29.07.08

Mondoñedo, hórreos en ruinas y la gloria de los justos

Este último fin de semana, algo más largo de lo habitual, aprovechamos mi mujer y yo, junto con nuestros hijos, para dar una vuelta por tierras galaicas. Visitamos por primera vez Mondoñedo, una preciosa ciudad en miniatura, agrupada en torno a su catedral y rodeada de montañas, bosques y espesura. Vista de lejos, se diría casi una ciudad francesa de los Pirineos transplantada por encantamiento al noroeste de España.

Ya más de cerca, salta a la vista el inequívoco carácter español y gallego de la ciudad, desde el escudo imperial de Carlos V, tallado en piedra en la fuente construida por un obispo del lugar, a los hórreos que se encuentran por toda la zona. En las cercanías del Seminario de Santa Catalina, nos cruzamos con varios curas vestidos de sotana y un cierto aire intemporal, que podrían haber salido de una postal de hace cien o doscientos años, a la vez que caminaban con una energía juvenil y decidida.

La Catedral de la ciudad es una de esas basílicas rodeadas por edificios muy cercanos casi por todos sus lados y que se descubren de pronto, levantándose majestuosas al final de una estrecha calle. En mi caso, recorrer angostas callejuelas para contemplar así, de golpe, una catedral magnífica me produjo una alegría que, mutatis mutandis, debe ser similar a la emoción de los conversos cuando descubren la Iglesia después de un largo recorrido vital, como algo sorprendente que sale a su encuentro, llena de la belleza de Dios, de la compañía de los Santos y de la apacible amistad de siglos pasados.

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24.07.08

La Trinidad y la gente sencilla

En torno al artículo de ayer, un lector habitual de este blog, Juan Antonio, escribió un comentario que me pareció muy interesante y, que, a su vez, suscitó muchos otros comentarios. Juan Antonio es físico y tiene bastantes artículos publicados sobre temas físicos en diversas revistas científicas.

Hablando de lo difícil que es entender el amor al enemigo, hizo alusión a la doctrina de la Trinidad y recordó que hay gente que dice que “en la Iglesia a las contradicciones se les llama misterios y todo resuelto”. En realidad, esa actitud es una muestra de la gran ignorancia que tiene nuestra sociedad en lo relativo a los misterios cristianos, que no son ni pueden ser algo contradictorio.

Un claro ejemplo es el desconocimiento que tiene la gente del dogma fundamental de la fe cristiana: la Trinidad. Los cristianos no creemos en un Dios que es uno y tres a la vez en el mismo sentido, ya que eso sería un absurdo. Los cristianos creemos en un Dios que es tres personas y una sola naturaleza, es decir, que es tres y uno en sentidos diferentes: tres “quiénes” en un sólo “qué”.

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22.07.08

Al que te quite la cartera, dale también el móvil

Quaestio Quodlibetalis 10. Hace dos domingos, fui a misa a la Catedral de Luxemburgo. Es una antigua iglesia de los jesuitas, muy bonita pero también muy reconstruida, supongo que por los destrozos que ocasionaran las guerras mundiales. La homilía fue en dialecto luxemburgués, así que, como imaginarán, no me enteré de nada y empleé el tiempo en contemplar las pinturas y relieves de la catedral.

Me gustó especialmente una representación, de estilo renacentista, de las Bodas de Caná. Cristo y los apóstoles estaban representados con las habituales ropas que asociamos con su tiempo, un manto y una túnica o una simple camisola larga y un cinturón. Sin embargo, los novios de la boda estaban vestidos con las ropas propias del Renacimiento, es decir, del momento en que se pintó el cuadro. Quizá incluso fueran unos novios reales de esa época los que hicieron de modelos para la pintura.

Me encantó ese detalle, porque, para mí, fue un signo de que los hombres de aquella época estaban convencidos de que el Evangelio se cumplía en sus vidas. Les parecía lo más normal del mundo dibujar a Cristo como presente en una boda normal de aquel momento, porque eran conscientes de que realmente estaba presente.

Cuento todo esto porque creo que es un buen prólogo para la cuestión que voy a intentar responder hoy.

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18.07.08

No confundamos la salida con la llegada

Madrid es una ciudad bastante aficionada a correr. No me refiero a los coches (aunque también es cierto), sino a las carreras de atletismo. A la antigua usanza, con un pie delante de otro y mucho sudor y esfuerzo.

Quizá la más popular de las carreras que tienen lugar en Madrid es la San Silvestre Vallecana, llamada así porque se corre el 31 de diciembre, el día de San Silvestre, papa del s. IV. En esta carrera, que atraviesa una buena parte de la ciudad, suelen participar unos 15.000 madrileños. Los lectores que la hayan visto o hayan participado en ella conocerán bien la aglomeración que supone una multitud de quince mil personas saliendo todas del mismo sitio y corriendo unas junto a otras.

Voy a proponer a los lectores un experimento. Imagínense que un año, por una confusión, en lugar de que todos los corredores saliesen del mismo sitio y corriesen en la misma dirección, unos empezasen por el principio y otros por el final, cada uno corriendo en su propia dirección. Sería el caos. No es fácil imaginar los detalles, pero, sin duda, ese día tendrían trabajo extra la policía, intentando solucionar los altercados entre corredores, e incluso las ambulancias, por los accidentes que se ocasionarían al chocar unos participantes con otros.

Con esta imagen en mente, me ha parecido muy afortunada la comparación que ha hecho Benedicto XVI en Sidney del ecumenismo con una carrera. Es un símil que ha utilizado en un encuentro ecuménico que tuvo lugar el otro día, con representantes de otras confesiones cristianas, en la cripta de la catedral de Santa María de Sydney.

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17.07.08

Dos mejor que uno. Respuesta a una objeción

Quaestio Quodlibetalis 9. Hace unos días, afirmé que las leyes de plazos en lo relativo al aborto no tienen sentido, ya que ponen límites arbitrarios en un proceso continuo que sólo tiene un salto cualitativo en el momento de la concepción.

Generalmente, quienes niegan que el embrión sea un ser humano, suelen evitar dar razones para ello y se limitan a hablar de otros temas (como el derecho a decidir de la mujer, que no afecta realmente a la cuestión y sólo sirve para confundir el asunto). Sin embargo, una lectora, Asun, me presentó la que, en mi opinión, es la única objeción a esa afirmación que tiene un poco de peso argumental:

Yo veo clarísimo que un cigoto no es un ser humano, puesto que puede dar lugar a dos seres humanos (gemelos monocigóticos).
Si fuera cierto lo que dice Darwin de que el problema es el alma, en este caso en el momento de la concepción no veo como se puede tener un alma que después se divide en dos almas.
Así que si un cigoto aún no tiene alma porque no se sabe si va a ser uno o dos seres humanos, no se le puede considerar un ser humano. […]No puede haber un ser humano aún puesto que podría haber dos si se gemina-o ninguno, si no arraiga el óvulo fecundado. ¿Puede un ser humano existente dividirse en dos? ¿Puede un alma dividirse en dos, si lo ponemos en términos religiosos? Yo diría que no. Ergo, no hay aún ser humano en fase de cigoto.

Esta forma de argumentar es muy gráfica, pero, a mi juicio, resulta engañosa. Es lo que yo suelo llamar un argumento “de caja negra”. Se basa en nuestra falta de conocimiento sobre un tema, para sacar conclusiones que no están bien justificadas, pero de manera que esa falta de conocimiento camufle el error en el razonamiento.

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