Siempre y en todo lugar
No creo que sorprenda a nadie si señalo que la mayoría de los católicos apenas presta atención a las oraciones de la Misa. Si alguien les preguntara a la salida qué decían la oración colecta o el prefacio, pondrían la misma cara que si les preguntaran por la matrícula de los diez últimos coches que han pasado por su calle.
Esto es muy triste, por supuesto, pero no puedo evitar pensar que quizá sea necesario como una especie de velo de Moisés que atenúa habitualmente para nosotros un esplendor demasiado intenso para que lo soporten meros seres humanos. A fin de cuentas, las riquezas que esconde la liturgia y que casi todos ignoran son divinas, eternas e infinitas. No podrás ver mi rostro, porque cualquiera que vea mi rostro morirá, dice la Escritura.