Catequista, en tu día
Bendito seas, catequista…
Porque AMAS al Dios Uno y Trino, y sacrificas horas de descanso o de familia para acercarlo a los hombres y acercar a los hombres a Él…
Porque AMAS a tus hermanos, y habiendo encontrado el tesoro escondido y la perla más preciosa, no te guardas la alegría para vos mismo ni la encierras en tu pecho: la compartes con generosidad.
Porque AMAS tu misión, y aunque sabes que los hombres no siempre la reconocen, la vives con pasión: “ay de mí si no anuncio el Evangelio…”
Bendito seas, catequista…
Porque en tus ojos, en tu sonrisa, en el tono de tu voz y en los gestos de tus manos, resplandecen los rasgos del Buen Pastor, que da su vida por las ovejas, y de María, que educa con ternura al Niño en Nazareth…
Porque aceptas con humildad y valentía la noble misión de formar los rasgos de Jesús en el barro tierno –o a veces duro- del corazón de los niños, jóvenes y adultos que te son confiados…
Porque no tienes miedo de decir al hombre de hoy, prisionero del tiempo y cerrado a la Trascendencia: “¡Dios existe y te ama… hay un Cielo eterno, una Vida perfecta, al final del camino!”
Porque no dudas en señalar el camino de la Verdad y del Bien, el camino por el Desierto, estrecho y exigente pero feliz, que conduce al Banquete de las Bodas del Cordero, ayudando a los otros a descubrir y saciarse cada domingo con el Maná verdadero, pan de los peregrinos.
Porque sabes que conocer al “Único Dios verdadero, y a su enviado Jesucristo”, y “amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas y con todo el espíritu”, vale más que todas las ciencias y que todos los tesoros materiales del mundo.
Bendito seas, catequista…
Jesús y la Iglesia, el mundo entero, te debe mucho más de lo que imaginas.
Que en este día puedas –al menos por unos instantes- “entrar en el gozo de tu Señor”.
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