Con el Totus Tuus entre ceja y ceja
Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días

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16.02.18
Continúo desglosando en estas sencillas meditaciones la oración de consagración de mi sacerdocio, que compartí hace unos días
14.02.18
12.02.18
Comienzo a desglosar la oración de consagración que compartí en la anterior entrada, con la certeza de que algunas ideas e intuiciones pueden ayudar a otros hermanos en la fe y quizá en el sacerdocio
7.02.18
A partir de hoy, comenzaré a compartir una serie de meditaciones sobre el sacerdocio, tomando como hilo conductor el texto de la consagración que, por gracia de Dios, pude hacer el día de mi primera misa solemne.
Hoy comparto sólo el texto de la oración, dejando para próximas entregas las meditaciones. Me encomiendo a sus oraciones para poder ser fiel a todo aquello que vislumbré como meta personal y espiritual.
Oh Señora Mía, Reina del Santísimo Rosario, oh Madre Mía.
Yo, Leandro Daniel Bonnin, sacerdote para siempre por misericordia del Padre y de tu Hijo Jesucristo, me ofrezco totalmente a vos.
Oh Madre, educadora del Verbo encarnado, formadora de santos, hoy renuevo mi alianza eterna de amor contigo.
Y en prueba de mi filial afecto, y en respuesta a tu ternura maternal, te consagro en este día:
Mis ojos, pidiéndote tener siempre la mirada misericordiosa del Padre;
Mis oídos y mi lengua, para que como vos sepa escuchar y comprender la Palabra, y la proclame con valentía y coherencia en toda circunstancia;
Mis manos ungidas, para que las preserves de la rutina, para que celebrando cada día los sacramentos de tu Hijo con espíritu renovado, sea capaz de imitar lo que conmemoro, y conforme mi vida al misterio de la Cruz;
Te consagro sobre todo mi corazón; este corazón frágil y pecador, pero que quiere arder en el fuego del Espíritu, para tener los mismos sentimientos del Buen Pastor.
En una palabra te consagro todo mi ser. Quiero marianizar totalmente mi sacerdocio. Quiero en tus manos ser, con toda mi vida, fuente de agua viva, regazo materno para el afligido, puente entre el Cielo y la tierra, hostia viva que se ofrece para gloria del Padre, y se da como alimento al mundo.
Oh Madre de bondad, Reina del apostolado fecundo, guárdame del orgullo, de la mediocridad y de la tristeza, y dame un corazón humilde y magnánimo, casto y alegre.
Defiéndeme de las asechanzas del enemigo, de la ambición y de la pereza, y haz que me consuma la sed de almas, y el deseo de atraer a todos hacia tu Hijo.
Utilízame como cosa, posesión e instrumento tuyo. En tus manos tengo la certeza de cumplir la voluntad del Padre, de gastar mi vida para gloria suya, extensión del Reino de Cristo, y para tu regocijo.
Madre, todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío.
Totus tuus ego sum, et omnia mea tua sunt, in saecula saeculorum. Amen.
26.01.18
La figura de José Gabriel del Rosario Brochero, como la de tantos santos y santas, es enormemente rica en matices. No sólo porque ellos llevan en sí la complejidad de la existencia humana, sino también porque en ellos se manifiesta –con transparencia- el Misterio de Jesucristo.
En mi reciente visita a la Villa del Tránsito, en la nave de la Iglesia donde él tantas veces celebró y predicó, les hacía a los 60 peregrinos con los que llegamos hasta su tumba como una síntesis rapidita y de memoria de lo que más me impresionaba.
1. En primer lugar –comenzando por lo exterior- les destacaba su celo apostólico y su preocupación por salvar almas para Cristo, por encima de todo. Esa preocupación –que era en él como un “fuego devorador”- lo llevó a emprender innumerables obras y sobre todo lo impulsó a realizar su más grande proeza apostólica: la Casa de Ejercicios, donde -de a centenares- gauchos de toda la región se encontraban con Dios y cambiaban de vida.
Él podía decir como Pablo “llevo en mi carne las llagas de Cristo”, sobre todo en sus asentaderas, lastimadas por las continuas andanzas a lomo del Malacara.
2. En segundo lugar, su vida intensa vida de oración y su amor a Jesucristo y a la Purísima, que le llevaba a no descuidar nunca sus momentos de intimidad con el Señor. Esa vida de intimidad con Jesús se volvió mucho más intensa con la llegada de la lepra, como consecuencia de visitar y compartir el mate con un enfermo que vivía abandonado en la sierra. A partir de entonces, su ministerio sacerdotal se “redujo” (¿o se amplió?) al ofrecimiento como víctima, a la celebración del Santo Sacrificio, al rezo continuo del Santo Rosario.
3. Y lo más impactante para mí, lo que más me ayuda en muchos momentos de mi vida sacerdotal, es el hecho de que Brochero, como Cristo, antes de entrar en la Gloria, tuvo que padecer no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. Él, que se había “gastado y desgastado” por servir a sus hermanos, fue abandonado y dejado de lado por casi todos.
Las multitudes que lo acompañaban en sus obras, la gente que iba y venía sin cesar hacia su iglesia, los muchos admiradores que conocieron su figura a través de los diarios de la época… todos –o casi todos- se apartaron de él con temor, al descubrirse la cruel enfermedad, que desfiguró su rostro y fue carcomiendo su cuerpo, pero embelleció, purificó y enalteció su alma. Brochero tuvo muchos “Domingos de Ramos”, pero también, antes de ingresar en la Pascua Eterna, pasó por Getsemaní y su personal Calvario.
Y me animo a decir -sin dudar- que Brochero leproso en su casa, ciego, sin sensibilidad en las manos, celebrando la Misa de memoria, abandonado de todos… fue más sacerdote que nunca.
Maravillosa experiencia de total cristificación, que hizo de su sacerdocio una ofrenda aún más perfecta.
Nos viene muy bien en tiempos donde la búsqueda de los aplausos de los demás, el reconocimiento, la aprobación del mundo y de los fieles, pueden convertirse imperceptiblemente en nuestra meta como sacerdotes… desvirtuando nuestra misión y conduciéndonos, peligrosamente, al terreno de la vanidosa y narcisista autoexaltación.
Brochero construyó muchos caminos y muchos puentes, pero entre todos ellos, él fue sobre todo un camino y un puente… Se dejó usar, se dejó “pisar”, para que los otros alcanzaran la otra orilla. Y desapareció.
Pero no desaparece su memoria, y su intercesión, y su rostro fiero –ñato y orejón- nos hablan todavía hoy de una belleza y de un sentido escondido a los ojos del mundo.
Gracias Brochero!
Sacerdote de la Arquidiócesis de Paraná, Licenciado en Familia, Miembro del apostolado Vocación al Amor, que difunde la Teología del Cuerpo de Juan Pablo II.
Actualmente párroco en Cristo Peregrino. Autor de una quincena de libros sobre Liturgia, espiritualidad, Familia y Vida.
Puedes ponerte en contacto a través de correo [email protected] o en Facebook facebook.com/leandro.bonnin.9