Eclesiología de la catedral y sus consecuencias (1) (Tu Catedral - IX)

La Iglesia local se manifiesta y al mismo tiempo se realiza como tal cuando está reunida en asamblea eucarística presidida por el obispo.

Es una verdad eclesiológica la que se verifica en la catedral: en cada iglesia reunida en torno a su obispo está presente toda la Iglesia de Cristo, una, santa, católica, apostólica. Por esto, la importancia de la liturgia celebrada en la catedral no es de orden ceremonial sino teológico, porque deriva de la plenitud de significado de la asamblea litúrgica presidida por el obispo: es una “especial manifestación de la Iglesia” (SC 41).

Seguiremos la reflexión de Pere Tena, en un artículo suyo[1], para entrar más en la eclesiología de la catedra y ver sus aplicaciones litúrgicas y pastorales, que son muchas.

Es la catedral la iglesia del obispo

En la perspectiva del ministerio episcopal hay una relación entre la catedral y la Iglesia local. Ya lo estableció la Tradición por boca de san Ignacio de Antioquía: “Donde está presente el obispo, allí está la comunidad, como donde está Jesucristo, allí está la Iglesia Católica” (Ad Smyr., 8,2).

Esta relación teológica entre Iglesia local y catedral, entre obispo y la Iglesia, es una verdad eclesiológica: se manifiesta la Iglesia local, se revela la Iglesia misma. No es de extrañar entonces que el Ceremonial de los Obispos afirme:

“La iglesia-catedral en la majestad de su estructura arquitectónica, es signo de aquel templo espiritual que se edifica en el interior de las almas y brilla en el esplendor de la gracia divina, de acuerdo con la doctrina del apóstol Pablo: “Vosotros sois el templo de Dios vivo” (2Co 6,16). De ahí deriva la imagen vigorosa de la Iglesia visible de Cristo que en el mundo entero ora, canta y adora; ha de ser, pues, tenida por imagen de su Cuerpo místico, cuyos miembros están unidos en la caridad y alimentados con el maná de los dones sobrenaturales.

En consecuencia, con toda razón, la iglesia-catedral ha de ser considerada como el centro de la vida litúrgica de la diócesis” (CE 43-44).

La Iglesia local existe porque tiene un obispo que la preside, que la reúne en la unidad del Espíritu Santo. La catedral es la iglesia del obispo para toda la diócesis, para toda la Iglesia local “mientras que las otras iglesias son como extensiones, realizaciones parciales, bajo la responsabilidad de los presbíteros, de las mediaciones jerárquicas y sacramentales. Decir que la catedral es la iglesia del obispo y que es la iglesia de la diócesis es lo mismo” (Tena, p. 116).

La catedral es la iglesia de la cátedra del obispo (cf. CE 42)

La Iglesia católica “no existe sin la cátedra episcopal, esto es, sin la presencia de la sucesión apostólica que asegura el testimonio del Evangelio con la autoridad de su interpretación auténtica, así como no existe la comunión eclesial sin el altar que reúna al pueblo de Dios para la celebración del memorial del Señor, muerto y resucitado” (Tena, p. 117).

Son dos elementos únicos: el obispo, sucesor de los Apóstoles, y la cátedra, la unidad en la fe, el Magisterio y la Tradición de la Iglesia Y estos dos elementos –el obispo y la cátedra- están ahí visiblemente.

El obispo y su cátedra nos remiten a la sucesión apostólica, que nos garantiza la inserción en Cristo y en la Iglesia católica. La cátedra tiene un papel decisivo en la inserción de un obispo en el corazón de la apostolicidad eclesial. El obispo se convierte en su iglesia en el garante de la apostolicidad, aquel que la representa en el ámbito de la comunión de las iglesias, su vínculo con las otras iglesias.

“La cátedra se encuentra en el corazón mismo de la comprensión de la iglesia local. Por esto, cuando no hay obispo en una diócesis, decimos que esa iglesia diocesana está sede vacante” (Tena, p. 118).

La cátedra es muy simbólica, posee un gran simbolismo y debe ser destacado, conocido. Es más que un objeto o un mero asiento para reposar durante algunos momentos de la liturgia. Fija, en cierto sentido esplendorosa, la cátedra significa de modo permanente la presencia del obispo en esa iglesia. Por eso se reserva sólo al obispo y si un presbítero celebra la santa Misa no ocupa esa cátedra, sino otra sede distinta en el presbiterio.

Y posee un simbolismo cristológico: la cátedra nos remite a Cristo-Maestro:

“Hay aún otra dimensión simbólica de la cathedra episcopal: aquella que el arte cristiano ha expresado maravillosamente sobre todo en los mosaicos y en los arcos triunfales de las basílicas (pensemos en Santa María la Mayor, en Roma, o en San Pablo Extramuros): es la imagen de la cátedra vacía, o bien ocupada por una cruz gloriosa, que simboliza la espera del retorno de Cristo crucificado y resucitado, juez de vivos y de muertos, al final de la historia. La cátedra del obispo en la iglesia catedral adquiere también esta dimensión simbólica, escatológica: ya sea cuando está ocupada por el obispo, porque entonces él anuncia, con la palabra apostólica, el juicio de Cristo, sobre su pueblo; ya sea cuando está vacía, porque nos hace pensar en el momento en el que todas las cathedrae humanas se quedarán vacías y ya sin sentido, porque sólo se sentará “sobre las nubes del cielo” el Hijo del hombre, la Palabra que no pasará nunca, juez de la historia humana” (Tena, p. 119).

La catedral, iglesia del altar del obispo

La única cátedra conduce a los fieles hacia el altar, único a su vez.

La Eucaristía es signo de comunión, crea el vínculo de fraternidad. “Un solo altar”, repetía san Ignacio de Antioquía, congregando a todos en la unidad de una sola Eucaristía, una sola Iglesia: éste es el simbolismo del altar de la catedral.

Es el obispo quien “debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey” (SC 41) para dirigir cada legítima celebración de la eucaristía en su Iglesia (cf. LG 26). Éste es el significado de altar y lo que perciben los fieles viendo a su obispo ofrecer el sacrificio eucarístico en este altar, especialmente los domingos.

“Participar en el altar en el cual celebra el obispo, concelebrar con él en torno a su altar es una de las formas más elocuentes para reafirmar y confirmar la comunión eclesial” (Tena, p. 120). Uno de los grandes ejemplos, en el año litúrgico, es la Misa crismal, Misa para toda la Iglesia diocesana y no clerical (como si fuera sólo para que los presbíteros renovasen sus promesas sacerdotales y asistieran sólo ellos).

El altar es un símbolo permanente. El altar de la catedral es el signo de la comunión con la eucaristía del obispo. Pronunciar el nombre del obispo en la plegaria eucarística de cada Misa es un testimonio litúrgico de la comunión eucarística y sacramental con él.

¡Qué significativo es, en el Pontifical romano, que los nuevos sacerdotes sean ordenados en la iglesia catedral y que la primera Eucaristía que celebran es junto al obispo y en el altar de la iglesia madre para luego ser enviados al servicio de las distintas parroquias y comunidades locales! ¡El altar de la catedral!



[1] TENA, Pere, “Il vescovo nella sua cattedrale” en AA.VV., La Cattedrale, Edizioni Qiqajon, Magnano 2019, 109-133; el original en francés se publicó en Notitiae 348 (1995), 384-408.

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