Día 11: La presentación del Niño Jesús en el Templo
LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO
Contemplar
El Niño crecía, y crecía, y crecía. Sus ojitos eran ya capaces de permanecer abiertos, irradiando su mirada una hondura infinita.
Ya se habían apagado los ecos del cántico celestial de la noche del alumbramiento. Ya habían puesto el nombre de Jesús al pequeño, y lo habían incorporado al pueblo de Israel mediante la circuncisión.
María y José, antes de comenzar a preparar su viaje a Nazareth, se dirigieron una vez más al templo para presentarlo al Señor. Siempre tan discretos, tan simples, tan humildes, tan iguales a los demás jóvenes matrimonios, y siempre tan extraordinariamente bellos en su simplicidad. Tan llenos de Dios y tan transparentes.
Estaban esperando su turno, llevando al pequeño y al par de pichones de paloma que ofrecerían en su lugar, cuando de entre la muchedumbre surge un anciano. Sus manos toscas y arrugadas no parecían coincidir con el inmenso resplandor juvenil que emanaba su rostro. Los saludó como si los conociera de toda la vida, como si siempre los hubiera estado esperando. Se inclinó con reverencia ante el pequeño y –tembloroso- lo tomó en sus brazos. Primero lo miró fijamente unos instantes, luego lo besó con enorme respeto y cariño a la vez, y por fin, rompió a cantar. Era el canto de un anciano que veía cumplidas sus esperanzas, pero era también el de un entero pueblo tantas veces humillado y derrotado, que comprobaba que su Dios, Yahvé, era y permanecía siempre fiel.
“Mis ojos han visto tu salvación, que has preparado ante todos los pueblos”, decía Simeón, y esos ojos se llenaban de luz como si volvieran a ser los de su adolescencia. El Niño le devolvía la alegría, la paz y la certeza de que habían llegado los tiempos de la exaltación del Pueblo de Abrahám.
De pronto, Simeón quedó callado. Su sonrisa se trocó en un gesto preocupado y casi sombrío. En ese íntimo diálogo que tenía con su Dios, algo había acontecido, y comenzó a llorar serenamente, mientras abrazaba al bebé, como queriendo protegerlo. ¿Qué sucedía, por qué este cambio?
Pronunció entonces palabras difíciles de comprender: el pequeño sería luz de las naciones, pero también “signo de contradicción”, “causa de caída y elevación para muchos”. Mirando fijamente a María –que todo lo guardaba en su interior- le dijo con certeza y dolor: “una espada atravesará tu alma”.
María no comprendió exactamente. No alcanzaba a vislumbrar cómo este anuncio podía estar unido al de Gabriel y al de Isabel, y al canto de los coros angélicos… Pero en un instante se le hizo claro que la dificultad para encontrarle sitio no podía haber sido casual. Que el reinado de su bebé y el cumplimiento en él de las promesas hechas a David sería de una manera paradójica y misteriosa. María imaginaba la espada atravesando su alma y, también entonces, reclinando su cabeza en el hombro de José, abrazando una vez más a Jesús, le dijo lenta y conscientemente: “Yo soy tu esclava… que se haga en mí según tu palabra”
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Reflexionar
María y José presentan su Hijo Primogénito a Dios, reconociendo que sólo a Él pertenece la Vida de todos. ¿Sabes tú ofrecer al Señor lo mejor de tu existencia, lo que más aprecias?
Simeón confía plenamente en el cumplimiento de las promesas, incluso teniendo que esperar largamente su concreción. Simeón es modelo de confianza. ¿Sabes tú esperar “contra toda esperanza”?
El Niño llega al mundo a cumplir una misión que se revela ya desde el inicio en el doble aspecto de dolor y gozo, de derrota y victoria, de cruz y resurrección. ¿Sabes tú aceptar los dolores que inevitablemente forman parte de la vida?
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Pedir
Padre Eterno, yo me quiero ofrecer por entero a tu servicio, por manos de María, como lo hizo el Niño Jesús aquella vez.
Señor Jesús, ayúdame a dar sentido sobrenatural a los pequeños acontecimientos de la vida, para que toda ella sea una continua alabanza a la Gloria del Señor.
José y María, intercedan por todos los matrimonios jóvenes, para que comprendan la nobilísima misión que han recibido de engendrar hijos para este mundo y para el Cielo. Que ellos encuentren siempre en ustedes el modelo a imitar.
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