Demonios reales, ¿satanismo virtual?
Debe de haber sido casualidad. Hace unos días fui al cine a ver la película El rito, dirigida por Mikael Håfström, y que constituye la última novedad en la cartelera sobre el ya conocido subgénero cinematográfico de los exorcismos (con la también sabida denominación de origen que supone colocarle la etiqueta de “basada en hechos reales”, aunque en verdad se trate de hechos interpretados por una novela intermedia). En ella, el veterano actor Anthony Hopkins interpreta a un también veterano sacerdote exorcista italiano, el padre Lucas, que aparece como mentor del joven diácono norteamericano Michael Kovak (encarnado por Colin O’Donoghue). El clérigo más joven se encuentra, cómo no, viviendo una crisis vocacional y de fe, y sus superiores no encuentran ninguna solución mejor que enviarlo a un curso para exorcistas que se imparte en Roma. Algunos espectadores del filme ya saben –porque el tema ha salido en los medios de comunicación de unos años para acá– que este curso existe, y que lo organiza el Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” en la ciudad eterna. Claro que aquí lo importante no es si existe o no el curso, sino la cuestión del ministerio del exorcista en la Iglesia y, en el fondo, si el demonio existe o no. Algo puesto en duda no sólo fuera del pueblo cristiano, sino también dentro, y muy dentro.
Pero sigamos con la casualidad. Me refería a que, justamente tras ver la película, esa misma tarde, la agencia Zenit publicó una interesante entrevista al director de este curso tan peculiar, que casualmente se realiza esta misma semana en su sexta edición. Se trata del experto François Dermine, a quien tuve ocasión de conocer el año pasado vestido con el hábito blanco de los dominicos (igual que el profesor de exorcismo de la película, al menos bien documentada en este punto). En la entrevista, Dermine, que es presidente en Italia del GRIS (Grupo de Investigación e Información Sociorreligiosa), presenta los aspectos más actuales sobre este tema tan conocido y desconocido a la vez. El exorcismo, un hecho extraordinario –que nadie piense que es algo que se está haciendo a cada momento– es “una obra sobrenatural en la cual el principal personaje es Dios”, según el religioso, pero requiere de un discernimiento previo que tiene que contar con las opiniones médica y psiquiátrica, para evitar la confusión entre enfermedad mental y posesión, y para distinguir los diversos grados de influencia diabólica que puedan darse en una persona.
Sin entrar demasiado en el tema de los exorcismos, que necesitaría mucho más espacio que el de este breve comentario, quiero hacer referencia a una primera cuestión que cita el padre Dermine en la entrevista, y a una segunda que ha aparecido en torno al mismo tema. La primera es la del espiritismo, ya que el dominico afirma que “existen casos de posesiones en que las personas escuchan voces dentro de sí. Esto sucede muchas veces cuando se hace espiritismo”. Ya lo han avisado los expertos: quien juega con fuego puede acabar mal. Y si se abren las puertas a lo desconocido y a lo oculto, puede entrar. ¿Quién o qué? Descartadas las esquizofrenias que se dan en algunos casos, dicen los que saben de estas cosas que aquel que recibe tantos nombres en la tradición judeocristiana, y que aparece con claridad en la Biblia –esto es, el demonio–, tiene opción a entrar cuando se le da la bienvenida a través de las prácticas ocultistas, sobre todo cuando se trata del intento de contactar con los difuntos. Como señala Dermine, “buena parte de las personas que se dirigen a un exorcista lo hacen después de haber participado en una sesión directa, voluntaria de ocultismo, formas de magia, espiritismo, etc.”.
El otro tema es el siempre morboso culto a Belcebú, sea del tipo que sea. El satanismo existe, es real y está entre nosotros. Que por lo general no llegue a sacrificios humanos y cosas horribles de este tipo no significa que sea inofensivo o que sea cosa de película. Aquí sí que hablamos de “hechos reales”, aunque no sean muy conocidos por la propia naturaleza de las sectas satánicas o luciferinas (que son diferentes). Leemos también en Zenit que el encargado de dar la lección introductoria en ese Curso de Exorcismo y Oración de Liberación fue Giuseppe Ferrari, también miembro del GRIS, que afirmó que el satanismo “crea un problema social, ético y cultural de gran importancia, pues consigue aprobar una inversión completa de los valores”. Para el experto, por ejemplo, “no se ve cómo pueda tener una justificación lógica y racional el comportamiento de una persona que incluso no creyendo ni en el demonio, ni en Dios, ni en la Iglesia, ni en el Sacrificio Eucarístico, se compromete de un modo tan fanático en las llamadas misas negras”. El periodista Carlo Climati, también docente en este curso, subrayó esta preocupación al decir en su clase que el culto satánico “busca derrocar y destruir los valores universales que están inscritos en el corazón de todo ser humano” y “crear confusión entre los jóvenes para construir una especie de sociedad al contrario en la que el bien se convierte en mal y el mal en bien”.
Climati, buen conocedor de este tema, sobre el que escribió hace unos años el libro Los jóvenes y el esoterismo (editado en España por Ciudad Nueva), señala al símbolo bien conocido de la cruz invertida como muestra de ese afán destructivo de todo lo que significa el fruto de la fe cristiana en la cultura actual. Y critica la cosmovisión de fondo que tiene el satanismo: una interpretación oscura, pesimista y desesperanzada de la realidad, que se ve desde el prisma de una ética inhumana que significa el triunfo de los fuertes sobre los débiles. Por eso habla, con acierto, de “la muerte de la esperanza”.
¿Pasará sólo en Italia? No, claro que no. Sin caer en los alarmismos y las exageraciones, que son muy fáciles en este terreno, hay que decir que esto se da también aquí. Y no me refiero a algunas profanaciones o agresiones a templos católicos que simulan el móvil satánico para despistar o, de forma retorcida, para hacer más daño a una comunidad cristiana o conseguir un mayor eco de la fechoría, como ha sucedido recientemente, por ejemplo, en Almería. Hay un imaginario colectivo sobre este tema, que trae consigo un morbo especial en torno a cosas como los sacrificios humanos, las misas negras y las prácticas sexuales raras. Hay películas, novelas y productos musicales, como el famoso rock satánico. Pero además está el mundo de las sectas satánicas, que existen, sí, son reales.
El año pasado, el experto Vicente Jara, de la Red Iberoamericana de Estudio de las Sectas (RIES), hizo público un informe sobre la actualidad del satanismo en España. En él ofrecía una cifra aproximada de 61 grupos adoradores del diablo en nuestro país. Digo aproximada porque, como afirmaba Jara, el conocimiento y el seguimiento de tales sectas es, como poco, muy difícil, y habría que matizar muchas cosas, por la gran variedad de corrientes internas, por las situaciones fronterizas con otros fenómenos cercanos (ocultismo, neopaganismo brujeril, esoterismo nazi, derivaciones masónicas, etc.), por la existencia o no de posibles prácticas de manipulación y delictivas o no, y mucho más. El demonio existe –lo digo como católico– y sus adoradores también. Unos creen en él siguiendo la más ortodoxa tradición cristiana, otros le dan la estética más variopinta, y otros lo consideran un símbolo filosófico de liberación y de contracultura sin una existencia personal. Pero unos y otros se dicen sus seguidores.
Para terminar, qué mejor que una afirmación de François Dermine que debe hacernos pensar, volviendo al tema inicial de la existencia del demonio: la secularización y el racionalismo, cuando penetran en la conciencia creyente, se cargan esta cuestión, y por eso “se corre el riesgo de debilitar la fe sobre la existencia del demonio”. Así se le está dejando un amplio espacio de acción. Pero, como concluye el dominico italiano, “entretanto debemos creer que Dios está presente, que actúa, que estamos de la parte del vencedor y que el demonio quiere molestar al hombre, alejarlo de Dios o incluso destruirlo. Y que Dios otorga a la Iglesia los medios para combatir victoriosamente al demonio”. Entre demonios reales y demonios cinematográficos, entre satanismos simulados y satanismos tristemente presentes, es difícil el discernimiento, pero es necesario e importante. Aunque algunos piensen que es un retroceso a la Edad Media, nada de eso. En realidad es no mirar para otro lado, y afrontar cosas que, aunque minoritarias, están ahí.
Luis Santamaría del Río
En Acción Digital
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