Pendientes de un tribunal
El Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo ha vuelto sobre sus pasos y ha dictaminado que la presencia de un crucifijo en una clase no supone discriminación alguna para los no católicos. Digo no católicos en vez de no cristianos, porque los protestantes no quieren crucifijos sino cruces. Su iconoclasmo les impide aceptar la presencia de la imagen del Señor crucificado.
Dice el tribunal que “un crucifijo colgado de una pared es un símbolo esencialmente pasivo, cuya influencia sobre los alumnos no puede ser comparada a un discurso didáctico o a la participación en actividades religiosas“. Con esa frase casi matan dos pájaros de un tiro. Primero, porque se acepta la presencia del crucifijo. Segundo, porque advierten que los discursos didácticos sí que ejercen una influencia importante sobre los alumnos. Y eso me lleva a pensar que la asignatura de EpC, tal y como está planteada, puede recibir un palo importante desde Estrasburgo. Porque nadie negará que dicha asignatura busca inculcar una serie de valores en el alumnado que en ocasiones chocan con la cosmovisión cristiana. Es decir, si yo fuera Zapatero, estaría preocupado. Y si estuviera entre los padres que han llevado su derecho a objetar ante dicho tribunal, tendría motivos para ser optimista.