Salt Lake City, la ciudad mormona que espera el triunfo de Mitt Romney
Enclavado en el centro de Estados Unidos, éste parece otro país. Con cielo claro, la única tormenta de la que se habla llega por televisión desde la costa este, y suena lejana. Decididamente republicana, la Salt Lake City parece de fiesta. Hogar del monumental templo que es sede mundial de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (IJSUD), paladea en estos días la posibilidad de que su hijo adoptivo favorito, Mitt Romney, se convierta en el primer presidente mormón del país.
“Si no lo consigue, igualmente habrá hecho mucho bien por la iglesia, ya que ahora es mucho más conocida y eso la libra de los prejuicios que la rodearon”, dice a La Nación Richard Earley, un profesor de Economía que se confiesa, igual que el candidato, mormón y republicano. Lo cuenta la redactora Silvia Pisani.
En todo caso, lo suyo no es una particularidad extraordinaria por aquí, sino, más bien, moneda corriente. De acuerdo con el último censo, el 63% de la población pertenece al credo, una condición que moldea la vida cotidiana en lo cultural y económico, con un ranking de prosperidad entre los más altos del país.
En lo político, la coincidencia es que los republicanos no tienen que preocuparse por Utah y que los demócratas no tienen mucha esperanza. De acuerdo con el sitio Real Clear Politics, las fuerzas de Romney se llevan aquí más del 60% de la intención de voto, mientras que los simpatizantes de Barack Obama apenas superan el 30%.
“Somos una tierra muy particular”, dice Earley. Pero, más allá de los resultados finales, lo que alienta aquí es la convicción de que, más allá de la suerte que corra, la candidatura de Romney habrá contribuido como ninguna otra causa a paliar los recelos que existen hacia el credo.
En Estados Unidos, ser religioso está bien visto. Pero el problema con los mormones es cierta desconfianza por el “secretismo” que rodea sus actividades. Nadie, que no sea de la religión, puede entrar en uno de sus lugares de culto.
Eso, en el caso de Romney, incluyó a sus suegros. Ann, su mujer, se convirtió al mormonismo para poder casarse con quien sería su marido durante los últimos 43 años. Pero su familia, no. El casamiento se celebró aquí, pero sus padres no pudieron ingresar en el templo para participar en el enlace de su hija.
“Fue un momento de prueba”, escribió la periodista Jodi Kantor en The New York Times, en una nota en la que describió la trayectoria religiosa del candidato. Romney, que fue misionero, “está marcado por la teología y la cultura de la Iglesia de los Santos de los Últimos Días”, sostuvo. Su postulación se reflejó en un retroceso de la desconfianza hacia un credo que, en el mundo, practican cerca de 14 millones de personas, de las cuales la mitad vive en Estados Unidos.
De acuerdo con Gallup, hace seis años, el 66% de los norteamericanos rechazaban la idea de tener un presidente mormón, papel que reservaban más bien para un blanco y protestante. Obama rompió el primer mito. Así como lo hizo ya el católico John F. Kennedy, Romney quiere volver a quebrar el segundo. En ese aspecto, el escenario empieza a serle favorable. Hace poco, una nueva medición del reconocido instituto Pew situaba el rechazo a la idea de un presidente mormón en el 13%.
“La postulación de Romney fue fundamental para eso”, dice Greg Ross, un estudioso de religiones de la Universidad George Washington. Como una moneda de doble cara, esa mayor aceptación ha llevado también a que el candidato fuera más transparente en la materia y hablara de su fe, incluso, en tono de broma. “Me toca ser el que maneja de regreso a casa cuando volvemos de una fiesta”, ironizó, días atrás, en referencia a la condición de abstemios que se da entre quienes profesan su fe.
Utah figura a la cabeza de los estados donde “mejor se vive”, de acuerdo con Gallup. Tal vez no sea casualidad que se lo considere entre los más ricos del país: uno de los aspectos fundamentales de la cultura de esa secta es la de convertir a sus miembros en personas de éxito.
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