Los sacramentos que nos configuran (Notas de espiritualidad litúrgica - XXXII)

Bautismo, Confirmación y Eucaristía son los sacramentos de la Iniciación cristiana que nos dan la forma cristiana, nos van haciendo cristianos y estos sacramentos van desplegando y desarrollando toda su gracia en nosotros.

Estos tres sacramentos van a dar un sello definitivo a lo que es la vida cristiana –y por tanto fundamental en la espiritualidad litúrgica-. Nacemos por el bautismo, somos sellados por el Espíritu Santo y nutridos por la Eucaristía, éste se convierte en el sacramento permanente, que día a día, ¡y cuánto más el domingo!, nos sostiene y santifica.

Estos sacramentos de la Iniciación cristiana nos introducen en la vida de Cristo, nos comunican la vida nueva y sobrenatural de Cristo. Es el Misterio pascual del Señor actuando, por medio de estos sacramentos, en cada alma. Pensemos cómo lo define el ritual de la Iniciación cristiana de adultos: “La iniciación de los cristianos no es otra cosa que la primera participación sacramental en la muerte y resurrección de Cristo” (RICA, 8).

En esta Iniciación sacramental se ve cómo Dios mismo nos ha elegido por amor antes de la creación del mundo, y nos ha elegido y predestinado a ser imagen de su Hijo y vivir esa vida divina.

El diseño de lo que es un cristiano se ve a lo largo del proceso de la Iniciación cristiana, tanto el catecumenado con sus fases como en los sacramentos pascuales. Hagamos un recorrido por ese proyecto sacramental.

“Aquellos adultos que al oír el anuncio del misterio de Cristo, y bajo la acción del Espíritu Santo en sus corazones, consciente y libremente buscan al Dios vivo, emprenden el camino de la fe y de la conversión” (RICA 1).

Lo primero ha sido una inicial experiencia de conversión que se produce por la predicción. Fides ex auditu, “la fe viene por la predicación” (Rm 10,17). Aquí se inicia el proceso.

-Comienza con el rito de entrada: evoca la llamada del Padre y la ayuda divina que va a recibir en este camino (RICA 68-97). Aquí se produce la primera adhesión a la Iglesia y recibe el signo de la cruz, la signación. ¡Siempre la cruz, en todo la cruz!

-En el itinerario del catecumenado, abundarán las instrucciones y las catequesis, junto con celebraciones de la Palabra de Dios. Es necesaria la instrucción, la doctrina, con la Palabra de Dios y el Catecismo de la Iglesia, y no solamente la subjetividad, la emotividad, lo sentimental, en la fe.

-Recibirán las bendiciones y los exorcismos menores; éstos destacan la lucha contra Satanás y el propio pecado suplicando gracia. Nuestra vida es milicia, es lucha siempre, combate perpetuo. Además las bendiciones “muestran la caridad de Dios y la solicitud de la Iglesia” (RICA 102), protegiendo a los catecúmenos con la asistencia de Dios.

-En la Cuaresma previa a recibir los sacramentos pascuales, se intensifica el catecumenado, entrando en el tiempo que se llama de “purificación” o de “iluminación”. La Cuaresma muestra así su origen litúrgico: era tiempo catecumenal para el bautismo en la Pascua.

Con fuerza destacan los domingos cuaresmales III, IV y V con sus respectivos evangelios catecumenales: la samaritana, el ciego de nacimiento y la resurrección de Lázaro.

En el I domingo de Cuaresma tiene lugar el rito de elección o inscripción del nombre. Los textos insisten en la iniciativa de Dios que elige y llama.

Los domingos III, IV y V de Cuaresma se destinan a los escrutinios: profundizar en la necesidad de salvación y desear la gracia que transforma. Junto a esta purificación, las entregas al catecúmeno (al elegido) porque la vida de fe es tradición, entrega y recepción, no fabricamos la fe a nuestro gusto según las modas del momento.

En la III semana de Cuaresma tiene lugar la entrega del Símbolo, del Credo, que lo devolverán recitándolo la mañana del Sábado santo; en la V semana de Cuaresma se produce la entrega de la Oración dominical, el Padrenuestro, porque la vida cristiana es, siempre y para todos, vida de oración, de piedad. Así lo explica el Ritual:

“En el Símbolo, en el que se recuerdan las grandezas y las maravillas de Dios para la salvación de los hombres, se inundan de fe y de gozo los ojos de los elegidos; en la Oración dominical, en cambio, descubren más profundamente el nuevo Espíritu de los hijos, gracias al cual, llaman Padre a Dios, sobre todo durante la reunión eucarística” (RICA 25).

Con óleo de catecúmenos, serán ungidos en distintas ocasiones y especialmente en la proximidad de la Iniciación cristiana para tener ligereza en el camino, agilidad en la lucha contra Satanás y el pecado y llegar a las aguas bautismales para renacer, borrados los pecados, viviendo la gracia bautismal.

Todo esto ocurre en la Pascua, en la santa Vigilia pascual, centro del año litúrgico y momento tradicional de los sacramentos de la Iniciación. ¡Qué importante para nuestra espiritualidad litúrgica, espiritualidad sacramental, vivir y participar de la noche de la santa Pascua!

“La Vigilia pascual, tal como ha quedado organizada en el Misal de Pablo VI, gira en torno a un solo eje: la resurrección de Cristo como epifanía de la Trinidad en el pasado y en el presente de la Historia de la Salvación. Basta seguir el diálogo de la temática del Leccionario con la del Oracional de la Vigilia, para darse cuenta de cómo las Personas divinas se manifestaron en el ayer bíblico y cómo actualizan su acción salvífico en el hoy de la liturgia” (López Martín, J., En el espíritu y la verdad, vol. I, Salamanca 1987, 405).

Así se configura la vida cristiana como vida nueva en el Espíritu Santo; el catecumenado diseña, perfila, lo que es un cristiano y los sacramentos de la Iniciación, en la santa Pascua, nos dan el don de Dios.

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