El predicador del Papa y los pobres de espíritu
Hoy recojo esta breve reflexión del P. Raniero Cantalamessa, el Predicador de la Casa Pontificia, sobre una frase del Evangelio de hoy, la primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Me ha llamado la atención el texto, porque, el otro día, una comentarista del blog afirmaba que las bienaventuranzas no están vinculadas necesariamente al cristianismo, sino que podrían ser asumidas por el budismo, el shintoismo o el confucionismo.
En cambio, el P. Cantalamessa subraya que esta bienaventuranza sólo cobra sentido por la venida de Cristo, que nos ha traído el Reino de Dios, un reino que está abierto para todos los que lo quieren recibir. Sin esa nueva situación, sin la venida de Cristo que ofrece el perdón gratuito de su Padre a todos lo hombres, la bienaventuranza no tendría ningún sentido. El pobre a quien se le llama bienaventurado es aquel que no está esclavizado por los bienes de la tierra y puede recibir en su vida la fe en Cristo, que vale más que el oro.

Al contar nuestra experiencia en el , los lectores hicieron varias preguntas:
Después de leer un de este blog sobre la evangelización de Japón, un lector me envió un testimonio de su propia experiencia, que me pareció interesantísimo.
En este blog, hablábamos ayer de tres dominicos que, con la aprobación de su superior, se apartaban de la doctrina católica en puntos esenciales y animaban a las parroquias holandesas a avanzar por el camino del cisma y de la desobediencia a sus obispos. Parece ser que, ante esta situación, fueron los propios fieles los que se quejaron en un número significativo a los obispos, hasta que estos acudieron a la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Como todo el mundo sabe, por razones de audiencia, es habitual que los medios resalten con titulares las noticias escandalosas relacionadas con la Iglesia y, en cambio, releguen al olvido la solución que se ofrece a las mismas, que generalmente se produce al modo pausado y tranquilo propio de la Iglesia.








