Un enigma llamado Benedicto XVI
El sábado 11 de febrero se cumplen 4 años de la renuncia de Benedicto XVI. Desde entonces el Papa emérito ha permanecido casi completamente en silencio, dedicado a la oración por la Iglesia.
De entre sus apariciones públicas y sus declaraciones o escritos –que no han sido demasiados- ocupa un lugar por demás importante lo escrito para una publicación sobre Juan Pablo II, con ocasión de su canonización.
Allí señala que, para él, los textos magisteriales más importantes fueron los siguientes:
- la “Redemptor hominis” de 1979, en la que el Papa “ofrece su síntesis personal de la fe cristiana", que hoy “puede ser de gran ayuda para todos lo que están buscando";
- la “Redemptoris missio” de 1987, que “resalta la importancia permanente de la tarea misionera de la Iglesia";
- la “Evangelium vitae” de 1995, que “desarrolla uno de los temas fundamentales de todo el pontificado de Juan Pablo II: la dignidad intangible de la vida humana, desde el primer instante de su concepción";
- la “Fides et ratio” de 1998, que “ofrece una nueva visión de la relación entre fe cristiana y razón filosófica".
No hay que ser muy perpicaz para darse cuenta de que estos documentos se ocupan de temas sumamente relevantes. Ni es necesario ser muy lúcido para descubrir que en varios aspectos cada una de estas temáticas ha sido minimizada, relativizada o al menos enormemente atenuada -vuelvo sobre ello más adelante-.
Luego de esas suscintas referencias a las encíclicas, Benedicto se extiende un poco más sobre otros dos documentos: Veritatis Splendor y Dominus Iesus.
Y los destaco, porque me parece muy notable como el 2017 parece haberse iniciado con el ataque frontal a aquellos dos textos.
La primera está siendo contestada de una forma tan frontal que asusta. Redactada sobre el entramado del diálogo de Jesús con el Joven Rico, en continuidad con el Catecismo, redime los “Diez Mandamientos” de una apreciación negativa injustísima, que hoy parece estar nuevamente de moda. Las fundamentaciones con que algunas conferencias episcopales u obispos de diócesis puntuales justifican la comunión de quienes viven en adulterio parecen sacadas textualmente de las doctrinas que aparecen en Veritatis Splendor… condenadas.
La relativización de la necesidad de la misión, la justificación de la apostasía en prestigiosos y cuasi oficiales medios católicos, los compromisos con el judaísmo en detrimento de la plena unidad católica, la lectura del Corán en reuniones “católicas” -no me atrevo a llamarlas celebraciones, la exaltación de Lutero como testigo del Evangelio, las propuestas y pedidos de intercomunión, el hecho de que con toda naturalidad se hable de iglesias refiriéndose a comunidades luteranas o protestantes –lo que implica una negación o distorsión del concepto de “Iglesia”, constituido enteramente sobre el sacramento del Orden y la Eucaristía como actualización de la Pascua- significan una negación y contestación de hecho a aspectos nucleares de la Dominus Iesus.
Y aunque sea menos perceptible, en las actitudes contrarias a ambos documentos hay en la base una negación de otro de los documentos señalados como más relevantes: Fides et Ratio. Porque, por un lado, hay un discurso irracional, por el cual se nos quiere convencer de que en sus propuestas todo sigue igual siendo enteramente distinto. Que no hay cambios cuando los cambios son evidentes. Que hay una continuidad completa cuando la ruptura es absolutamente clara. Se está negando uno de los fundamentos del ejercicio de la razón: el principio de no contradicción, sin el cual la realidad se vuelve ininteligible. Se niega, por otra parte, la capacidad metafísica de la inteligencia, de tal modo que van desapareciendo las referencias a la “naturaleza humana". como un vestigio de tiempos ya superados. La fe, en estos planteos, ya no aparece como la respuesta al Dios que se revela. Ya no es el acto de aquel que, oyendo, y movido por la gracia, da su asentimiento a la Palabra y al que la y se pronuncia. La fe es puro constructo humano, y la Revelación no es ya un hecho trascendente, irrupción de lo eterno e inmutable en la historia. Por lo tanto, la “doctrina” -nueva malapalabra- y la praxis eclesial son un modelo para armar, completamente ajustable y camaleonizable con el contexto vigente.
Dicho esto, y volviendo al inicio, confieso que el enigma de la renuncia de Benedicto XVI se vuelve aún más grande, al menos para mí. ¿Qué pensará realmente, más allá de lo que pueda o decida decir o callar? ¿O habrá cambiado radicalmente su manera de pensar, en la cumbre de sus días?
No lo sé ni puedo saberlo, y quizá no lo sepa nunca. Lo que sí intuyo es que detrás de todo hay un misterioso designio divino, que incluye también los errores y prevaricaciones humanas.
Si bien pueden encontrar los textos en este artículo de Infocatólica de 2014, los transcribo nuevamente aquí para favorecer su lectura.
E imploro Domino Iesu que su Esposa, la Iglesia, no se deje encandilar por el anhelo del aplauso, por la necesidad de la aprobación del mundo, sino que continúe fiel a su misión de hacer resplandecer en el mundo Veritatis Splendor.
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Sobre Veritatis Splendor
La encíclica sobre los problemas morales, la “Veritatis splendor", ha necesitado muchos años de maduración y su actualidad sigue siendo inmutable.
La constitución del Vaticano II sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, frente a la orientación prevalentemente iusnaturalista de la teología moral de la época, quería que la doctrina moral católica sobre la figura de Jesús y su mensaje tuviera un fundamento bíblico.
Esto se intentó mediante alusiones solo durante un breve periodo. Después se fue afirmando la opinión de que la Biblia no tenía ninguna moral propia que anunciar, sino que reenviaba a los modelos morales periódicamente válidos. La moral es cuestión de razón, se decía, no de fe.
Desapareció así, por una parte, la moral entendida en sentido iusnaturalista, pero en su lugar no se afirmó ninguna concepción cristiana. Y puesto que no se podía reconocer ni un fundamento metafísico ni uno cristológico de la moral, se recurrió a soluciones pragmáticas: a una moral fundada sobre el principio del equilibrio de bienes, en el que ya no existía lo que es verdaderamente mal y lo que es verdaderamente bien, sino solo lo que, desde el punto de vista de la eficacia, es mejor o peor.
La gran tarea que Juan Pablo II hizo en esa encíclica fue la de encontrar nuevamente un fundamento metafísico en la antropología, como también una concreción cristiana en la nueva imagen de hombre de la Sagrada Escritura.
Estudiar y asimilar esta encíclica sigue siendo una obligación de grandísima importancia.
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Sobre Dominus Iesus
También aquí quisiera poner un ejemplo. Frente a la tormenta que se había creado entorno a la declaración Dominus Iesus me dijo que durante el ángelus pretendía defender sin equívoco el documento. Me invitó a escribir un texto que fuera, por así decir, hermético y no permitiera ninguna interpretación diversa. Debía emerger de forma del todo inequívoca que él aprobaba el documento incondicionalmente.
Por tanto, preparé un breve discurso; no pretendía, sin embargo, ser demasiado brusco y así intenté expresarme con claridad pero sin dureza. Después de haberlo leído, el Papa me pregunto otra vez: «¿Es realmente suficientemente claro?» Yo respondí que sí. Quien conoce los teólogos no se asombrará del hecho que, sin embargo, después hubo quien mantuvo que el Papa había prudentemente tomado distancia del texto.