"Es nuestro deber y salvación darte gracias" (Plegaria euc.- III)
Una corriente de vida y de gracia desciende del cielo hasta nosotros; un canal, un torrente, se desborda para nuestro bien y nuestra santificación: es la Eucaristía, el don de Dios, el sacrificio de la muerte y resurrección de Cristo hoy en el altar mediante los signos sacramentales.
En la Eucaristía, Dios entra en nuestra vida: Cristo mismo en el Sacramento se nos da. ¡Gozo de la Eucaristía!, el cielo se hace presente en la tierra y nos eleva hasta Él. La liturgia, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, glorifica a Dios y santifica a los hombres (cf. SC 10), y ahí caen todos los protagonismos, que tanto gustan, para centrarse humilde y discretamente en el único protagonista: Dios, el Misterio pascual de Cristo. Entonces la liturgia recupera su solemnidad, su sacralidad. ¡Estamos ante el Misterio de la salvación de Dios! Así puede nacer en nuestras almas el gozo de la Eucaristía.
La plegaria eucarística, “centro y culmen” de toda la Misa (IGMR 78), es “oración de acción de gracias y de santificación” (Ibíd.). Comienza exhortándonos a todos, hijos de la Iglesia, a levantar el corazón, es decir, volcar toda nuestra atención en el Señor, poner la mirada del corazón solamente en Él y elevarnos sobre lo mundano. Aquí no caben ni las distracciones, ni la rutina, ni las prisas. Habiendo levantado el corazón hacia el Señor, damos gracias a nuestro Dios porque “es justo y necesario”.
¿Cómo no dar gracias a Dios constantemente? ¿Cómo no dar gracias? ¡Si precisamente “Eucaristía” significa “acción de gracias”! La vida cristiana es agradecida a Dios, siempre. Tenemos memoria, no nos olvidamos de las acciones de Dios, sus prodigios, sus hazañas victoriosas en nuestro favor (cf. Sal 77; 105).
¡La Iglesia tiene memoria! Haciendo memoria de la acción de Dios, haciendo memoria de los misterios salvadores de Cristo, prorrumpe en una narración de acción de gracias: “porque Tú eres el Dios vivo y verdadero que existes desde siempre y vives para siempre, luz sobre toda luz” (PE IV), “porque gracias al misterio de la Palabra hecha carne la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor” (P Navidad I); “por Él, que es tu Palabra, hiciste todas las cosas” (P Común VI); porque “en ti vivimos, nos movemos y existimos” (P Dominical VI).
De la memoria brota la alabanza; hacer memoria de Dios es desembocar en una acción de gracias. ¿Cuándo dar gracias? La Eucaristía resume y sintetiza la acción de gracias de cada uno en una plegaria común. Es la gran acción de gracias de toda la Iglesia. Pero, cada uno de nosotros, aprende del ritmo de la plegaria eucarística a vivir en acción de gracias “siempre y en todo lugar”, en cada momento, en cada instante, allí donde nos encontremos. Siempre dar gracias a Dios, siempre reconocer y recordar sus dones, gracias y beneficios: un cristiano siempre tiene memoria de Dios y es agradecido; la luz de la fe ilumina los ojos del corazón para que vea en todo la Providencia de Dios, su Amor, su intervención salvadora en el día a día, en cada jornada, con miles de detalles de Dios.
“En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, siempre y en todo lugar”.
Los mismos textos de la liturgia, ya sea en las preces de Laudes y Vísperas, ya sea en oraciones del Misal, nos educan y enseñan a vivir en acción de gracias:
Tú, que al nacer has revelado la bondad de Dios y su amor al hombre, ayúdanos a vivir siempre en acción de gracias por todos tus beneficios[1].
Que sepamos contemplar las maravillas que tu generosidad nos concede, y vivamos siempre en acción de gracias[2].
Dios de amor, que has hecho alianza con tu pueblo, haz que recordemos siempre tus maravillas[3].
Da, Señor, a tus fieles, el espíritu de oración y de alabanza, para que en toda ocasión te demos gracias[4].
Oh Dios, Padre de todos los dones,
de quien viene cuanto somos y tenemos,
enséñanos a reconocer los beneficios de tu amor
y a amarte con todas las fuerzas de nuestro corazón.
Por Jesucristo nuestro Señor (Misa para dar gracias a Dios, B).
3 comentarios
Aprovecho para desearle un feliz año, sobre todo con salud que es lo importante. Que el Señor le premie toda su dedicación .
En mi parecer, lo mejor es recuperar de nuevo el Canon Romano Clásico, un único Canon, para que todos puedan recordarlo.
De hecho, la Reforma de la Misa de Pablo VI de 1969 en absoluto ha traido la supuesta primavera que se prometía. Visto el fracaso en 50 años, se deberían de eliminar.
Además, la Misa se refiere al Sacrificio de la Cruz, y estas nuevas plegarias las veo todas ellas fuera de lugar. Siempre pensé que, puestos a tener 7 plegarias (9 con las de reconciliación), era una cifra completamente arbitraria: ¿Por qué no 20, 50 ó 100? puesto que los pasajes del Evangelio son muchísimos...
No encuentro razón para poner, dentro del principio de innovación, abreviación, renovación y multiplicidad, muchas más plegarias eucarísticas, por ejemplo, sobre el demonio y los exorcismos, para los milagros, del Sermón de la Montaña, para dificultades de la Iglesia, para enfermos, para la gracia santificante, Emaús, la Ascensión, la Resurrección, el Huerto de Getsemaní, Jesús eterno Sacerdote, Jesús Profeta, Jesús Rey, la evangelización, la catequesis... un coro de anáforas...
Evidentemente, no estoy de acuerdo, pues propongo el retorno al Canon Romano único, pero aceptando la innovación y diversidad, ignoro por qué los liturgistas no pusieron muchas más... en el fondo, veo elección y selección en la arbitrariedad, capricho...
Me alegra este comentario del blogger.
Los que son incapaces de apreciar la maravilla que es la liturgia en nuestro modo ordinario de celebración se pasan la vida buscando pegas que solo existen en su imaginación y haciendo caso omiso a todo lo positivo que hay en nuestra liturgia.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.