Los orígenes del Palmar de Troya (1)
Después de tener noticia del fallecimiento de Manuel Alonso Corral, autodenominado Pedro II como “Papa” del Palmar de Troya (provincia de Sevilla), y sucesor del fundador de esta secta, hemos creído interesante hacer un ejercicio casi de arqueología periodística, buceando en las hemerotecas, y rescatando una serie de cuatro artículos publicados en mayo de 1976 por el recién nacido diario El País, y firmados nada menos que por el periodista y escritor José Jiménez Lozano.
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REPORTAJE: El barroco asunto de El Palmar de Troya / 1
Un aluvión de apariciones
José Jiménez Lozano, 9/05/1976
Las supuestas apariciones de la Virgen en la tierra sevillana de El Palmar de Troya y la extraña mística creada alrededor de los más preclaros videntes de aquel fenómeno han supuesto y suponen un tema de escándalo para muchos, de perfección espiritual para otros y de comienzo de un nuevo cisma en el seno de la Iglesia para algunos. José Jiménez Lozano estudia para El País, en el primer capítulo de una serie de cuatro, este abigarrado y, como él mismo dice, barroco asunto.
El 27 de diciembre de 1969 Clemente Domínguez, -uno de los videntes de El Palmar de Troya y ahora general de la Orden de Carmelitas de la Santa Faz por él fundada -después de haber sido ordenado sacerdote y obispo por Mons. Ngo, antiguo arzobispo de Hué y hermano del presidente vietnamita Ngo Diem-, dijo a sus amigos que tenía que entregar un mensaje celestial a Su Excelencia el Jefe del Estado en su residencia del Pardo y que, «si en contráblamos dificultades para entrar en El Pardo, teníamos que conseguirlo por la brava».
Las pretensiones de Clemente Domínguez eran nada menos las de que el general Franco, en su acostumbrado discurso de fin de año, leyera a los españoles el citado mensaje secreto que Clemente Domínguez había recibido de lo Alto. Clemente Domínguez y sus amigos marcharon, efectivamente, al Pardo, pero los funcionarios del palacio se negaron a dejarlos pasar, toda vez que no tenían concertada audiencia, y se negaron igualmente a aceptarles una carta, indicándoles que la correspondencia para el Jefe del Estado se debía entregar en la secretaría particular del mismo, que funcionaba en el Palacio de Oriente.