¿Qué entendemos por espiritualidad? (Notas de espiritualidad litúrgica - II)
La palabra “espiritualidad” se ha hecho corriente en el lenguaje cristiano, con significados complementarios: vida de perfección cristiana, tendencia al misticismo, vida espiritual… Espiritualidad es el modo peculiar de concebir y realizar el ideal de la vida cristiana.
De aquí nacen los diversos matices en la teología y las diversas actitudes del alma respecto a Dios: los distintos caminos espirituales o distintas espiritualidades. A lo que hay que sumar los distintos temperamentos personales tan diversos: como san Jerónimo y san Benito, san Francisco de Asís y san Ignacio de Loyola, etc… Se generan así distintos estilos de santidad que generan tantas espiritualidades como aplicaciones concretas del ideal cristiano, siempre en el seno de la Iglesia.
Muchas de estas espiritualidades tienen detrás Órdenes religiosas que las viven y que las difunden para los demás. Así las corrientes de espiritualidad en la santa Iglesia: cada una con sus rasgos, prestando atención a unos puntos más que a otros, con sus matices a la hora de ordenar el conjunto.
Cada espiritualidad es un medio y no un absoluto; son ayudas y ninguna es obligatoria o superior a las otras, fabricando cristianos de primera o de segunda clase, con cierto elitismo y arrogancia sobre los demás o que sólo mi peculiar camino educa en una fe adulta y los demás no (y dígase lo mismo de la “espiritualidad” de los nuevos Movimientos, comunidades y demás, cuando se arrogan pretensiones de totalidad, casi elitistas, valorándose como superiores a los demás y despreciando al resto de los fieles católicos que sencillamente viven la fe en el ámbito general de su parroquia y de la vida diocesana, sin etiquetas ni adscripciones a Movimientos o Comunidades algunas).
Con palabras muy sensatas del P. Brasó en Liturgia y espiritualidad (Barcelona 1956):
“En sí mismas consideradas, ninguna de las espiritualidades y mucho menos ninguno de los sistemas de espiritualidad son necesarios para alcanzar la perfección cristiana. Para llegar a ser perfecto basta cumplir el Evangelio según la interpretación de la Iglesia, que lo precisa y lo adapta suficientemente a las posibilidades y a las condiciones personales de cada individuo. Esto es lo esencial y basta de sí. Un sistema de espiritualidad sólo tiene el carácter de pedagogo, sobreañadido al magisterio universal de la Iglesia, que nos facilita la inteligencia del ideal evangélico y nos lleva como de la mano hacia su efectiva consecución. Ninguno de los pedagogos puede arrogarse el monopolio de la enseñanza espiritual.
En toda espiritualidad se debe, pues, distinguir lo que es doctrina evangélica y lo que es simplemente un medio o ardid pedagógico de aquel sistema. Lo primero es esencial e indispensable para llegar a tener verdadera vida cristiana; lo otro puede tomarse o dejarse sin comprometer la consecución de este ideal” (p. 20).
La Iglesia, como tal, tiene su espiritualidad, que no es una espiritualidad cualquiera, ni siquiera la mejor y más evolucionada, sino que es la espiritualidad de la Iglesia e incumbe y atañe a todos sus hijos.
La Iglesia, como madre, engendra hijos para Dios, pero provee a su sustento y alimento para procurar su crecimiento y su perfecto desarrollo. Así pues y es importante entenderlo, la Iglesia ofrece a todos sus hijos su método. Todos pueden hallar en la Iglesia (entiéndase: vida diocesana, en la propia parroquia) los medios normales para su perfecto desarrollo y su camino de santificación.
“Sólo afirmamos que los medios usados comúnmente por la Iglesia como tal deben bastar para poder llenar cumplidamente cualquier aspiración de santidad, cualquier ideal de vida cristiana; y que su propio método pedagógico debe ser objetivamente el más perfecto, el más fácil, el más eficaz y el más universal” (Brasó, p. 28).
Esto supone orar, examinarse, purificar el corazón, captar el Misterio revelado… y esto es lo que la liturgia ofrece y comunica.
La labor pedagógica de la Iglesia tiene una peculiar nota característica: es su tendencia a unificar toda la actividad espiritual del individuo, conformándola e incorporándola a la actividad cultual de la Iglesia. Nos incorpora a todos a la liturgia ofreciéndonos a Dios y recibiendo luz de la liturgia misma.
Las otras espiritualidades legítimas las admite como ayudas, complementos, si son útiles.
La espiritualidad de la Iglesia es profundamente teológica y como consecuencia de ello profundamente teocéntrica. “Su plan doctrinal converge todo en Dios, a quien se debe llegar por Jesucristo en la Iglesia” (Brasó, p. 31).
La Iglesia trabaja con fin propio y método: “Así, estableciendo la escala de valores de la espiritualidad de la Iglesia y formando con ellos un programa de actuación, podríamos decir que el cristiano debe hacer penitencia y abstenerse para adquirir las virtudes y tener oración; debe ser virtuoso y orar para recibir con más pureza los sacramentos y para asimilar más eficazmente sus frutos; debe recibir los sacramentos para configurarse al misterio de Cristo en la unidad de la Iglesia, y en Cristo ser glorificación de Dios” (Brasó, p 32).
La Iglesia, madre y maestra, va dando forma cristiana, crística, a sus hijos mediante la gracia de la liturgia. Los fieles, tras participar en la liturgia, deberán procurar asimilar y traducir en sus obras aquello han oído en la liturgia y que se ha realizado sacramentalmente. Por eso la espiritualidad de la Iglesia es espiritualidad litúrgica: “tiende a reproducir en la vida privada de los cristianos aquello que ella ha realizado y enseñado al ofrecer a Dios su culto público, su liturgia” (Brasó, p. 34).
Pío XI, en plena efervescencia del movimiento litúrgico, habló así un 12 de diciembre de 1935 a Dom Capelle (abad de Mont-Cesar):
“La Iglesia permite ciertas oraciones y devociones… porque tiene compasión de la flaqueza de los pobres hombres. Sea, les dice, si no podéis de otra manera, rogad al menos así, con tal que de verdad oréis. Pero cuando uno quiera saber cómo ora la Iglesia, entonces que acuda a la liturgia. Se ha de imitar a la Iglesia y no rehusar por lo tanto aquellas formas de oración que ella permite. Pero es preciso aspirar a más perfección y esforzarse por elevar a los fieles y enseñarles a orar como la Iglesia ora. La liturgia es una gran cosa. Es el órgano más importante del magisterio ordinario de la Iglesia… La liturgia no es la escuela de éste o del otro, sino la escuela de la Iglesia” (cit. en Brasó, pp. 38-39).
5 comentarios
***************
JAVIER:
¡¡Gracias por no objetar nada!! (jejeje)
*+++++++
JAVIER:
¡¡Muchas gracias!! Creo que hay que enfatizar más lo que es común a todos, el ejercicio de la maternidad de la Iglesia mediante la espiritualidad litúrgica, que acentuar tantísimo la propia espiritualidad adquierida en el "camino", "movimiento" o lo que sea, como si esto fuese lo fundamental y básico -superior a todo- en lugar de ser complementario y enriquecedor.
Pero creo que también eso muestra el vaso de barro en el que portamos un tesoro impresionante, y, ahí no creo que falle nada.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.