25.08.20

¿Ayudar a la Iglesia en sus necesidades?

Pongo el título entre signos de interrogación porque, aunque ayudar a la Iglesia en sus necesidades es un mandamiento universal para todos los católicos, hace tiempo que se escuchan numerosas voces que sugieren que quizá sea mejor retirar esa ayuda en ciertas ocasiones o al menos matizarla.

Algunos señalan, lógicamente molestos, diversos casos en los que se utiliza mal el dinero que los fieles dan a la Iglesia. No solo hay casos de simple despilfarro o empleo del dinero de viudas y huérfanos en inútiles burocracias, campañas e iniciativas o en congresos y viajes superfluos (que ya claman al cielo), sino que incluso hay ocasiones en las que el dinero se usa directamente para mal.

Es más que comprensible que haya numerosos fieles que están hartos y que no deseen colaborar con ese desperdicio o esas conductas poco eclesiales. ¿Quién querría contribuir con su salario a que la Pontificia Academia para la Vida proporcione un púlpito a activistas antipoblación, a que Mons. Sorondo viaje a China y elogie el régimen comunista o a que, en multitud de universidades, editoriales, parroquias y colegios “católicos”, se niegue la doctrina católica? ¿A quién no le indigna que la Conferencia Episcopal norteamericana haga donaciones a organizaciones proabortistas, que los obispos alemanes se reúnan para cambiar la fe de la Iglesia o que haya obispos que paguen sumas millonarias para evitar que salgan a la luz las repugnantes prácticas de algún clérigo?

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22.08.20

Los peligros de la publicidad

Vivimos en una época en la que no solo el éxito es fuente de dinero, sino ante todo el dinero es fuente de éxito. Las películas que se ven, los (pocos) libros que se leen, los productos que se usan y los lugares que se visitan son aquellos que tienen detrás una costosa campaña publicitaria. Lo que no se anuncia y publicita, aparentemente no existe o no le importa a nadie. Esto es en parte inevitable, teniendo en cuenta la gran población mundial y la inmensa oferta de todo tipo de productos y servicios, que hacen que el consumidor solo preste atención a lo que se distingue de alguna manera. La cultura de la publicidad, sin embargo, tiene grandes riesgos.

Uno de estos riesgos es la amoralidad de las agencias publicitarias y de los medios en que aparecen los anuncios, que estarían dispuestos a hacer propaganda del diablo si pagara bien. El ejemplo más evidente, entre muchos otros, es la repugnante publicidad de la prostitución que se hace en muchos periódicos. Desgraciadamente, nada hay de extraño en ello. A fin de cuentas, el Mundo y la Carne son buenos amigos (pun intended). El riesgo, sin embargo, también afecta a los medios católicos si no tienen un cuidado exquisito con la publicidad que aparece en sus páginas.

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11.08.20

9.08.20

Preguntas sin respuesta

A veces me da por pensar que la información religiosa debería cambiar su nombre por algo más descriptivo, como Misterios sin Resolver, porque uno lee las noticias y no deja de hacerse preguntas sin respuesta.

Por ejemplo, ¿por qué el cardenal Turkson se dedica a pronunciar discursos sobre el turismo rural, la industria turística y los destinos turísticos extraurbanos? Es más, ¿realmente tiene que haber un Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral y un Presidente del mismo que participa en Jornadas Mundiales de Turismo? Y, con todo el respeto a su Eminencia, en estos tiempos de tan gran escasez de sacerdotes, ¿no estaría mucho mejor el cardenal Turkson haciendo de párroco y dedicando sus horas a celebrar, predicar y confesar en una parroquia rural de esas que no tienen sacerdote? ¿No se beneficiarían más las “comunidades rurales” de una sola confesión que de todos esos discursos políticamente correctos?

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3.08.20

Haz mis pecados ridículos, Señor

En cierta ocasión, el irreverente pero siempre ingenioso Voltaire se jactaba en una carta de la única oración que rezaba: “En mi vida sólo he dirigido una plegaria a Dios, una muy corta: «Oh, Señor, haz a mis enemigos ridículos». Y Dios me lo ha concedido»”.

Aunque, obviamente, no se trataba de una auténtica oración, sino solo de una burla contra sus enemigos, la idea de Voltaire es buena. Pocas cosas aumentan más la moral de los soldados en una guerra que tener enemigos ridículos y dignos de desprecio. En ese sentido, teniendo en cuenta que los cristianos nos pasamos la vida luchando contra el pecado, nos resultaría muy útil ver ese pecado como realmente es: no solo malo y dañino, sino también ridículo y despreciable. El pecador no es un triunfador, sino el más triste y patético de los hombres.

Dándole vueltas a estos temas, he pensado que sería bueno escribir para los lectores una oración para pedir justamente eso a Dios: que haga nuestros pecados ridículos y así facilite nuestra conversión. Espero que les resulte tan útil como lo ha sido para mí.

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