¡Que viene el Harmagedón! (2): los adventistas del Séptimo Día
Fragmentos de apocalipsis (12)
El primer ejemplo de interpretación del Harmagedón que vamos a abordar es el de los adventistas del Séptimo Día. Su origen histórico hay que buscarlo en dos figuras fundamentales de todo el movimiento de “reavivamiento” del panorama cristiano en los EE.UU. del siglo XIX: William Miller y Ellen G. White. El primero centró su atención en los libros de Daniel y del Apocalipsis, y tras un concienzudo estudio bíblico en relación con la historia del mundo, anunció la segunda venida de Cristo para 1843, y luego para 1844. A pesar del fracaso profético de este acercamiento a la Sagrada Escritura, White fue capaz de reunir a los adventistas no desencantados del todo (explicando que lo de 1844 no había sido la parusía –evidente–, sino una especie de mudanza que hizo Jesús en el cielo), y en 1863 creó la Iglesia Adventista del Séptimo Día.
Éste es el clima milenarista de su nacimiento, de forma excesivamente resumida, pero suficiente para dar un marco explicativo de lo que vamos a ver a continuación. Sólo nos falta decir que se trata de un movimiento muy controvertido dentro del cristianismo (aspecto éste que también es discutido, si forma parte o no de esta categoría), entre otras cosas por su consideración del sábado y no del domingo como día sagrado, y por la excesiva autoridad que otorgan a los escritos de la “profetisa” White, que habría sido directamente inspirada por Dios, y cuya vida y escritos habrían supuesto el cumplimiento de las Escrituras. Y un detalle importante más: ya desde el origen del adventismo se consideró que todas las Iglesias cristianas integran lo que el Apocalipsis llama “Babilonia la grande” (y premio especial para el papado, que pasa a ser el Anticristo). Costumbre que permanece y que han adquirido como herencia, de forma notable, los testigos de Jehová.