Como ya he dicho en otras ocasiones, Monseñor Sebastián es, de lejos, la pluma magisterial más importante del episcopado español en los últimos años. Es una lástima que, habiendo superado ya los 77 años, le quede muy poquito para pasar a la condición de emérito, aunque Roma podría hacernos a todos el favor de mantenerle en su puesto hasta que cumpla los 80; si es que ese fuera también el deseo del prelado, claro.
Su última pastoral es un alegato claro en favor de la verdadera cuaresma cristiana y en contra de los que piensan que pueden inventarse un tipo de cristianismo personalista, al margen de las disposiciones y normas de la Iglesia. Monseñor Sebastián pone toda su autoridad para impedir las absoluciones colectivas. Ante lo cual, me pregunto: ¿en qué lugar quedan ahora aquellos sacerdotes de la diócesis navarra que insistan en practicar dichas absoluciones?, ¿no sería necesario llegar incluso a apartarles del sacerdocio dado que, en palabras del arzobispo, "están haciendo mucho daño en la vida de las parroquias y de los cristianos" y "cometen una grave desobediencia, engañan a los fieles y hieren la comunión eclesial"?, ¿puede un sacerdote hacer todo eso y seguir siendo sacerdote?
Creo necesario pedir a los obispos que pasen del papel a los hechos. Que no basta con escribir buenas cartas y buenos documentos, si luego permiten a los malos sacerdotes hacer daño al pueblo de Dios. Que no somos las ovejas las que debemos desprendernos de quienes se pasan por el forro las normas de la Iglesia. Y que si ellos no nos protegen, ¿quién lo hará?
Por tanto, Monseñor Sebastián, aunque le agradezco su carta, le ruego que en la medida de sus posibilidades, y antes de "pasar a la reserva", ejerza su autoridad episcopal de forma clara y rotunda con los que le desafíen públicamente negándose a obedecerle. Sería un ejemplo para el resto de sus hermanos en el episcopado, y muy especialmente para los obispos más jóvenes, a los que vendría muy bien tener un referente de actuación en su persona.
Cuaresma en tiempos de prueba
Vivimos en una sociedad de muchos contrastes, y hay una cierta predisposición en favor del rechazo, de la transgresión, como si necesitáramos disfrutar del gusto de lo prohibido, de lo nuevo, de lo diferente. En nuestra sociedad se ha instalado la creencia de que para ser progresista hay que criticar a los Obispos y fastidiar a los católicos. Esta situación, poco a poco, debilita las convicciones religiosas de muchas personas, y dificulta la adhesión de los jóvenes a la fe y a las tradiciones cristianas.
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