Etapa patrística, liturgia y espiritualidad (Notas de espiritualidad litúrgica - XXXIV)

Durante la etapa patrística, los Padres de la Iglesia continuaron y desarrollaron la vida espiritual cristiana tal como aparece en el Nuevo Testamento. Los Padres viven la liturgia, viven de la liturgia, y por ello educan en la liturgia. Son una buena muestra las catequesis mistagógicas (de S. Ambrosio, de S. Cirilo), los sermones especialmente pascuales de S. Agustín, las catequesis bautismales de S. Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia, etc… Parten de los sacramentos realizados, explican paso a paso su liturgia y significado y luego la consecuencia vital, el cómo vivir cristianamente.

Para los Padres, la liturgia lo era todo pues en ella veían a Cristo actuando, interviniendo. Nada oscurecía la liturgia, ni la difuminaba, ni había devociones que la apartasen. La experiencia espiritual era experiencia y vida de la liturgia en las almas.

Y en la etapa patrística hallamos unos rasgos concretos.

1) Liturgia y espiritualidad inseparables

La liturgia era la fuente de la espiritualidad. Era impensable una vida espiritual desgajada de la liturgia y de lo que ésta obraba en las almas fieles.

Incluso, y es un dato muy sugerente, los comentarios bíblicos de los Padres poseen ese carácter litúrgico y mistagógico:

“Tratan de adentrar a los fieles en el misterio de Cristo presente en la celebración. Para ello ponen de manifiesto que la Palabra es actual y eficaz en el momento de su proclamación eclesial, de modo que renueva en el presente el mismo contenido de salvación manifestado en el pasado. Así lo exponen, por ejemplo, Orígenes, Ambrosio, Jerónimo, Agustín, Gregorio Magno, etc.

Además, los Padres insisten en que la escucha de la Palabra y el misterio de Cristo celebrado deben traducirse en los actos concretos de los fieles (moral) y en su participación en la vida eclesial” (Soler Canals, J.M., La liturgia, fuente de vida espiritual, CPh 106, Barcelona 2000, 11).

2) El concepto “vida espiritual”

Entendamos vida espiritual como la relación creyente y el trato orante con Dios. Implica el ámbito de la fe, de la moral –el obrar, el actuar-, la plegaria, el servicio al prójimo, etc.

Esta vida espiritual es trinitaria: al Padre por medio del Hijo gracias al Espíritu; y el Padre nos concede su gracia por el Hijo mediante el Espíritu Santo.

Así es como vemos que en la liturgia se nos da todo: es celebración del misterio cristiano, es celebración de vida espiritual. La teología patrística da buena prueba de ello a poco que se conozcan a los Padres y se los lea.

3) El concepto “sacramentum” o “Mysterion”

Sabemos lo importante que es el concepto “Misterio” para san Pablo. No es lo misterioso, lo inaccesible, lo que no comprendemos… ¡no es una novela de misterio e intriga! El misterio para san Pablo es el plan divino de la salvación que se ha desarrollado por etapas y se ha dado a conocer, revelándose y realizándose finalmente y con plenitud en Jesucristo (cf. Rm 16, 25-26; 1Co 15,51; Col 1,27; Ef 1,9ss)… En resumidas cuentas, el Misterio de Dios es Cristo, y todo en Él será recapitulado (Ef 1,9).

“El Padre realiza el “misterio de su voluntad” dando a su Hijo Amado y al Espíritu Santo para la salvación del mundo y para la gloria de su Nombre. Tal es el Misterio de Cristo (cf. Ef 3,4), revelado y realizado en la historia según un plan, una “disposición” sabiamente ordenada que san Pablo llama la “Economía del Misterio” (Ef 3,9) y que la tradición patrística llamará “la Economía del Verbo encarnado” o “la Economía de la salvación”” (CAT 1066).

Para los Padres, el Misterio entonces se realiza en la liturgia, en la vida sacramental, donde se comunica la salvación realizada en Cristo. “Cristo, pues, es el centro y el mediador del misterio de salvación. Misterio que se hace presente por la acción del Espíritu invocado en la celebración litúrgica” (Soler, 14).

El uso de “misterio” y “sacramento” en los Padres designa entonces la acción salvadora de Dios en Cristo, que se hace presente y operante en la liturgia. Los textos litúrgicos insisten en que “hoy”, en el culto litúrgico, se hacen presentes las acciones salvíficas del pasado. Por eso los sacramentos contienen una parte visible, un signo, y una realidad espiritual, invisible.

4) La Palabra eficaz

Para los Padres, la Palabra de Dios en la liturgia es la voz de Cristo mismo anunciando aquí y ahora la salvación. Es el Maestro cuya cátedra está en el cielo, pero su voz resuena en la liturgia.

Los Padres partían siempre de la Biblia. La meditaban y la predicaban en el contexto de la liturgia. Ven toda la Biblia como una unidad, la leen con la luz del Espíritu Santo que siempre la hace actual y asiste a la Iglesia en su escucha e interpretación.

Las lecturas bíblicas en la liturgia no se proclaman para dar a conocer lo que Dios realizó en el pasado, como un documento en un archivo histórico, sino que lo que Dios dice y anuncia lo realiza realmente en la liturgia.

“Siempre, en la economía divina, el anuncio de la Palabra tiende a la recepción de la gracia sacramental, porque la celebración litúrgica transforma la Palabra en un “acto” salvador, cuya realización más plena son los sacramentos. Así lo enseña san Agustín: “Nacemos a la vida del Espíritu a través de la Palabra y del sacramento” (Tratado sobre el evangelio de san Juan, 12, 5)” (Soler, 17).

5) “Hodie”

La presencia del Misterio se hace “hoy”, “hodie”, en la liturgia. Para los Padres fue importantísimo ese “hoy” de la liturgia. Las celebraciones son un memorial de la salvación, una actualización y presencia de la salvación.

¡Hoy! “Los Padres las ven como irrupciones de Dios en la historia de la Iglesia” (Soler, 17). ¿Qué ocurre y qué fuerza tiene ese “hoy”, esa presencia del Misterio? “Dios Padre nos moldea y nos hace nueva creación a través de la acción conjunta de Cristo y del Espíritu Santo, por medio de la participación en las celebraciones litúrgico-sacramentales, las cuales requieren una preparación y una continuación en la oración personal, en la lectura privada de la Palabra, en el compromiso de vida cristiana” (Soler, 18).

En el “hoy” litúrgico, la santa Trinidad nos diviniza, nos identifica con Cristo. Por eso la liturgia es el hoy de Dios presente; los misterios de la salvación se actualizan, se hacen presentes “hoy” mediante la liturgia.

¡Cuántas veces lo afirman los Padres al predicar!

“Hoy nuestro Señor Jesucristo ha subido al cielo; que nuestro corazón suba también con él” (S. Agustín, Serm. de la Ascensión, Mai, 98, 1).

“Venid, subamos al monte de los Olivos y salgamos al encuentro de Cristo, que hoy regresa a Betania y se dirige voluntariamente a aquella pasión venerable y santa” (S. Andrés de Creta, Hom. 9 para el Domingo de Ramos, 1).

“Hoy [Natividad de la Virgen] la raíz de Jesé ha hecho germinar un retoño… Hoy un cielo ha sido formado en la tierra” (S. Juan Damasceno, Hom. sobre la Natividad, 2).

6) Existencia cristiana

Lo recibido en la liturgia produce un cambio en la vida; participar en la santa liturgia comporta que la existencia de los fieles sea prolongación de lo celebrado, un fruto real que en la vida.

La consagración a Dios, que es el bautismo, exige un compromiso de vida cristiana sin fin, por ello se da una conversión permanente.

“Enseñan los Padres, el cristiano es otro Cristo, y debe manifestar a Cristo en su vida. Cosa que sólo es posible por la acción del Espíritu, recibido en los sacramentos de la iniciación. Como vemos, para los Padres la existencia cristiana –incluyendo el comportamiento ético o moral- tiene su fundamento en los sacramentos (particularmente en el bautismo, la confirmación, la eucaristía), los cuales suponen también una actitud de estima y de vinculación filial intensa con la Iglesia” (Soler, 19).

La liturgia configura a Cristo y toda la vida del creyente queda implicada en esta configuración. La liturgia transforma la vida, y nuestra vida entera la debemos llevar a la liturgia, sin dicotomías: ¡coherencia y santidad de vida! “La vida del cristiano debe ser manifestación del misterio pascual de Cristo, al que la liturgia le incorpora incesantemente” (Soler, 20). Y todo esto no es sino el desarrollo de las gracias del bautismo en nosotros. La conducta moral del cristiano nace del bautismo, de su vida nueva dada por la liturgia. Así decía san León Magno en una homilía de Navidad recogida en el Oficio de lecturas:

“Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.

Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la sangre de Cristo” (Serm. 1, sobre la Natividad, 3).

7) Vida pascual

Hay una visión unitaria del misterio de Cristo en los Padres. Su Pascua nos incluye a nosotros mediante los sacramentos pascuales que se completarán con la vida eterna, con el tránsito de la propia muerte a la Luz eterna.

En el tiempo desde el bautismo hasta la muerte y nacimiento al cielo, todo es pascual en el cristiano, irá accediendo a la vida en Cristo muriendo a sí mismo una y otra vez, viviendo la novedad de la vida cristiana. “Y este paso de la viejo a lo nuevo se realiza recibiendo la gracia en las celebraciones litúrgicas. Agustín ve precisamente en la liturgia de la cincuentena pascual un entrenamiento para la vida bienaventurada” (Soler, 21).

La liturgia, para los Padres, es realmente su fuente y su culmen, el lugar del encuentro con Cristo, el momento de la recepción de la gracia por obra del santo Espíritu. Vivían los Padres de la liturgia y así iniciaban a todos a vivirla como fuente de vida espiritual. Ellos nos trazaron caminos válidos también para hoy.

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