Ordenación del Leccionario de la Misa (para el Domingo de la Palabra de Dios)
Ya que hay un domingo dedicado a la Palabra de Dios, el III del Tiempo Ordinario o per annum, que será a finales de enero, vamos a aprovechar la ocasión para conocer algo mejor la teología y las líneas espirituales de la Ordenación del Leccionario de la Misa. Es un documento precioso, bien redactado, pero desconocido.
Este es material preparado por la Delegación diocesana de Liturgia de mi diócesis como subsidio catequético-litúrgico para preparar la homilía de ese domingo, catequesis de adultos, formación permanente, grupo de liturgia, tema semanal para la escuela de catequistas, reuniones de matrimonios, capítulo en las comunidades de vida consagrada y monasterios, etc.
Capítulo I. PRINCIPIOS GENERALES DE LA CELEBRACIÓN LITÚRGICA DE LA PALABRA DE DIOS
1. Algunas indicaciones previas
Los múltiples tesoros de la Palabra de Dios se expresan en las distintas celebraciones y en las diversas asambleas de fieles, a lo largo del año litúrgico, en la celebración de los sacramentos y sacramentales de la Iglesia. También se manifiesta esta grandeza de la Palabra en la respuesta de cada fiel a la acción interna del Espíritu Santo (OLM 3). Así la liturgia que se sostiene y se apoya en la Palabra de Dios se convierte en un acontecimiento nuevo y enriquece esta palabra con una nueva interpretación y una nueva eficacia (Ibíd.).
2. La celebración litúrgica de la Palabra de Dios
Cristo siempre está presente en su Palabra; por la liturgia Él continúa la historia de la salvación:
La economía de la salvación, que la palabra de Dios no cesa de recordar y de prolongar, alcanza su más pleno significado en la acción litúrgica, de modo que la celebración litúrgica se convierte en una continua, plena y eficaz exposición de esta palabra de Dios (OLM 4).
En la liturgia, la Palabra es eficaz por el Espíritu Santo, y manifiesta el amor operante del Padre, amor indeficiente en su eficacia para con los hombres (Ibíd.).
En la Iglesia se lee tanto el AT como el NT, con un criterio teológico que proviene de la Tradición: en el Antiguo Testamento está latente el Nuevo, y en el Nuevo Testamento se hace patente el Antiguo. Cristo es el centro y plenitud de toda las Escrituras (OLM 5): por eso el Evangelio recibe en la liturgia muestras de honor: lo proclama un ministro ordenado, se lleva en procesión, con cirios, incienso y el canto del Aleluya, se oye de pie, se signa el libro, se canta el saludo, el anuncio y su aclamación final, se besa…
En la liturgia, Dios espera nuestra respuesta a su Palabra, pronunciar el “Amén” que acoge y obedece:
Cuando Dios comunica su palabra, espera siempre una respuesta, respuesta que es audición y adoración “en Espíritu y verdad”. El Espíritu Santo, en efecto, es quien da eficacia a esta respuesta, para que se traduzca en la vida lo que se escucha en la acción litúrgica (OLM 6).
Participar en la liturgia no es intervenir ni hacer cosas, sino vivir la liturgia bajo la acción del Espíritu, y entonces la Palabra proclamada se traduce y se refleja en la propia vida.
Tanto más participan los fieles en la acción litúrgica cuanto más se esfuerzan, al escuchar la palabra de Dios en ella proclamada, por adherirse íntimamente a la Palabra de Dios en persona, Cristo encarnado, de modo que aquello que celebran en la liturgia procuren reflejarlo en su vida y costumbres, y, a la inversa, miren de reflejar en la liturgia los actos de su vida (OLM 6).
3. La Palabra de Dios en la vida del pueblo “de la Alianza”
La Iglesia crece y se edifica con la audición de la Palabra y sus maravillas de salvación se hacen de nuevo presentes, de modo misterioso, en la liturgia. Así la Palabra, en la liturgia, sigue su avance glorioso (cf. 2Ts 3,1; OLM 7). Escuchando, la Iglesia es enviada a evangelizar y también cada cristiano, por su bautismo y confirmación, es profeta y pregonero; deben [los cristianos] anunciar esta palabra de Dios en la Iglesia y en el mundo, por lo menos con el testimonio de su vida (OLM 7).
Las Escrituras proclamadas no sólo narran una historia pasada, sino también habla del presente y del futuro escatológico, despertando la esperanza cristiana:
Esta palabra de Dios, que es proclamada en la celebración de los sagrados misterios, no sólo atañe a la actual situación presente, sino que mira también el pasado y vislumbra el futuro, y nos hace ver cuán deseables son aquellas cosas que esperamos (OLM 8).
La Palabra es eficaz y viva por la acción del Espíritu Santo. La Palabra sólo resuena en los corazones por la acción del Espíritu, que actúa durante la liturgia en el alma fiel:
La actuación del Espíritu no sólo precede, acompaña y sigue a toda acción litúrgica, sino que también va recordando, en el corazón de cada uno, aquellas cosas que, en la proclamación de la palabra de Dios, son leídas para toda la asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones (OLM 9).
Entre la Palabra de Dios y el misterio eucarístico existe una íntima conexión. Se da una veneración a la Palabra y una adoración al Sacramento, siempre con amor, pero diferenciando los modos de presencia de Cristo:
La Iglesia honra con una misma veneración, aunque no con el mismo culto, la palabra de Dios y el misterio eucarístico, y quiere y sanciona que siempre y en todas partes se imite este proceder… (OLM 10).
La Iglesia se alimenta y vive de esta doble mesa: la de la Palabra y la del Sacramento, y la Palabra misma nos conduce al Sacramento, a la vida litúrgica y sacramental:
Por consiguiente, la celebración de la misa, en la cual se escucha la palabra y se ofrece y recibe la Eucaristía, constituye un solo acto de culto, en la cual se ofrece a Dios el sacrificio de alabanza y se confiere al hombre la plenitud de la redención (OLM 10).
Capítulo II. LA CELEBRACIÓN DE LA LITURGIA DE LA PALABRA EN LA MISA
Elementos y ritos de la liturgia de la Palabra
a) Lecturas bíblicas
Son insustituibles, no se pueden suprimir ni cambiarlas por textos no bíblicos (OLM 12). La lectura del Evangelio es su punto culminante.
Es conveniente que los lectores sean capaces y estén preparados, con voz alta y clara, y con conocimiento de lo que leen (OLM 14), no cualquiera ni de cualquier modo. Las lecturas se proclaman con el texto aprobado en su traducción, y no directamente de una biblia o de un subsidio pastoral.
Se proclaman las lecturas desde el ambón (OLM 16). El Evangelio recibe muestras de honor: canto del Aleluya, procesión, cirios e incienso, etc. (cf. OLM 17).
Las aclamaciones finales de las lecturas (“Palabra de Dios”, “Palabra del Señor”) pueden ser cantadas; de este modo, la asamblea reunida honra la palabra de Dios, recibida con fe y con espíritu de acción de gracias (OLM 18).
b) El salmo responsorial
Normalmente, el salmo responsorial debe ser cantado (OLM 20): los fieles repetirán la respuesta y el salmista entonará cada estrofa desde el ambón. ¡Es lo normal!, y debe ser un objetivo de la pastoral litúrgica y del canto en lugar de la comodidad de hacerlo siempre leído y no cantado. El canto del salmo o de la sola respuesta favorece mucho la percepción del sentido espiritual del salmo y la meditación del mismo (OLM 21).
c) Aclamación antes del Evangelio
El Aleluya con su versículo es todo un rito que acompaña la procesión del Evangelio y nos dispone a recibir a Cristo presente en su Palabra. En Cuaresma, el Aleluya se sustituye por una aclamación. Se canta estando todos en pie, y el Aleluya lo entonará el coro y el pueblo (OLM 23).
d) La homilía
En el transcurso del año litúrgico, y partiendo del texto sagrado, en la homilía se exponen los misterios de la fe y las normas de vida cristiana. Puede también explicar otro texto litúrgico de la Misa del día. Y siempre debe llevar a la comunidad de los fieles a una activa participación en la Eucaristía (OLM 24). La homilía no se improvisa, sea realmente fruto de la meditación, debidamente preparada, ni demasiado larga ni demasiado corta… (OLM 24). No es el momento de añadirle ni avisos ni noticias.
El sacerdote celebrante pronuncia la homilía en la sede, de pie o sentado, o también en el ambón (OLM 26).
e) El silencio
Es elemento integrante de la liturgia, y en ocasiones muy descuidado. También la Palabra requiere silencio y no tanto verbalismo en moniciones y diálogos ni precipitación. ¡Cuánto bien hace el silencio después de la homilía, por ejemplo!
La liturgia de la palabra se ha de celebrar de manera que favorezca la meditación, y, por esto, hay que evitar totalmente cualquier forma de apresuramiento que impida el recogimiento. El diálogo entre Dios y los hombres, con la ayuda del Espíritu Santo, requiere unos breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea presente, para que en ellos la palabra de Dios sea acogida interiormente y se prepare la respuesta por medio de la oración.
Pueden guardarse estos momentos de silencio, por ejemplo, antes de empezar dicha liturgia de la palabra, después de la primera y segunda lectura y, por último, al terminar la homilía (OLM 28).
f) La profesión de fe
Con el Credo, la asamblea reunida de su asentimiento y respuesta a la palabra de Dios oída en las lecturas y en la homilía y trae a su memoria, antes de ofrecer el sacrificio eucarístico, la norma de su fe (cf. OLM 29). Se realiza con el Credo niceno-apostólico o con el Símbolo de los Apóstoles, pero no en forma de preguntas y respuestas (que se reserva exclusivamente para la Vigilia pascual y Misas en las que se administra el bautismo).
g) La oración universal u oración de los fieles
Con la oración universal, todos oran por las necesidades de toda la Iglesia y de la comunidad local, por la salvación del mundo y por los que se hallan en cualquier necesidad, por determinados grupos de personas (OLM 30).
El diácono, o un lector, u otro (IGMR 71; 138) –siempre es preferible un solo lector- enuncia la intención, peticiones breves (OLM 30). El sacerdote dirige la oración desde la sede y el lector anuncia las intenciones desde el ambón o mejor aún desde otro sitio conveniente (IGMR 138; cf. n. 71), un atril discreto para que el ambón se reserve significativamente a las lecturas bíblicas.
La asamblea reunida, de pie, participa en la oración, diciendo o cantando la misma invocación después de cada petición, o bien orando en silencio (OLM 31).
La verdadera participación consiste en que todos oren a cada intención, mejor aún, cantando la respuesta a la súplica: oración en común, guiados por un diácono o un lector.
4 comentarios
"La homilía no se improvisa, sea realmente fruto de la meditación, debidamente preparada".
Redemptionis Sacramentum lo requiere también:
[67.] Sobre todo, se debe cuidar que la homilía se fundamente estrictamente en los misterios de la salvación, exponiendo a lo largo del año litúrgico, desde los textos de las lecturas bíblicas y los textos litúrgicos, los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana, y ofreciendo un comentario de los textos del Ordinario y del Propio de la Misa, o de los otros ritos de la Iglesia.[147]
Es claro que todas las interpretaciones de la sagrada Escritura deben conducir a Cristo, como eje central de la economía de la salvación, pero esto se debe realizar examinándola desde el contexto preciso de la celebración litúrgica.
Al hacer la homilía, procúrese iluminar desde Cristo los acontecimientos de la vida.
Hágase esto, sin embargo, de tal modo que no se vacíe el sentido auténtico y genuino de la palabra de Dios, por ejemplo, tratando sólo de política o de temas profanos, o tomando como fuente ideas que provienen de movimientos pseudo-religiosos de nuestra época.[148]
[68.] El Obispo diocesano vigile con atención la homilía,[149] difundiendo, entre los ministros sagrados, incluso normas, orientaciones y ayudas, y promoviendo a este fin reuniones y otras iniciativas; de esta manera tendrán ocasión frecuente de reflexionar con mayor atención sobre el carácter de la homilía y encontrarán también una ayuda para su preparación.
Una observación continuada: si ya tenemos cierta dificultad con los lectores inexpertos, ni imaginar cabe cuando tenemos que sufrir el canto del salmo: todo se pierde, desastre garantizado.
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JAVIER:
Pero tenemos que intentarlo y lograrlo, sino el salmo jamás se cantará.
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JAVIER:
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