Humildad, humildad y más humildad necesaria
“Si quieres llegar a la verdad, no busques otro camino que el que trazó el mismo Dios, que conoce nuestra enfermedad. Ahora bien, el primero es la humildad, el segundo es la humildad, el tercero es la humildad, y cuantas veces me lo preguntases te respondería la misma cosa” (S. Agustín, Ep. 118,22).
Las palabras de S. Agustín son válidas para toda la vida cristiana, en todos los campos, y también, ¡cómo no!, para la liturgia.
La liturgia reclama la humildad de sus sacerdotes y de los ministros del altar, porque la liturgia es servicio divino, glorificación de Dios; es un don, un tesoro, del que la Iglesia es administradora, servidora, y nadie es su dueño o propietario. Ya lo advertía el Vaticano II en una afirmación muchas veces desconocida o ignorada:
“Nadie, aunque sea sacerdote, añada, quite o cambie cosa alguna
por iniciativa propia en la Liturgia” (SC 22).
El sacerdote –obispo y presbítero- así como el diácono han de ser muy humildes en el ejercicio de la liturgia, no considerándose propietarios que puedan cambiar a su antojo o a su creatividad pastoral, sino con fidelidad a lo que la Iglesia les ha encomendado.
“No puede considerarse como «propietario», que libremente dispone del texto litúrgico y del sagrado rito como de un bien propio, de manera que pueda darle un estilo personal y arbitrario. Esto puede a veces parecer de mayor efecto… sin embargo, objetivamente, es siempre una traición a aquella unión que, de modo especial, debe encontrar la propia expresión en el sacramento de la unidad” (Juan Pablo II, Dominicae Cenae, 12).
La humildad huye de todo protagonismo; el sacerdote se convierte en instrumento de Cristo y busca que sólo brille Cristo. Es el sentido espiritual que tienen los ornamentos litúrgicos:
“En los sagrados misterios el sacerdote no se representa a sí mismo y no habla expresándose a sí mismo, sino que habla en la persona de Otro, de Cristo… Este acontecimiento, el “revestirnos de Cristo", se renueva continuamente en cada misa cuando nos revestimos de los ornamentos litúrgicos… El hecho de acercarnos al altar vestidos con los ornamentos litúrgicos debe hacer claramente visible a los presentes, y a nosotros mismos, que estamos allí “en la persona de Otro” (Benedicto XVI, Homilía Misa Crismal, 7-abril-2007).
Es moderado en sus movimientos en el altar, preside con devoción, huyendo del efectismo, de llamar la atención con sus formas, movimientos, desenfado… pues no es un presentador, un showman o un telepredicador. Lo mismo de los demás ministros: leer las lecturas, por ejemplo, es un servicio, no un derecho que crea rivalidades y afán de destacar, con carreras por llegar al altar antes que otros…
“Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. Todo intento de ponerse a sí mismos como protagonistas de la acción litúrgica contradice la identidad sacerdotal. Antes que nada, el sacerdote es servidor y tiene que esforzarse continuamente en ser signo que, como dócil instrumento en sus manos, se refiere a Cristo. Esto se expresa particularmente en la humildad con la que el sacerdote dirige la acción litúrgica, obedeciendo y correspondiendo con el corazón y la mente al rito, evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo suyo inoportuno. Recomiendo, por tanto, al clero que profundice cada vez más en la conciencia de su propio ministerio eucarístico como un humilde servicio a Cristo y a su Iglesia” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 23).
La humildad invita y requiere la absoluta fidelidad a la liturgia: seguir sus rúbricas y sus normas, sin cambiarlas, sin inventar ni añadir nada por cuenta propia; siempre será bueno, de vez en cuando, repasar las rúbricas para celebrar la Misa, o cada sacramento, o las celebraciones de la Semana Santa y del Triduo pascual. Ser humilde es recibir la liturgia de manos de la Iglesia y ser obediente y sencillo en realizarla, ajustándose a lo que la Iglesia determina con sus rúbricas y normas.
Lo recordaba muchas veces san Juan Pablo II:
“Siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios…. También en nuestros tiempos, la obediencia a las normas litúrgicas debería ser redescubierta y valorada como reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal, que se hace presente en cada celebración de la Eucaristía. El sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas y la comunidad que se adecua a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la Iglesia” (Juan Pablo II, Ecclesia de eucharistia, 52).
Lo mismo advertirá el papa Benedicto XVI:
“Al subrayar la importancia del ars celebrandi, se pone de relieve el valor de las normas litúrgicas… Favorece la celebración eucarística que los sacerdotes y los responsables de la pastoral litúrgica se esfuercen en dar a conocer los libros litúrgicos vigentes y las respectivas normas, resaltando las grandes riquezas de la Ordenación General del Misal Romano y de la Ordenación de las Lecturas de la Misa. En las comunidades eclesiales se da quizás por descontado que se conocen y aprecian, pero a menudo no es así” (Benedicto XVI, Sacramentum caritatis, 40).
Humildad verdadera es, así pues, ser fiel al rito litúrgico, a sus normas, con sentido de obediencia a la Iglesia y bien del pueblo santo de Dios.
Humildad verdadera es respetar los lugares litúrgicos (altar, sede y ambón), empleándolos correctamente, sin hacerlo todo desde el altar (ignorando la sede para los ritos iniciales y la homilía), respetando el presbiterio para el desempeño de los ministros (diáconos y acólitos), no para niños, fieles, etc., como si fuera un escenario de una función escolar.
Humildad verdadera es revestirse como la Iglesia marca en sus libros litúrgicos, y por tanto, usando siempre la casulla sin excepción para celebrar la santa Misa.
Humildad es recitar las oraciones de la Misa, el prefacio y la plegaria eucarística siguiendo el texto que la Iglesia ha aprobado en el Misal, sin modificarlo, sin alterarlo, sin inventárselo o empleando textos alternativos que carecen de la aprobación eclesial. Son las oraciones de la Iglesia, la oración de toda la Iglesia. Humildad es recibir el Misal y pronunciar sus oraciones y textos litúrgicos con respeto y devoción. “Úsense únicamente las Plegarias Eucarísticas incluidas en el Misal Romano… Es un gravísimo abuso modificar las Plegarias Eucarísticas aprobadas por la Iglesia o adoptar otras compuestas privadamente” (Inst. Inestimabile Donum, 5).
Otros textos, especialmente las moniciones sacerdotales, sí puede el sacerdote adaptarlas o variarlas levemente, con sensatez y prudencia, con brevedad. Dice el Misal:
“También corresponde al sacerdote que ejerce el ministerio de presidente de la asamblea congregada, hacer algunas moniciones previstas en el mismo rito. Donde las rúbricas lo determinan, está permitido al celebrante adaptarlas hasta cierto grado para que respondan a la capacidad de los participantes; procure, sin embargo, el sacerdote conservar siempre el sentido de las moniciones que se proponen en el Misal y expresarlo en pocas palabras” (IGMR 31).
En más de una ocasión, alguna monición del Misal o de algún Ritual sugiere que “pueden decirse con estas o parecidas palabras”, en cuyo caso se pueden modificar, pero sin alargarse en exceso, sino con la misma extensión de las moniciones que figuran en los libros litúrgicos.
¡Humildad!, virtud y estilo espiritual para servir la liturgia tanto sacerdote como los demás ministros (lectores, acólitos, monitor, etc.), evitando el protagonismo y el deseo de destacar.
¡Humildad!, para vivir y realizar la liturgia con obediencia a las rúbricas y normas que la Iglesia marca, sin alterarla ni inventarla.
¡Humildad!, para orar los textos litúrgicos con sentido y unción tal y como están en el Misal, sin cambiarlos ni improvisarlos.
15 comentarios
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JAVIER:
Modificar alguna monición en un momento dado no me parece mal, si se hace igual de breve que está en los libros litúrgicos y con el mismo sentido, y no un discurso o pequeña homilía. Por ejemplo, la introducción al acto penitencial de la Misa, o la monición introductoria al Padrenuestro..., pero como vd. bien dice, al final algunos se arrogan el cambiar más de lo que deben y hacerlo donde no deben.
Por desgracia hoy día estás prácticas contarias se han convertido en lo más habitual. Como laicos no podemos hacer mucho. Han de ser los propios obispos desde los primeros siglos del cristianisno que erean designados como los supervisores de las comunidades cristianas los que hagan lo posible por evitar esto. (Que por otra parte entiendo la dificultad que tiene que ser para un obispo mandar a un hermano sacerdote). Y que este se oponga.
Pidamos a Dios para que los sacerdotes celebren con humildad y con la solemnidad que Dios se merece.
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JAVIER:
Y pidamos, igualmente, buenos profesores de Liturgia en los Seminarios y buenos maestros que ensayen y enseñen a celebrar fielmente a los futuros sacerdotes, así como una vida litúrgica en el Seminario que sea ejemplar y modélica.
Y ¿qué podemos hacer los laicos frente a tanto desmán? Escribir al Obispo? Siempre digo que los fieles tienen derecho a la Misa litúrgicamente correcta, a la Liturgia de las Horas , ritos litúrgicos, etc, conforme a lo que está dicho.
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JAVIER:
En cosas graves o gravísimas, sin duda, escribir al Obispo. Aunque miedo me da la vía de las denuncias porque al final se denuncia y se protesta incluso por lo que está bien hecho. Por ejemplo: un fiel se quejaba de que yo habitualmente rezaba en silencio las fórmulas del ofertorio, pero este fiel ignoraba que eso es lo que marca el mismo Misal. Protestaba sin saber. Otro me bronqueó e insultó porque afirmé en la homilía que la filiación divina nos venía por gracia en el sacramento del Bautismo... y quería denunciarme proque "todos somos hijos de Dios aunque no estemos bautizados". Alentar las denuncias supone que haya más de uno que se lance a denunciar lo que está bien.
Se trata de ir adquiriendo todos una nueva conciencia, una nueva mentalidad, de lo que es la naturaleza sagrada de la liturgia y su fiel celebración.
¡Cuántas veces los fieles se presentan exigiendo determinadas cosas para su boda, para la primera comunión de sus hijos o para las exequias de un familiar, etc., porque pretenden imponer su criterio y su gusto!
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JAVIER:
Por eso el camino de las denuncias me parece sumamente arriesgado. Ejemplos de ello tengo varios en mi vida sacerdotal.
No se dan cuenta de que los fieles que no están acostumbrados a la fealdad y a la soberbia, al encontrar una misa bien dicha al instante se enamoran de ella y del sacerdote que oficia y está más dispuestos a acompañarle adonde haga falta, porque saben que él va delante rezando. De hecho, por experiencia sé que a peor trato de la liturgia, menos rezador es ese cura. Ninguna excepción he encontrado en mi ya larga vida.
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JAVIER:
Me encanta su última anotación y, al leerla, he recordado cómo se cumple en algunos casos que yo también he padecido. "A peor trato de la liturgia, menos rezador es ese cura": ¡así es! el sacerdote debe ir por delante rezando, y durante la liturgia, él mismo debe ser el primero en orar.
A lo cual añado -repito lo que he escrito antes- que hay que sumar tener buenos profesores de Liturgia, buenos maestros que enseñen a celebrar según las rúbricas, y una vida espiritual y litúrgica modélica en los Seminarios (y noviciados y teologados de religiosos también).
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JAVIER:
Dejar opciones "pro opportunitate" significason las rúbricas mismas las que ofrecen varias posibilidades. Solo hay que ajustarse a ellas, sin inventárselas.
Las rúbricas no son vaporosas, me parece a mí, cuando todo lo tienen reglamentado: inclinaciones, genuflexiones, modos de poner las manos o extenderlas, golpes de incensario para las distintas incensaciones, ornamentos y vestiduras litúrgicas que hay que emplear, etc.
Ya que algunos crean que todo es "pro opportunitate" según su gusto personal o que las rúbricas se pueden saltar y no pasa nada, es problema de la mala formación eclesial, litúrgica y teológica, pero no de las rúbricas que no dan pie ni mucho menos a esas cosas.
Pero yo sigo diciendo que el Novus Ordo predispone a que el celebrante y el pueblo se hagan los reyes del mambo. El "ad populum", el micro, los laicos en el presbiterio... Todo eso hace pensar que el hombre es el centro de la misa. Muchos curas y, por tanto, la mayoría de laicos, creen que la misa es para el pueblo. Y documentos en los que se dice que la liturgia se debe "inculturizar" y que se debe adaptar a la sociedad en la que se desarrolla, no ayudan a cambiar la mentalidad en absoluto. Desde el concilio para acá, la Iglesia ha cambiado de poner el foco en Dios a ponerlo en el hombre. Y la liturgia es solo un ejemplo de ello
Y cuando uno se lee el Catecismo y descubre lo que es la liturgia…no es posible renunciar a tanta riqueza!
Gracias por su enseñanza
Celebro vivamente este articulo, que me ha encantado leer. Creo que la liturgia es la mejor expresión de la relación con Dios Trinitario y de su Iglesia esposa y cuerpo de Cristo. Te felicito querido hermano.
Te ruego, junto con esta felicitación, ofrezcas tus misas por mi esposa M. Ángeles a la que tu tanto has querido siempre., y que esta en medio de una grave enfermedad, que tu también conoces personalmente. Pide por ella que el Padre de todos le conceda la salud del alma y la aceptación completa de su voluntad, sea la que sea.
Un abrazo entrañable
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JAVIER:
¡¡Gracias por tus palabras!! La liturgia es la vida de Cristo hacia nosotros.
Siento lo que me dices, ¡y mucho que lo siento!, pero está en mi oración desde hace tiempo. Un gran abrazo
Ya puedes demostrar con testimonios, fotos y hasta con un vídeo que tal cura hace y deshace lo que le da la gana en el altar, fundamentarlo con documentos, y denunciarlo ante el obispo, y ¿qué pasará?. Pues ya le digo yo: ABSOLUTAMENTE NADA. Si el que pone en conocimiento de todo ello a la autoridad es un laico, va apañado. Ignorado. Y si es otro cura o diácono de la misma parroquia, pues le cambiaran a él injustamente antes que al infractor, que se va de rositas y que queda como un "profeta" valiente que oye "las mociones del Espíritu y su creatividad". Porque existe la idea de que si se trata de una cuestión litúrgica, en fin, no se hace daño a nadie, y que mira qué estricto e intolerante es el que denuncia. Mientras que no sea un escándalo mayúsculo de algo que salpique al obispado, el obispo no hará NADA.
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JAVIER:
Realmente, un retrato muy exacto de la realidad.
Como consecuencia de esto, no creo que sea malo denunciar posibles abusos de liturgia, como de contenido, a un sacerdote.
Los seglares, agradecemos mucho a los sacerdotes, la celebración de la Eucaristía, y de los demás sacramentos, pero eso no quiere decir, que a veces choquen ciertas cosas, cuando no escandalicen algunas proclamaciones. También puede ser error de los seglares en algunos casos, pero esto no es malo, sino que sirve para aclarar y enseñar.
Lo de tragar todo, no creo que sea bueno, ni para sacerdotes, ni para fieles, y desde de luego no es buscar la verdad.
Bajo las palabras de Jesus, " el que quiera ser el más grande sea vuestro servidor", también significa a veces tener paciencia y no sentirse ofendido por observaciones de los fieles, es decir no tratarles con espiritu de superioridad, sino de servicio, que evitarian sin duda denuncias al obispo.
Cuando tras la Misa, entro a comentarle el tema, se me cayeron los palos del sombrajo... si digo que este hombre no creía en el Misterio de la Santísima Trinidad, seguramente hago un juicio muy temerario, y puesto ante el martirio, no dudo que moriría por la Fe Trinitaria; ahora bien, me dejó la impresión de que el Misterio Trinitario, era para este sacerdote algo que no "vivía" en su vida interior, algo que podía suprimirse o relegarse como cualquier devoción particular...
¡Claro!, si él lo vivía así, a los fieles, ¿qué iba a importarnos la Trinidad?, ¿qué nos iban a decir las palabras "Persona y Naturaleza" con lo complicadas que son?,,, vino a añadir más o menos.
¡Eso es lo que queremos los fieles, que se nos acerque al Misterio!
A este sacerdote le escuché homilías maravillosas sobre Jesucristo, era Cristocéntrico, tan Cristocéntrico, que incluso ponía pegas a la devoción a la Virgen María, "que sí, pero..." daba la sensación de vivir una fe "¿hemipléjica?", sin la Trinidad y la Virgen.
¡Claro!, en algunas homilías sobre Cristo, también hacía agua, presentando un Cristo muy poco Dios...
Oremos por los sacerdotes.
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