De las tinieblas a la luz
1ª Ped 2,9
Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Prov 4,18
Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto.
Independientemente de los exámenes de conciencia puntuales que hay que realizar antes de acudir a limpiar nuestra alma en la fuente de gracia del sacramento de la penitencia, creo que es ciertamente muy sano que cada cierto tiempo el creyente se plantee meditar más profundamente sobre su condición espiritual, sobre su caminar en el Señor. Muy equivocados estamos si creemos que basta con no pecar gravemente, que basta con ser "buena gente", que basta con cumplir con preceptos como el de la misa dominical, que basta con dar la imagen de buen cristiano en medio de un mundo donde eso ya no vende. Sin duda todo ello es necesario, pero lo que nos separa de una mayor comunión con Dios no es el camino que ya hemos andado, sino el que tenemos todavía delante por recorrer.
Nunca daremos suficientes gracias a Dios por habernos rescatado de las tinieblas en las que sin duda estaríamos sin la fe que nos sostiene y nos alienta. Mas si no dejamos que el Sol de Justicia, que es Cristo, levante el vuelo sobre el horizonte de nuestras almas, lo más probable es que la niebla se abata sobre nosotros, de forma que aun estando el sol en el cielo, nosotros debamos andar a tientas, casi como si siguiéramos de noche. Cuando así ocurre, apenas vemos tres o cuatro pasos más allá de nuestras narices y nuestro caminar se hace más lento, a la vez que resulta más fácil perderse y tomar un mal camino.