubriendo la presencia de Cristo y sus misterios, siendo un obrar de Dios, un Acontecimiento salvífico. Por eso es sagrada, solemne, espiritual, eleva el alma, tiene su ritmo y es bella en sus ritos. No se presta a cambios, a invenciones humanas, a verbalismo de moniciones, a ritos cambiados o inventados, a ruidosos cantos, a exaltaciones emotivas y sentimentales. No se deja la liturgia acaparar ni manipular. ¡Es el Misterio de Dios entrando en nuestra vida por la liturgia, actuando en nuestra historia hoy!
De ahí proviene una segunda consecuencia: la liturgia incide realmente en nuestra vida. No es un paréntesis, ni un refugio afectivo-emocional o unas prácticas de devoción íntimas; no es una terapia grupal y festiva de amistad humana, o un acto social para reafirmarse. La liturgia, por ser el Misterio presente y actuando, toca la vida, la va transformando.
Hay una relación clara entre la liturgia y la vida cotidiana, llegando a ser esta vida cotidiana, ordinaria, una liturgia existencial, en el mundo, de santidad y glorificación de Dios.
En cada miembro de la Iglesia, la liturgia se prolonga y se realiza en lo cotidiano de su jornada, de su trabajo y de su sufrimiento. Y lo vive y lo realiza cada cual como un miembro escondido y pequeño de la Iglesia, entregándose a Dios en el mundo como una pequeña parte de la Iglesia, feliz con su misión y su aportación a la redención del mundo.
La liturgia prosigue tras las puertas del templo: el Misterio de Cristo se prolonga en la vida de los fieles. ¿O qué fue, sino, la entrega de nuestros mártires?
“La presencia de la muerte de Cristo en el cuerpo de la Iglesia no es solo una cuestión litúrgica y simbólica, sino algo completamente real. Alcanza más allá de las puertas de la Iglesia hasta sus horas más oscuras.
En sus mártires, ella lleva constantemente la muerte del Señor en su cuerpo y en el sufrimiento de los suyos padece de continuo el sufrimiento del Señor. Ese sufrimiento de los suyos es un verdadero sacrificio litúrgico: es continuación de la pasión del Señor. No hay un límite definido entre liturgia y vida, pues la liturgia de la Iglesia se extiende continuamente por encima y más allá de las puertas del edificio de la Iglesia. La Iglesia vive del culto, pero a la inversa puede afirmarse también: donde está el culto, la liturgia, ahí está también la Iglesia entera. Incluso allí donde el sacerdote reza su breviario solo o donde una pequeña comunidad se reúne para celebrar la eucaristía, allí está en verdad la Iglesia entera que, de manera escondida, reza, se sacrifica y ama con ellos”[2].
La Iglesia, así como su liturgia, está presente en cada miembro. La vida cotidiana (trabajo, obligaciones, ocupaciones domésticas, horas de estudio, enfermedades, etc.) es la liturgia vivida y su mayor exponente es la entrega de los mártires, bien lejos del vacío del activista siempre reunido, enredado en Comisiones y Consejos, deliberando y programando. Es la liturgia diaria de la pasión hasta el martirio: la vida hecha liturgia y sacrificio.
Y al revés: donde un solo miembro está orando la Liturgia de las Horas (con su libro o con una app), o en un turno de adoración eucarística, o en plegaria silenciosa ante el Sagrario, o una pequeña comunidad de fieles asiste a Misa, se derraman gracias en todo el Cuerpo místico y está la Iglesia entera.
[1] RATZINGER, J., “Iglesia y liturgia”, en OC VIII/1, p. 130.
[2] Id., pp. 130-131.
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