Epíclesis y consagración (Plegaria euc.- V)
Desciende el Espíritu Santo, da fuerza y actualidad a las mismas palabras eucarísticas del Señor: “Tomad y comed…", “tomad y bebed…”
Estamos en el núcleo, en el centro de todo: la acción del Espíritu Santo da realidad y vida a los signos y las palabras y ya no son mero recuerdo, sino sacrificio y presencia real.
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El rito eucarístico no es una simple ceremonia, ni un recuerdo de algo pasado y confinado al ayer, ni un símbolo de fraternidad. Es el presente de Dios aquí para nosotros. No es memoria, sino memorial; no es ayer, sino hoy; no es recuerdo, sino Presencia.
Así lo ha entendido siempre la fe de la Iglesia, como ahora lo expresa el Catecismo de la Iglesia Católica:
1363. En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen, en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto: cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Éxodo se hacen presentes a la memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.
1364. El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): «Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que “Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado” (1Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención» (LG 3).
Y esto es posible gracias al Espíritu Santo que actualiza, renueva, recrea, hace presente. Es llamado e invocado, la epíclesis, con una amplia extensión de manos del sacerdote sobre el pan y el vino ofrecidos.
“Derrama desde el cielo el rocío de tu Espíritu” (PE Rec I),
“bendice y santifica, oh Padre, esta ofrenda haciéndola perfecta, espiritual” (PE I),
“santifica, Señor, estos dones con la efusión de tu Espíritu” (PE II).
Con su glorificación a los cielos, Jesucristo es el Mediador que asegura la perenne efusión del Espíritu, santificándolo todo, conduciéndolo a su plenitud. El misterio de Pentecostés se verifica en cada Eucaristía que se celebra. “Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo” (PE IV).
El mismo Espíritu, que cubrió con su sombra y fecundó con su poder las entrañas de María, la Virgen Madre, santifica la oblación de la Iglesia; el mismo Espíritu Santo que obró la Encarnación en el seno de la Virgen, obra maravillosamente esta “encarnación eucarística”; el mismo Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos, vivifica ahora el pan y el vino transformándolos en un orden nuevo.
Entonces Cristo toma las manos de tu sacerdote, toma sus labios, todo su ser, para obrar el milagro de la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre gloriosos, en la Oblación de su Cuerpo y Sangre al Padre. Toma Él este pan “en tus santas y venerables manos” (PE I); toma el cáliz, “este cáliz glorioso” (PE I), y transforma lo creado en una nueva creación. El sacerdote se inclina un poco: no es él sino la fuerza del Espíritu la que consagra, y se inclina un poco como gesto epiclético, gesto vinculado al Espíritu, y así cubre con su sombra el pan y el vino como el Espíritu cubrió con su sombra a su Madre, la Santísima Virgen.
“Tomad y comed todos de él… Esto es mi cuerpo”, “Ésta es mi sangre”.
¡Te adoramos, Señor!
Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección hasta que vuelvas. Sí, así es. Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas glorioso desde el cielo. Así lo creemos, Señor Jesús (cf. PE Rito Hispano-mozárabe).
9 comentarios
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JAVIER:
La casuística sacramental no es mi fuerte, porque genera en mí hasta escrúpulos sobre la validez y quiero desear que "Ecclesia suplet". En este caso no creo que afecte la validez puesto que la fórmula fue válida durante años.
Yo tampoco lo sabía y me parece un gesto muy bonito y simbólico. Gracias por explicarnos estas cosas a los pobres profanos.
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JAVIER:
Por si acaso en el artículo no lo dejé claro o está mal explicado: las palabras de la consagración no se dicen en voz baja, sino un poco inclinado el sacerdote y pronunciando con claridad dada la naturaleza sacramental de estas palabras.
En voz baja, casi en silencio (técnicamente se llama "en secreto") el sacerdote a lo largo de la Misa tiene varias plegarias. Profundamente inclinado ante el altar reza antes del Evangelio, también después del ofertorio y antes de lavarse las manos. Además oraciones secretas: al besar el Evangelio, al echar el agua en el cáliz, al lavarse las manos, preparándose para la comunión, al comulgar el Cuerpo y la Sangre del Señor, al purificar los vasos sagrados.
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JAVIER:
De salud... descansando tras 12 sesiones de quimioterapia, y a la espera ya de operación.
Le tendremos en cuenta en nuestra oración.
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