Una homilía en que se dice algo
Quizá lo peor que se puede decir de las homilías que se escuchan en nuestras parroquias es que una gran cantidad de ellas no dicen nada. Las honrosas excepciones son eso, excepciones. Si les preguntaran a los fieles qué dijo el sacerdote el domingo pasado, la inmensa mayoría no podrían responder nada más que vaguedades, porque a menudo la misma homilía es un cúmulo de vaguedades. Es cierto que frecuentemente los fieles no escuchan, pero también es cierto que no escuchan porque están acostumbrados a homilías que no dicen nada, que no vale la pena escuchar.
La homilía que les presento a continuación no es de esas. De hecho, más bien dice demasiado. Es un sacerdote norteamericano de una pequeña parroquia de Arizona que no ha aprendido a callarse y mantener un perfil bajo, así que es muy probable que le caigan golpes de todos lados, pero nadie puede acusarle de no decir nada. Si de algo estoy seguro es de que todos los que estaban allí le escuchaban atentamente, lo que parece indicar que, cuando se dicen cosas concretas con claridad, en lugar de lugares comunes manidos, la gente escucha.