La alegría sacerdotal: "llega el Esposo, salgan a su encuentro"
“Llega el Esposo, salgan a su encuentro”
Estas palabras del Evangelio de hoy han resonado fuerte en mi interior estos días.
Días que han estado repletos de actividades, inundados de proyectos, de iniciativas y de concreciones.
Días donde Jesús me ha regalado no sólo el gozo de sembrar, sino la luminosa e inmerecida experiencia de -algo- cosechar.
Pero aunque la “onda verde” en varios asuntos es capaz de traer entusiasmo a cualquier corazón, hay una experiencia que es aún más luminosa y plenificante: “llega el Esposo, salgan a su encuentro".
Y es que en estos días las ALEGRÍAS más intensas, alegrías de Cielo, Jesús me las ha regalado en la administración de los sacramentos.
Alegrías inmensas, paz sin fronteras, unificación interior en el momento de adorar el Cuerpo Sacrosanto luego de consagrar; alegría profunda y duradera al oír la confesión de los pecados de niños de catequesis, entrecortada por sus sollozos y lágrimas; alegría desbordante al Bautizar un niño que reía divertido cuando su padres y padrinos decían “sí, creo…"; alegría y esperanza, regocijo sereno al entregar el Cuerpo del Señor por primera vez a un grupo de niños…; alegría y emoción al compartir la de unos novios que, decididos a comenzar una nueva vida, juran amor eterno ante el altar.
Alegrías tan intensas e inocultables que me he sorprendido a mí mismo, varias veces, sonriendo y hasta riendo en medio de la solemne ocasión de celebrar un sacramento
En cada uno de esos momentos que jalonan la vida sacerdotal -intercalados con idas y venidas, con algunos enojos y decepciones, con compras y ventas, con encuentros fraternos, y viajes, y clases y charlas- en cada uno de esos momentos he experimentado, con fuerza y realismo: “LLEGA EL ESPOSO, SALGAN A SU ENCUENTRO".
¡Gracias, Jesús, Amor mío!
¡Ayúdame, Madre, a tener siempre mi lámpara encendida!