Los cantos «eucarísticos» son diferentes a los de la comunión (II)
“Cantos eucarísticos”, según los libros litúrgicos, son cantos que tienen como fin la adoración al Señor en el Sacramento, centrados en su Presencia real y sustancial, etc., para la exposición del Santísimo, adoración eucarística y hora santa y procesiones eucarísticas.
Al finalizar la Misa en la Cena del Señor, se entona el Pange lingua “u otro canto eucarístico”[1], y se inicia la procesión hasta el lugar de la reserva, donde se cantará el Tantum ergo “u otro canto eucarístico”[2] al colocar la píxide en el tabernáculo.
Un canto así, “eucarístico”, se puede entonar cuando “congregado el pueblo… el ministro se acerca al altar” para la exponer el Santísimo (RCCE 93) y cuando, antes de la bendición con el Santísimo, de rodillas se inciensa mientras “se canta un himno u otro canto eucarístico” (RCCE 97)[3].
En la adoración al Santísimo, en las Horas santas, etc., hay que dedicar “un tiempo conveniente a la lectura de la palabra de Dios, a los cánticos, a las preces…” (RCCE 89); “durante la exposición, las preces, cantos y lecturas deben organizarse de manera que los fieles atentos a la oración se dediquen a Cristo el Señor… Conviene también que los fieles respondan con cantos a la palabra de Dios” (RCCE 95).
Para que no nos quede duda alguna, basta acudir al capítulo V del RCCE donde se ofrecen “cantos eucarísticos (e himnos)”, tanto en latín como en castellano: Pange lingua (RCCE 177), Sacris solemniis iuncta sint gaudia (RCCE 178), etc., con sus correspondientes versiones castellanas. Señala, además, que “pueden emplearse otros cantos de la Liturgia de las Horas que celebren el misterio pascual de Cristo” (RCCE 191) citando entre ellos Nuestra pascua inmolada, aleluya, Quédate con nosotros, la tarde está cayendo, etc. Y entre las antífonas: Oh sagrado banquete (RCCE 194), Qué bueno es, Señor, tu espíritu (RCCE 195), Salve, Cuerpo verdadero (RCCE 196), entre otras.
Así pues, propiamente “cantos eucarísticos” (distintos entonces del canto procesional de comunión) son aquellos destinados a la exposición del Santísimo y a la bendición eucarística, a la adoración y a las procesiones eucarísticas. No son exclusivos el “Pange lingua” y el “Tantum ergo”[4] a tenor de las rúbricas actuales.
La práctica extendida
Todo esto nos puede ayudar para discernir la calidad, el contenido y la función del canto de comunión en la inmensa mayoría de parroquias y comunidades. Desde luego no aparecen ni el salmo 33 con su antífona, ni el salmo 22, sino cualquier otro canto con la única preocupación de que hay que cantar, sea lo que sea, pero cantar porque eso es lo importante[5]. Entonces se introducen, por ejemplo, cantos eucarísticos tales como el himno Cantemos al Amor de los amores, Oh buen Jesús, etc. O cantos muy divulgados[6], conocidos por todos, de dudosa calidad musical y litúrgica, y que se entonan en cualquier momento o domingo del año, sea Navidad o Cuaresma, Solemnidad de la Virgen María o Confirmaciones, Misa del santo Patrón o una Misa funeral de un miembro muy implicado en la parroquia: Señor, me has mirado a los ojos…, que es el gran ejemplo de lo que no debe cantarse, a tenor de los criterios que hemos ido exponiendo.
Además, olvidando el sentido procesional del canto de comunión (antífona y estrofas de un salmo), se ha buscado y potenciado lo emotivo y sentimental a juego con esta sociedad líquida en que vivimos[7]. La participación en el sacrificio eucarístico se convierte en algo sentimental y se expresa con cantos en primera persona del singular –olvidando el “Nosotros” de la Iglesia, que en la liturgia canta siempre en primera persona del plural[8]-, tendente sólo a alimentar emociones y expresar estados afectivos. Es el reino de la subjetividad invadiendo la solemnidad de la liturgia: ¡todo ha de ser emotivo, bonito, sentimental!
Más que acercarse a recibir el Sacramento de la Caridad, que nos une con Cristo y su Cuerpo que es la Iglesia, participando del Sacrificio del Señor, parece ser algo intimista, privado; lejos de ser devoción, es ya devocionalismo. Y los cantos tienden a potenciar esa afectividad devocional e intimista, considerando la liturgia no como acción común de la Iglesia (el Christus totus, CAT 1136), sino como la suma de individuos que viven y expresan su emoción religiosa, reforzada ésta por la comunidad que exalta y refuerza lo sensitivo y sensible, donde comulgar es un derecho inapelable (independientemente de si está o no en estado de gracia, o vive en situaciones canónicamente irregulares) porque es recibir a Jesús y le da paz y le gusta y nadie se lo puede impedir: ¡faltaría más! ¡El intimismo más absoluto!
Esos cantos en singular, ajenos a la liturgia, son abundantísimos: Tú me has mirado a los ojos, Yo quiero ser, Señor, amado como el barro en manos del alfarero, Señor, no soy nada, ¿por qué me has llamado?, Señor, yo quiero ser un loco, Ante ti, Señor, mi alma levantaré, oh mi Dios, Tan cerca de mí, que hasta te puedo tocar, Tomado de la mano con Jesús yo voy, etc.
Más aún, los llamados “cancioneros juveniles”, fotocopiados (y ahora también en la web) tienden a esa subjetividad en el apartado de “cantos de comunión”, ofreciendo una abundantísima variedad de cantos todos en primera persona del singular, con su buena dosis de sensiblería, desahogos sentimentales, pero sin fundamento litúrgico ni bíblico, por tanto, poco aptos para el marco de la liturgia.
Son cantos tales como: Desde entonces lo he visto caminar a mi lado, a ese Dios…, Para que mi amor no sea un sentimiento tan solo un deslumbramiento pasajero, No he venido a pedirte como suelo, Señor, Con lo que soy, vengo ante ti, mi vida está en tus manos, Señor, toma mi vida nueva, etc., etc.
Este tipo de cantos tal vez podrían encajar mejor en una oración comunitaria espontánea, o en una Hora santa, o en la exposición del Santísimo más prolongada, facilitando la oración personal ante Cristo-Eucaristía, mejor que el ámbito de la liturgia y la procesión de los fieles durante la comunión. Poseen cierta eficacia para grupos de adoración eucarística, especialmente de jóvenes, Adoremus, etc. Y es que es distinto (por sentido, por función, por estilo, por tradición) el canto procesional de comunión que un canto eucarístico o un canto de adoración silenciosa en grupo.
[1] Misal Romano, Jueves Santo, Misa en la cena del Señor, rúbrica n. 38.
[2] Id., n. 39.
[3] Se señala el “Tantum ergo” para la incensación, “u otro canto eucarístico” para la bendición eucarística tras la exposición del Santísimo (cf. CE 394) o tras la procesión del Corpus (cf. CE 1113; 1115).
[4] Muchos cantos populares han arraigado en el alma de parroquias y comunidades: “Cantemos al Amor de los amores”, “De rodillas, Señor”, “Oh buen Jesús”, “Alabado sea el Santísimo”, etc. Repertorio que habría que seguir ampliando tanto en el coro parroquial como a nivel popular con cantos de buena factura como los que se ofrecieron en “Sacramento permanente” con letras, entre otros, de B. Velado: Oh convite sagrado, Salve Cuerpo verdadero, Al Dios escondido, Con fe te adoramos, Te alabamos, Señor, te bendecimos, Descúbrenos el misterio, etc.
[5] ¿Habrá de recordarse una vez más la famosa frase de S. Pío X de no “cantar durante la Misa, sino cantar la Misa”?
[6] Es un fenómeno que debería estudiarse con tranquilidad y corregirse. Olvidando lo clara que es la IGMR y la Instrucción Musicam Sacram –entre otras- proliferaron cantos “religiosos” en LP’s de autores conocidos sin los criterios litúrgicos. Estos cantos “religiosos” avasallaron el canto litúrgico propio porque se pensaba que lo importante era cantar a toda costa, sea lo que sea, pero cantar. Bajó la calidad musical, se adaptaron canciones profanas, pop, se hicieron paráfrasis, las letras empezaron a ser todas en singular y muy sentimentales, etc., y se arrinconó además todo el patrimonio musical litúrgico, el órgano enmudeció para dejar su paso a guitarras, panderetas, cajas musicales. ¿Cómo revertir esta tendencia, redirigirla?
[7] Se valora tanto lo psicológico-afectivo, esporádico, en esta sociedad líquida, que lo único que se valora en la liturgia es la homilía si es emotiva, sentimental, haciendo brotar emociones y lágrimas…, pero sin calibrar la verdad de la fe enseñada, ni el contenido doctrinal y espiritual, ni la oratoria, ni la pedagogía catequética empleada, ni lo que haya aportado a la propia vida teologal, etc., sólo si ha sido bonita aunque esté vacía, si ha sido emocionante haciendo vibrar. Es la sociedad líquida vigente, pero viviendo la liturgia. Los cantos así no son sino un elemento más acorde con esta emotividad, con el “me gusta – no me gusta”, “me apetece - no me apetece”, que lo rige todo.
[8] Pensemos, por ejemplo, en el Gloria: “Te alabamos, te bendecimos, te adoramos”, o en el himno Veni Creator: “Per te sciamus da Patrem”.
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