Hollywood, el nido de la Cienciología
El glamour de Hollywood y el destello de su copado firmamento de estrellas permiten a veces eclipsar los secretos y miserias que se barren bajo la alfombra –roja, obviamente–. Por muy almibarados que sean los productos de su factoría, en inhóspitos bulevares rezuma la polémica y son pocos los que se atreven a poner el foco sobre las sombras de la afamada colina de Los Ángeles, ciudad en la que se concentra la mayor parte de los miembros (unos 5.000 de los 30.000 afiliados totales) de la Asociación Internacional de Cienciólogos, la organización que promueve la integración en este grupo. Así comienza el artículo publicado en La Razón y firmado por Noelia Molanes que reproducimos aquí.
Una de las primeras personas que escribió de forma crítica sobre esta creencia fue la periodista Paulette Cooper –que publicó un artículo en la revista británica Queen en 1970 y, al año siguiente, el libro The Scandal of Scientology– y, como ella misma admitiría, además de ser demandada (acabó acumulando un total de 19 denuncias), «recibí amenazas de muerte». Pronto comprobaría cómo la advertencia tomaba forma: la seguían, espiaban sus conversaciones y su nombre y número de teléfono aparecieron en cabinas y lavabos públicos.
Tras un intento de asesinato en su apartamento neoyorquino, se mudó a un bloque en el que sus 300 vecinos no tardarían en recibir cartas en las que se acusaba a Cooper de ser prostituta, violar a menores y padecer una enfermedad venérea. Todo ello, junto a las supuestas amenazas que profirió al secretario de Estado Henry Kissinger y al presidente Gerald Ford, acabó convirtiendo su existencia en una auténtica pesadilla.
Así que, dados los antecedentes –aunque lo tiempos ya son otros–, si hay algo que no debe dejar de reconocérsele a Lawrence Wright –ganador de un Pulitzer por La torre elevada, sobre los ataques del 11-S– es su valentía: su nuevo trabajo lleva por título Cienciología. Hollywood y la prisión de la fe (Debate), en el que aborda los orígenes y los mecanismos de funcionamiento de este grupo, así como los claroscuros de la biografía de su fundador, L. Ron Hubbard, y de sus miembros más populares, entre los que se encuentran aclamados actores de Hollywood.
Inmuebles y números
Es precisamente allí donde se concentra la mayor parte del «imperio inmobiliario de la cienciología», tal y como recoge Wright en su libro. Asegura poseer más de 1,1 millones de metros cuadrados en propiedades repartidas a lo largo del planeta, 26 de las cuales (valoradas en 400 millones de dólares –unos 295 millones de euros–) se encuentran en la meca del cine.
De hecho, el autor señala que «pese a las varias décadas de disminución del número de miembros –aunque en un anuncio, el grupo religioso asegura acoger a 4,4 millones de nuevos adeptos cada año, según un estudio sólo 25.000 estadounidenses se califican a sí mismos como cienciólogos, menos de la mitad de los que se declaran rastafaris– e intermitentes escándalos que podrían haber hundido cualquier otra religión, la cienciología se mantiene a flote más de un cuarto de siglo después de la muerte de su quimérico líder», una situación que, en parte, justifica con «sus colosales recursos financieros», que se estiman en unos mil millones de dólares en activos líquidos (que equivalen a más de 735 millones de euros), según antiguos miembros bien informados.
Una cifra que, tal y como señala Wright, «eclipsa las posesiones de la mayoría de las principales religiones del mundo». Todo ello, unido a su creciente aceptación a nivel internacional –como demuestra la reciente e histórica sentencia del Tribunal Supremo británico, que la reconoció como religión al permitir a una pareja casarse con todos los efectos legales en una capilla de esta organización–, dan clara muestra de su capacidad de influencia.
La promoción de los famosos
Pero al margen de su notable poder económico, una de las claras estrategias de promoción de este grupo es, sin duda, la que concierne a populares actores que han predicado las bondades de la Cienciología por todo el mundo. Los Centros de Celebridades se presentan como «un refugio excepcional para las estrellas de cine espiritualmente hambrientas» y parte del «señuelo» es hacer creer a cualquier miembro del grupo que puede compartir «clase con actores o músicos de renombre», indica Wright.
De las tres clases de cienciólogos que existen, los públicos –que son mayoritarios–, los famosos, y el clero –la denominada Organización del Mar–, son los segundos los que mayores presiones reciben a la hora de hacer públicas sus creencias y dejarse ver en la primera fila de los actos que organizan. A pesar de que parece que los miembros anónimos podrían compartir terapia con ellos, «los verdaderos famosos tienen su propia entrada y sus aulas privadas y raras veces se mezclan con el público en general, excepto los grandes donantes económicos, a quienes se le concede el mismo estatus elevado», indica.
El dinero es, sin duda, uno de los leitmotiv de esta organización y está presente en el embrión de la Cienciología. De la Dianética –una suerte de psicoterapia que constituye el germen de lo que más tarde Hubbard acabaría convirtiendo en uno de los credos de su grupo– se pasa a algo más espiritual, no sólo por un sentido de trascendencia, sino por una cuestión puramente económica.
«Me gustaría crear una religión. Ahí es donde está el dinero», es una de las frases que supuestamente el fundador de la Cienciología pronunció entre 1948 y 1949. Wright, meticuloso en sus citas, recalca que Arnie Lerma, un antiguo miembro que ahora predica la anticienciología, llegó a recabar nueve testimonios con afirmaciones similares. Señala el autor del libro que el problema de la Dianética –desde una perspectiva lucrativa– es que no podía perpetuarse en el tiempo: «La psicoterapia en sí misma lleva a una teórica conclusión: o el paciente se “cura” o decide que a él, el procedimiento no le funciona. En uno u otro caso cesan los ingresos. La religión resuelve este problema. Aparte de las ventajas fiscales, la religión proporciona una mercancía de la que siempre hay demanda: la salvación».
Rentabilizar a las estrellas
Aparte de ayudar a comprender el intrincado nacimiento de este movimiento y la obsesiva mente de su fundador, el libro también desgrana, para placer del lector más curioso, sus relaciones con populares estrellas de Hollywood como John Travolta, Tom Cruise y Paul Haggis –guionista y ganador de dos Oscar por Crash y Million dollar baby y conocido desertor de la Cienciología, de la que se apartó tras la oposición de ésta a reconocer el matrimonio homosexual–.
Del protagonista de Fiebre del sábado noche, que coqueteó con la organización antes de convertirse en un actor de fama internacional, recoge asombrosas declaraciones del intérprete asegurando que «la Cienciología me llevó al estrellato». Y todo porque, tras acudir a una audición, su profesora en un curso del grupo religioso pidió a sus compañeros que «apuntaran en dirección a los estudios de ABC y comunicaran telepáticamente la instrucción: “Queremos a John Travolta para el papel"», que no era otro que el de Vinnie Barbarino, que le haría famoso.
Pero, sin duda, el cambio de rumbo lo marcaría Tom Cruise, cuya «renovada dedicación» a la Cienciología haría «cambiar de manera permanente la relación entre la iglesia y la comunidad de famosos de Hollywood», escribe Wright. El libro revela que el primer contacto de Cruise con este grupo se produjo por mediación de su primera mujer, Mimi Rogers, y pronto se darían cuenta de que «él no era un simple hombre de paja: era un activista con seguidores en todo el mundo». Un convencido cienciólogo que donó, sólo en 2004, tres millones de dólares y a quien la organización llegó a poner a su servicio y al de su entonces mujer, Nicole Kidman, personal doméstico y asistentes que daban cuenta de cada movimiento de la pareja.
Más allá de los destellos de Hollywood, Wright defiende el derecho de cada cual «a creer en lo que desee». Eso sí, denuncia que «otra cosa bien distinta es usar la protección que la Primera Enmienda estadounidense concede a las religiones para falsificar la historia, propagar falsedades y encubrir violaciones de los derechos humanos». Y es que, en el fondo, el autor desenmaraña las tripas de la Cienciología para, en realidad, hablar del peligro de la desesperación humana, que en ocasiones nos entrega, dóciles y blandos, a las afiladas garras de la mentira.
Ron Hubbard, su mentor
Nació el 13 de marzo de 1911. Prolífico escritor de la llamada literatura «pulp», en 1950 publica Dianética: la ciencia moderna de la salud mental, clave para los cienciólogos. Se destaca su insaciable ansia de poder y dinero: casado tres veces, los desencantados afirman que quería hacerse rico fundando una religión.
En 1955, poco tiempo después de la fundación de la Iglesia de la Cienciología, la publicación Ability, afiliada al movimiento, incluía un editorial en el que animaba a los cienciólogos a reclutar famosos para su causa. Entre los objetivos deseables estaban estrellas como Walt Disney, Marlene Dietrich, John Ford y el magnate Howard Hughes.
«Si quieres que uno de esos famosos sea tu trofeo, escríbenos de inmediato y podrás dar caza al personaje sin interferencias. Si nos traes a uno de ellos, conseguirás una pequeña placa como recompensa», recoge Lawrence Wright en el libro. Ya más recientemente, Steven Spielberg también estuvo tentado por Cruise a formar parte de este grupo religioso, pero acabó desisitiendo. David Beckham, su esposa, Victoria, y Will Smith fueron asimismo influidos por el protagonista de Misión imposible.
En el laborioso estudio de Wright se incluyen algunas «celebrities» que coquetearon con la Cienciología. Tom Berenger, Christopher Reeve y Leonard Cohen se interesaron por sus postulados, pero «ninguno de ellos se quedó mucho tiempo», asegura en el libro. También desvela que Elvis Presley «compró varios libros, así como algunos servicios de los que de hecho nunca se benefició».
Rock Hudson también visitó el Centro de Celebridades, pero «se fue enfadado cuando su auditor tuvo la audacia de decirle que no podía marcharse hasta que terminara la sesión, a pesar de que el ídolo de las matinés había agotado el tiempo de su parquímetro», escribe el autor de Cienciología. Hollywood y la prisión de la fe.
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