¡Cuánta suciedad en la Iglesia!
En los últimos días, a la luz de cuanto es de público conocimiento en la Iglesia en Argentina, recordaba este memorable párrafo del Card. Ratzinger en 2005, en su célebre Via Crucis, que Juan Pablo II siguió aferrado a la Cruz mientras ingresaba en la etapa final de su travesía:
¿Qué puede decirnos la tercera caída de Jesús bajo el peso de la cruz? Quizás nos hace pensar en la caída de los hombres, en que muchos se alejan de Cristo, en la tendencia a un secularismo sin Dios. Pero, ¿no deberíamos pensar también en lo que debe sufrir Cristo en su propia Iglesia? En cuántas veces se abusa del sacramento de su presencia, y en el vacío y maldad de corazón donde entra a menudo. ¡Cuántas veces celebramos sólo nosotros sin darnos cuenta de él! ¡Cuántas veces se deforma y se abusa de su Palabra! ¡Qué poca fe hay en muchas teorías, cuántas palabras vacías! ¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!
Yo era acólito entonces, y esperaba recibir (un mes después) la ordenación diaconal. Con una enorme ilusión, la misma que a los 16 años me impulsó a ingresar al Seminario con anhelos de santidad y de entrega. La misma que, a pesar de todo, hoy el Señor me sigue regalando, aún en mi pequeñez.
Yo era entonces incapaz de comprender del todo la magnitud de la “suciedad” que hay en la Iglesia, y especialmente en los sacerdotes. Claro que sabía de sacerdotes que abandonaban su ministerio luego de haber traicionado por fragilidad su promesa de celibato, pero de ninguna manera podía imaginar… cuánta suciedad había en la Iglesia.
No podía imaginar que algunos llamados al sacerdocio eligieran deliberadamente vivir en una doble vida, practicando -antes, durante y después de su ordenación- una sexualidad desordenada, muchas veces homosexual. No podía de ningún modo pensar que hubiera ¡sacerdotes! que usaran su lugar de autoridad para mancillar la inocencia de niños, adolescentes, destruyendo de modo casi irreparable su corazón y su pureza. No podía imaginar, mucho menos, que hubiera monstruos que justificaran sus pecados de lujuria -con jóvenes o adultos- mediante motivaciones “espirituales” y explicaciones teológicas. No podía imaginar, menos aún, que existiese en la Iglesia una verdadera red de pecado y ocultamiento, un auténtico “lobby gay", que promoviera al sacerdocio, a puestos de responsabilidad y al episcopado a sujetos afines a sus ideas y propuestas, y bloqueara a quienes podían amenazarlo.
No podía imaginar, ni entraba en mi imaginación la mera posibilidad, de que quienes eligen este perverso modo de vida celebrasen cada día la Santa Misa en pecado mortal, profanando el Cuerpo sacrosanto.
Porque la inmoralidad consentida y elegida como estilo de vida -diferente de los pecados de fragilidad que todos podemos cometer eventualmente, y repudiar y rechazar enérgicamente- tiene como más trágica consecuencia el sacrilegio. Así lo decía el card. Ratzinger:
¡Qué poco respetamos el sacramento de la Reconciliación, en el cual él nos espera para levantarnos de nuestras caídas! También esto está presente en su pasión. La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón.
Pero nosotros, miembros de la Iglesia actual, hijos de una sociedad líquida, inmersos en el relativismo, ¿sabemos ya lo que es el sacrilegio? ¿Creemos de verdad que nuestros pecados hieren el Corazón del Salvador? ¿Creemos de verdad que la Iglesia, la Esposa del Cordero, se desangra por nuestros pecados, especialmente los de los sacerdotes?
Alguien se preguntará: “Padre, casi todos los días se sabe de nuevos escándalos, ¿por qué escribir justamente ahora?". Y respondo: porque no es lo mismo un presbítero que un obispo. Y no es lo mismo que un obispo sea acusado de actos cometidos hace años, que de otros que puedan haberse realizado mientras ejerce la plenitud del sacerdocio, abusando de su lugar de poder y autoridad espiritual para ejercer como depredador. Y porque estas situaciones manifiestan la gran fragilidad de tantos mecanismos en la vida de la Iglesia y una perdida de conciencia de muchos, que permite que ocurra. Devela un problema que es mucho más grande que un pecado o desviación personal.
El dolor y la oscuridad que surgen de la realidad tenebrosa de la Iglesia nos deja a veces sin capacidad de pensar una solución o una propuesta. Aunque, en realidad, todos sabemos qué debemos hacer y qué no para no lastimar el Corazón de Jesús. Pero lo primero que debemos hacer, es lo que señala el card, concluyendo su meditación:
No nos queda más que gritarle desde lo profundo del alma: Kyrie, eleison
A quien lea estas palabras, a quien las llegue a entender, lo invito a repetir, desde el abismo de miseria humana: Kyrie, eleison
A mis hermanos sacerdotes, a quienes día a día gastan su vida buscando la santidad, permaneciendo fieles a la oración, luchando por sacar a nuestros hermanos del pecado… a mis hermanos sacerdotes que aún creen en presencia real de Jesús en la Eucaristía, les invito, les pido, que clamemos, más y más fuerte: Kyrie, eleison. Que lloremos por quienes no lloran, que amemos por quienes no aman, que adoremos por quienes profanan… Y que seamos humildes y transparentes, porque llevamos el tesoro en vasijas de barro.
Y pidamos al Señor que nos dé lucidez y coraje para no ser cómplices, nunca jamás, del misterio de iniquidad. Los pecados en la Iglesia los sentimos como nuestros, no solo porque somos un Cuerpo, sino porque en una u otra medida podemos haber contribuido a naturalizarlos. O callamos cuando debimos hablar.
Concluyo estas palabras que escribo con lágrimas en los ojos con la oración que el mismo card. compuso para esa novena estación:
Ten piedad de tu Iglesia: también en ella Adán, el hombre, cae una y otra vez. Al caer, quedamos en tierra y Satanás se alegra, porque espera que ya nunca podremos levantarnos; espera que tú, siendo arrastrado en la caída de tu Iglesia, quedes abatido para siempre.
Pero tú te levantarás. Tú te has reincorporado, has resucitado y puedes levantarnos. Salva y santifica a tu Iglesia. Sálvanos y santifícanos a todos.
15 comentarios
Saludos cordiales.
Nada nuevo bajo el sol .
Existe el "coraje eclesial", el Paulino "del buen combate".
Es lo que "sin querer queriendo" haces en este artículo.
La traición siempre es interna, y cuando se arma una "interna", Dios mío...
San Pablo enseña y exige esa valentía (predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, corrige, exhorta con toda paciencia y con preparación doctrinal, pues vendrá el tiempo en que los hombres no soportarán la sana doctrina, sino que, llevados de sus caprichos, buscarán maestros que les halaguen el oído, se apartarán de la verdad y harán caso de los cuentos, pero tú estate siempre alerta, soporta con paciencia los sufrimientos, predica el evangelio, cumple bien con tu trabajo).
Todavía hay muchos que hablan que, en la Iglesia, los trapos sucios se debieran lavar en casa.
Así lo creí yo también durante muchos años: ¡ Nada que pudiera hacer daño a nuestra madre La Iglesia Católica !
Pero cambié. Me di cuenta que realmente los trapos nunca se lavaron en casa porque en casa no hay lavadora. Que si pillaban a un sacerdote haciendo guarrerias, su obispo lo trasladaba a otra parroquia y fin.
Tambien vi como no se ejerce el ministerio de la autoridad por quienes están obligados a ellos en virtud de su cargo. Que al final todo se quedó en "que no haya escándalo", pero llegó un momento, las redes sociales, donde los escándalos no se pueden seguir tapando.
Y en este momento pienso que hay que airear, convenientemente claro, lo podrido que hay dentro para así obligar al metropolitano a tomar alguna resolución más allá de un simple cambio de destino.
Muchas gracias por su lúcido artículo que a algunos nos confirma en la buena dirección
Místico de Cristo. Amarla a pesar de los lunares, manchas, heridas y suciedades. No significa hacerse el ciego sino más bien un llamado de atención a cada uno de nosotros a responder con claridad y firmeza, ante la pregunta de Cristo "A quien buscan?" A Ti Señor!! Por supuesto da vergüenza estás situaciones, sin embargo no se puede pensar a Cristo y su mensaje sin la Iglesia.
Gracias por sus palabras que tienen mucha objetividad y amor por la Iglesia
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