Sobre el padre Fortea y mi último post.
Les comparto algunas reflexiones que me suscitan los comentarios a mi entrada anterior.
1. Algunos comentaristas caen en lo que yo justamente quise evitar: juzgan y condenan a la PERSONA, cuando yo solamente me enfoqué en el escrito. Publiqué los comentarios -de los cuales cada uno se hace cargo- para que se vea el contraste entre lo uno y lo otro. Cuando ese juicio incluye suposiciones infundadas -como aquel que decía, con seguridad, “no debe celebrar Misa… no debe rezar” está objetivamente cometiendo una falta contra la caridad. Y bastante grave.
Que yo esté en desacuerdo con dos escritos del Padre Fortea y los principios que se enuncian en ellos, no significa que yo deslegitime sus anteriores escritos y todo el bien que ha hecho a infinidad de almas.
Tampoco estoy suponiendo en él mala intención, sino un error objetivo en la formulación de sus ideas. Alguien sugería que al utilizar el término “falacia” yo doy a entender el deseo de engañar. Pero me atengo al significado clásico de falacia, que es un argumento aparentemente válido pero en realidad erróneo, sin intención de engañar. Cuando esa intención existe, se lo llama sofisma (al menos así lo he estudiado yo y así uso los términos)
2. Otros comentaristas se muestran en desacuerdo con mi crítica, desde diversos postulados.
a. Algunos dicen: “yo he leído todos los libros… he escuchado sus charlas… lo conozco personalmente… y nunca encontré un error". Eso es justamente lo que señalo: un cambio en él. La historia -y nuestra propia historia personal- nos demuestra que alguien puede cambiar, en cualquiera de las dos direcciones.
b. Otros se enfocan en otro punto: “la corrección tiene que ser en privado… con qué necesidad exponer estas cosas así… esto genera división". Lo primero que llama la atención es que estos comentaristas me corrijan en público diciéndome que está mal corregir en público. Si consideran que ese es un acto malo, están cayendo en el “ojo por ojo, diente por diente". Si consideran que es algo legítimo y necesario -corregirme en público- están partiendo y actuando desde el mismo principio que lo hago yo. El mismo principio desde el cual el padre Fortea critica el pensamiento de otras personas desde su blog.
El Catecismo de la Iglesia Católica -un tesoro que tenemos que redescubrir- enseña:
2477 El respeto de la reputación de las personas prohíbe toda actitud y toda palabra susceptibles de causarles un daño injusto. Se hace culpable:
— de juicio temerario el que, incluso tácitamente, admite como verdadero, sin tener para ello fundamento suficiente, un defecto moral en el prójimo;
— de maledicencia el que, sin razón objetivamente válida, manifiesta los defectos y las faltas de otros a personas que los ignoran (cf Si 21, 28);
— de calumnia el que, mediante palabras contrarias a la verdad, daña la reputación de otros y da ocasión a juicios falsos respecto a ellos.
Tengo la tranquilidad de no haber incurrido en ninguno de estas faltas, especialmente porque para “manifestar los defectos” del escrito del padre Fortea tengo una razon objetivamente válida.
3. Llego aquí al punto más importante, que ya ha sido expuesto muchas veces en Infocatólica.
A todos los comentaristas que se sorprenden por mi escrito les aliento a que puedan leer y releer serenamente las cartas de Pablo a Timoteo… que lean las cartas de Pedro, de Judas. Son escritos bíblicos, de santos y mártires, y están llenos de DURAS ADVERTENCIAS CONTRA LOS FALSOS MAESTROS. Pablo y los demás son mucho, muchísimo más severos de lo que he sido yo.
Estas advertencias y este poner de manifiesto los errores doctrinales de otros ES UN DEBER DE CARIDAD hacia los fieles que, confundidos por las enseñanzas erróneas, corren peligro de condenación eterna.
El Código de Derecho Canónico enseña, al referirse a los derechos y deberes de todos los fieles
212 § 3. Tienen el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas.
Tal vez se puede aclarar con un sencillo ejemplo. Si yo soy médico, y hay en mi ciudad o mi país un médico que en los medios de comunicación enseña a la gente que el cianuro en realidad no es malo para la salud, que es un elemento necesario para el desarrollo cerebral, que antes había muchos prejuicios contra esa sustancia pero que hoy tenemos que abrirnos a nuevas experiencias… yo, como médico, para proteger la salud de la población, no sólo tengo derecho sino también a veces el deber de salir públicamente a rebatir sus afirmaciones.
La corrección fraterna en privado es el ÚNICO CAMINO cuando el pecado del otro ha sucedido en la intimidad. Cuando un pastor del renombre del padre Fortea se desvía de la Verdad de Cristo, está amenazando la integridad de la fe de otros creyentes. Es él y no yo el que pone -en este preciso caso al que me remito- en riesgo la unidad eclesial, que ha de ser unidad en la caridad y en la verdad.