20.04.18

Colegios en la arena

Hace años, mi esposa y yo tuvimos que ir a hablar a los alumnos de un colegio religioso, como parte de una iniciativa diocesana. Pasamos por varias clases, contando nuestra experiencia como familia cristiana. En general, partíamos de nuestra propia historia para hablar de la importancia de la fe para la vida familiar, la vocación a la santidad, el matrimonio cristiano o el noviazgo, entre otras muchas cosas. Una de esas otras muchas cosas era la apertura a la vida según la moral de la Iglesia. En general, los estudiantes, de edad adolescente, escuchaban con bastante atención y hacían preguntas que mostraban su interés y, en ocasiones, su sorpresa ante algo que les resultaba completamente nuevo. Solo hubo una excepción y no se trató de un alumno, sino de un profesor, que, al oír hablar de apertura a la vida, empezó a resoplar, a poner mala cara y a mascullar, por lo bajo pero asegurándose de que todos lo oyeran. El profesor en cuestión era uno de los religiosos del colegio.

No estoy diciendo que hubiera relación, pero curiosamente, a las pocas semanas, el colegio se hundió. Literalmente. El edificio se derrumbó, gracias a Dios sin víctimas, por un defecto de construcción. Siempre me ha parecido un signo perfecto de lo que es un colegio “católico” que no está basado sobre la roca firme de la fe de la Iglesia: será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.

Como contraste, quiero mencionar otro colegio que he visitado, este en Estados Unidos, cuyos cimientos están a la vista de todos, en la misma entrada del colegio, donde hay un cartel (ver foto más arriba) que dice:

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8.04.18

La Cenicienta en tierras de Virginia

Hace poco estuve viajando por el estado norteamericano de Virginia. Es una zona muy bonita del país y en ella abundan los lugares históricos y campos de batalla, pero lo que más llamó mi atención fue una de las cosas más pequeñas que vi durante mi estancia: una Lamium amplexicaule.

El nombre científico suena a serpiente pitón o a algún bicho igualmente feroz, pero en realidad se trata de una inofensiva plantita que recuerdo con cariño de los paseos de mi niñez, en los campos de la sierra toledana. Aunque sus flores son muy bellas y de una gran delicadeza, suelen pasar inadvertidas, porque también son minúsculas, de poco más de un centímetro. En consonancia con su belleza y su pequeñez, en español la planta recibe un nombre a la vez humilde y nobilissimus: zapatitos de la Virgen. Las flores tienen cierta semejanza con unos zapatos de fiesta femeninos, así que la piedad popular, a menudo más sabia que los teólogos, se los atribuyó a Nuestra Señora.

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1.04.18

Dejad que el aleluya al fin despierte

Soneto de Pascua Florida

Dejad que el aleluya al fin despierte,
después de tantos días enterrado,
y del miedo, que es hijo del pecado,
con gran gozo, cristianos, os liberte.

Pues quiso el mismo Dios daros en suerte
un Capitán tan bravo y esforzado
que un mapa con su sangre ha dibujado
de la gran aventura de la muerte.

Pilotando una cruz como navío,
con rumbo a la derrota y la victoria,
atravesó el océano bravío.

Así, su viaje en dos quebró la historia,
al volver vencedor del desafío
llevando a sus hermanos a la gloria.

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29.03.18

Por qué sufre Jesús el Jueves Santo

“Jesús se dirige suplicante al Padre como si fuera el criminal y no la víctima. Su agonía toma forma de culpa y de compunción. Está haciendo penitencia. Parece llevar a cabo una confesión. Ejercita la contrición con un realismo y una virtud infinitamente mayores que los de todos los santos y penitentes juntos, porque es la única víctima por todos, la única satisfacción, el verdadero penitente: es todo menos el auténtico y real pecador".

Beato John Henry NewmanDiscourses to mixed congregations.

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28.03.18

Aún queda tiempo

Generalmente, nos planteamos la Cuaresma como una carrera de obstáculos, un tiempo de dieta espiritual o un conjunto de buenos propósitos. Casi inevitablemente, cuando llega el final de esa Cuaresma y los propósitos cumplidos, los obstáculos saltados o los kilos espirituales perdidos son escasos o no existen, sentimos que hemos perdido el tiempo, que la Cuaresma ha pasado y no ha sido más que un desastre, porque seguimos siendo los mismos orgullosos, iracundos, perezosos y envidiosos de siempre.

Gracias a Dios, la Cuaresma no es eso. Los sacrificios, las limosnas y los rezos no son pruebas superadas ni propósitos que nos hacen mejores si los cumplimos. Se parecen, más bien, a los cinco panes y dos peces del muchacho que Jesús multiplicó para dar de comer a miles de personas. Esos panes y peces eran radicalmente insuficientes y habrían seguido siéndolo aunque el chico hubiera traído ocho, doce, veinte o solo un mendruguito. Pero Jesús quiso que el muchacho se los entregara porque lo amaba infinitamente y deseaba asociarlo al milagro que iba a realizar.

Lo mismo quiere hacer con nosotros en esta Cuaresma. El milagro de la conversión es de Dios, nosotros podemos hacer poco más que estar allí y ponernos en sus manos. Todos nuestros sacrificios, propósitos, ayunos y limosnas son como ir a una guerra atómica armados con un cortaúñas y una cacerola en la cabeza: radicalmente insuficientes. Pero Dios quiere que vayamos al combate, que nos presentemos a la lucha aunque seamos derrotados una y otra vez. Es más, a menudo quiere precisamente que seamos derrotados una y otra vez, porque eso es lo que necesitamos para aprender que el milagro de la conversión es suyo y no nuestro, que él es Dios y nosotros no.

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