29.09.20

Bajo el ala de un arcángel

Para celebrar la fiesta de los santos Arcángeles, no se me ocurre nada mejor que traer al blog estos versos de Michel Houellebecq, uno de esos ateos que ven claramente el horror de un mundo sin Dios y sienten la poderosa atracción de la fe católica:

Es cierto que este mundo donde respiramos mal
ya no nos inspira más que un asco manifiesto,
un deseo de huir sin esperar las vueltas,
y ya no leemos los titulares del diario.

Queremos regresar a la antigua morada
donde vivieron nuestros padres bajo el ala de un arcángel,
queremos reencontrar esa moral extraña
que santificaba la vida hasta su última hora.

Michel Houellebecq, Poesía, Ed. Anagrama

Ojalá tengamos la humildad de aprender del ateo/agnóstico que Dios nos envía hoy como profeta en estas líneas. Si Dios se valió de Caifás, de Balaam y hasta de su burra para enviar una palabra suya a los hombres, ¿por qué no va a elegir también a un ateo de vida desastrosa, pero que en algunas cosas ve más lejos que muchos católicos abotargados por la sociedad del bienestar?

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8.09.20

De murmuraciones y coronavirus

Veo que el Papa Francisco ha soltado una de sus típicas frases, que se ha convertido en titular de diversos medios. Ya sabemos que, al Papa, como buen argentino, le encantan las afirmaciones redondas que llaman la atención y, en esta ocasión, según parece, ha declarado que “la murmuración es una plaga peor que el coronavirus”.

La frase, comprensiblemente, ha suscitado bastantes críticas en el clima actual de miedo a la pandemia. Varias veces hemos tenido que señalar que otras ocurrencias del Papa no eran muy afortunadas y achacarlas a su costumbre de hablar sin pensar mucho lo que dice. En este caso, sin embargo, conviene señalar que, en sí misma, la frase es correcta e irreprochable. Es más, se trata de una afirmación especialmente necesaria para nuestro mundo y, sobre todo, para la Iglesia de hoy.

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4.09.20

31.08.20

Las nuevas supersticiones en la Iglesia

Nunca deja de sorprenderme que precisamente esta generación tenga la desvergüenza de mirar por encima del hombro a las anteriores y, particularmente, a la Edad Media, la edad de las catedrales y las universidades. Quizá sea aún más sorprendente que ese complejo de superioridad del todo injustificado se haya apoderado también de la Iglesia, que debería tener un poquito más de sensatez que el mundo.

En ese sentido, observo con consternación el resurgir entre los eclesiásticos de antiguas supersticiones, que apenas se diferencian de las mitologías griegas, romanas u orientales. Como siempre ha sucedido en la historia, las nuevas supersticiones usan las palabras que están de moda y apelan a los puntos ciegos del hombre moderno, pero en esencia no son más que una expresión de los mismos instintos supersticiosos del hombre pagano. Las nuevas supersticiones son muy viejas.

Podrían citarse varios ejemplos, pero quizá baste con el más reciente. Esta tarde no he podido evitar un suspiro de cansancio al leer que, sin el más mínimo rubor, los obispos españoles nos sugieren que, de algún modo, la culpa del coronavirus la tienen nuestros pecados contra la ecología:

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30.08.20