El castigo como expresión del amor
Sor Lucía Caram y sus heréticas declaraciones han suscitado innumerables artículos en estos días, y nos ha permitido a muchos exaltar nuevamente -y, quizá, profundizar- el misterio ede la virginidad de María “antes, durante y después del parto".
No quiero ser redundante, pero no quería dejar pasar la oportunidad para compartir una reflexión que hace Benedicto XVI en su libro “Luz del mundo". El contexto es el tratamiento de los abusos sexuales de menores por parte de miembros del clero.
Pero en cuanto la negación de las verdades de fe -que siendo pertinaz se transforma en herejía- es un delito canónico, creo que pueden aplicarse casi textualmente las palabras de Benedicto, así como también a todos los ámbitos de la vida eclesial en los que se ve involucrada el derecho y la disciplina.
“…el derecho penal eclesial funcionó hasta los últimos años de la década de 1950, que si bien no había sido perfecto -mucho hay en ello para criticar-, se lo aplicaba. Pero desde mediados de la década de 1960 dejó simplemente de aplicarse. Imperaba la conciencia de que la Iglesia no debía ser más Iglesia del derecho, sino Iglesia del amor, que no debía castigar. Así, se perdió la conciencia de que el castigo puede ser un acto de amor. …
En ese entonces se dio también entre gente muy buena una peculiar ofuscación del pensamiento.
Hoy tenemos que aprender de nuevo que el amor al pecador y al damnificado está en su recto equilibrio mediante un castigo al pecador aplicado de forma posible y adecuada. En tal sentido ha habido en el pasado una transformación de la conciencia a través de la cual se ha producido un oscurecimiento del derecho y de la necesidad de castigo, en última instancia también un estrechamiento del concepto de amor, que no es, precisamente, sólo simpatía y amabilidad, sino que se encuentra en la verdad, y de la verdad forma parte también el tener que castigar a aquel que ha pecado contra el verdadero amor.“
Cuando me encontré por primera vez con este texto, poco tiempo después de publicado el libro, me “abrió la cabeza", ayudándome a ver cómo, en efecto, también en mí se había producido un estrechamiento en el concepto del amor.
Castigar al pecador y al que comete delitos contra la fe y contra la unidad eclesial -y ni hablar de tantas otras aplicaciones que, en un sentido mucho más amplio, podrían darse en el plano social, educativo y familiar- es, entonces, un acto de amor:
- hacia quien ha delinquido: no castigar, no sancionar, dejar todo como si no hubiera pasado nada, es “pasar de largo” ante quien está “herido y medio muerto". Podríamos comparar la pena con el vino que el Buen Samaritano aplica sobre las heridas del hombre caído en el camino. Si el que profiere y ventila pensamientos contrarios a la fe no recibe una justa corrección sanción, puede pensar -hasta incluso de buena fe- que lo que hizo no es demasiado grave, y continuar por el camino que lleva a su propia ruina. La sanción, con la privación del ejercicio de ciertos derechos en el ámbito eclesial, le permite, por un lado, dimensionar su falta, a la vez que se le ofrece un tiempo de reflexión y se abre el camino del arrepentimiento.
- hacia quien ha sido ofendido: en este caso, la Santísima Virgen María, la “siempre Virgen", y en última instancia, al Dios Uno y Trino, que en María y en su perpetua virginidad han manifestado de una manera sublime e incomparable su sabiduría y omnipotencia. Los santos han sido siempre celosos defensores del honor de Dios, comprendiendo que verdaderamente las blasfemias lastiman el corazón de Dios, lo ofenden, lo hieren. Basta recordar a Ignacio, impulsado casi a herir al musulmán que osó cuestionar la virginidad de María. El castigo al que blasfema e incurre en herejía -siempre según el derecho- es una manera de expresar el amor a nuestro Creador y Redentor.
- hacia el Pueblo de Dios que, atónito, escucha a una consagrada relativizar alegremente una verdad tan preciada por él. Y, aún más atónito, se pregunta: “¿por qué nadie hace nada?". “¿Es que acaso en la Iglesia se puede vulnerar lo más sagrado, y todo sigue como sin más?” “¿Es que acaso ya la fe no importa?” Castigar -con la pena canónica justa- a quien ha sembrado confusión y desasosiego es un evidente acto de servicio a los fieles sencillos. Los educa, les brinda seguridad, los afirma en el camino de la verdad.
No sé qué tan lejos pueden llegar estas palabras, y probablemente no sean leídas por quienes podrían intervenir.
Pero igualmente, y a modo de oración, quiero expresar: por amor al Dios y a María, por amor al Pueblo de Dios y por amor a Sor Lucía Caram… esperamos la sanción correspondiente.
24 comentarios
De manera tal que si no hay una sólida motivación de amor que lo justifique, el castigo no debe darse.
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Padre Leandro
Benedicto XVI está completamente de acuerdo con lo que ud. afirma Ricardo!
La formulación de la frase (que tomé textual para el título, pero que fuera de contexto puede entenderse mal) es que, en la visión reduccionista de la segunda mitad del siglo XX, se relacionaba siempre castigo con odio, cuando también PUEDE ser un acto de amor. Y así es -o debería ser- siempre que un cristiano o una autoridad eclesiástica impongan una pena, como acto de amor.
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Eso podía pensarse -quizás un poco ingenuamente- en la época del escrito. Ahora ya sabemos que no es así, sino que hay una subversión radical en la jerarquía de la Iglesia. ¿Falta hace que mencione casos concretos?
Bien, lo hago pero sólo algunos pocos, para no abundar:
(...)
Y pongo a Dios por testigo de esto que afirmo con absoluta convicción.
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Padre Leandro
Ricardo, edité el comentario, porque nos vamos de tema, y los lectores fácilmente pueden encontrar en Infocatolica las referencias que ud menciona.
Me interesa mucho el texto de Benedicto, porque tiene una aplicación a la vida social (donde se habla con tanta liviandad de "despenalizar" o se defenestran posturas donde se le da importancia a la pena) y también en la familia, donde es importante que los padres comprendan que el castigo es parte del amor, es una de sus expresiones.
Por otro lado, el texto es un reconocimiento de errores cometidos durante los últimos decenios por los diversos pontífices. Benedicto XVI comenzó a aplicar el derecho con rigor en lo relativo a los abusos sexuales, y muchos hubiéramos estado muy conformes si también lo hubiera hecho con los abusos litúrgicos, doctrinales, etc.
Bendiciones!
Es muy cierto: cuando se abandona la fe y luego toda referencia a un orden moral, los castigos tienen una motivación egoísta, convirtiéndose en meras represalias o venganzas.
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Padre Leandro
Birlibirloque, los comentaristas coinciden en que en la época de Jesús no se aplicaba la pena de lapidación a las mujeres adúlteras.
Por otro lado, en la Iglesia primitiva el adulterio era, junto con la herejía y el homicidio, uno de los pecados que, para ser perdonados, necesitaban un tiempo de penitencia pública, de modo que los que lo cometían y se arrepentían sólo eran reincorporados a la plena comunión eclesial luego de ese tiempo penitencial.
Además usted ha tenido la delicadeza de publicar lo esencial de lo que quería decir: que hay una subversión radical en la jerarquía (o al menos en una cierta encumbrada jerarquía) de la Iglesia.
Así que muchas gracias.
Muchas gracias, Padre, por su blog. Esperemos la sanción correspondiente.
Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad.
Oponer misericordia a severidad en el castigo de la herejía es perverso. Sobre todo cuando lo que está en juego es la salvación de las almas.
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Padre Leandro
Lo que me gusta del texto de Benedicto es que se reconoce que ese cambio de mentalidad no fue bueno para la Iglesia. Lástima que no se aplicó a la herejía el mismo criterio que para los graviora delicta contra el sexto mandamiento.
Juan XXIII es, a mi cditerio, el que tiene más el beneficio de la duda, ya que podía llegar a pensar, de buena fe, que iba a ser bueno para la Iglesia y su misión. Hoy ya no tenemos dudas.
Este mandato te confío, Timoteo, hijo mío, conforme a las profecías hechas sobre ti anteriormente: que de acuerdo con ellas milites en este noble combate, mantengas la fe y la buena conciencia. Algunos, por haberla desechado, naufragaron en la fe. Entre ellos están Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar.
1Ti 1,18.20
Yo, por mi parte, ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya he juzgado, como si estuviera presente, al que así obró: en el nombre del Señor nuestro Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesús, que ése sea entregado a Satanás para castigo de la carne, y así el espíritu se salve en el día del Señor.
1ª Cor 5,3-5
Pero hay otros obispos malos (aunque muchos, tal vez la mayoría, bienintencionados) que castigan según lo que la moda condene, y hoy está de moda condenar lo que se opone a lo políticamente correcto.
Para resolver esto el Señor acostumbra enviar profetas, como San Pablo, que puso en su lugar a san Pedro cuando éste estuvo tentado de cargarse parte de la doctrina de Cristo por quedar bien con un sector de partidarios de la circuncisión.
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Padre Leandro
Tengo la impresión de que no has leído el artículo Mirta.
Por mi parte he juzgado lo que ella ha hecho y dicho "como monja carmelita y frente a las cámaras", y creo que es gravísimo. ¿Está mal mi juicio? No deseo su mal, sino su bien. Pero no el falso bien del aplauso del error y la blasfemia, ni el falso bien de la callada complicidad ante su descarado insulto a Mi Madre Santísima y las verdades de Mi Santa Iglesia. El bien que deseo es el mayor que puedo desearle: el de su arrepentimiento, conversión y reparación del daño que ha hecho. La Santa Iglesia sabe mejor que yo -y que usted- como deben resolverse estos casos. A Ella le imploro que lo haga aplicando las sanciones que Ella misma -la Santa Iglesia- prevé para casos como este.
No creo estar haciendo gala de nada. Simplemente AMO a Mi Madre Santa y Siempre Virgen María.
Quien públicamente atenta con sus palabras heréticas a la fe de los sencillos -está matando su fe, el valor mayor y don de Dios a los hombres.
En estos casos como en otros referentes al sexo, debería pronunciarse por quien corresponda:¡¡TOLERANCIA CERO¡¡.
(Prov 3, 12; Hebr 12, 6).
"Yo corrijo y reprendo a los que amo" (Apoc 3,19).
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P. Leandro, si tal hubiese sido su intención, lo primero que tendría que haber hecho era derogar el Código Canónico vigente, eliminando las sanciones.
Y acto seguido declarar abrogadas las enseñanzas de todos sus antecesores en el siglo XX.
Cosa que bien sabemos que no hizo.
Ni tan siquiera intentó.
Por lo tanto no podemos reducir la causa de la perversidad que señala LF, a la mera equivocación de un bonachón bienintencionado.
Hay algo más, evidentemente.
Pues dice en la biblia lo siguiente:
(Tomado de la Biblia de Jerúsalén)
"¡Dichosa la persona a quién Dios corrige! NO desprecies la correción de Shaddai"
Es claro que Dios nos disciplina para que reconduszamos nuestro camino (algunos dicen que castiga directamente él, otros dicen que no es que sea propiamente un castigo sino que simplemente lo permite las consecuencias de nuestros pecados) puesto que el amor algunas veces implica, a como de lugar, hacerle entender a las personas que amamos que deben corregir su camino si quieren llegar a buen destino o si no quieren terminar mal. Por eso nuestros padres humanos, cuando somos menores y dependemos de ellos, nos prohíben ver la televisión cuando no tenemos un buen rendimiento escolar(yo pongo este tipo de ejemplos puesto que jamas estaré de acuerdo con el castigo físico, aunque pueda parecer muy contradictorio).
En efecto estoy de acuerdo con lo que usted dice en el post, aunque yo preferiría llamarlo disciplina.
Ahora, padre... este tema tiene otra arista en la que si no estoy de acuerdo con decir que Dios nos castiga, ni con entender la doctrina católica en ese sentido:
1) El infierno: ¿Dios nos envía al infierno o es fruto de nuestras acciones en vida? (A mi juicio la doctrina claramente afirma que el infierno es únicamente fruto de nuestra libertad y que la sentencia no es más que una confirmación de la opción que ha escogido el hombre)
2) La maldición de la higuera (Mt 18, Mc 11): ¿Con respecto a la esterilidad de israel simbolizado en la higuera, cuál era el objeto de castigarle con la sequedad? ¿Cuando Cristo Maldice la higuera(simbolizando a Israel en la higuera) ha de interpretarse que la sequedad es directamente un castigo, o simplemente una consecuencia de la esterilidad de Israel?
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