Mi respuesta a la pregunta de una atea
(Continuación del post anterior)
Antes que ninguna otra cosa, quiero decir que las respuestas recibidas de los lectores han excedido mis expectativas. Y eso que la experiencia hacía que esperase un alto nivel de respuestas de los lectores de este blog. Los análisis del sufrimiento, de sus causas, de la posibilidad de que el ser humano comprenda o no las acciones de Dios y nuestra actitud ante la desgracia (incluso el análisis del propio término “desgracia”) han sido interesantísimas.
Cuando digo que las respuestas han excedido mis expectativas, es literalmente cierto. Yo sólo tenía en mente algo mucho más modesto: identificar las premisas falsas de las que partía la pregunta de Heather Mac Donald. Todo lo que se ha dicho en los comentarios es muy útil para ayudar a comprender la visión cristiana del sufrimiento y de la acción de Dios… pero no servirá de nada si no sacamos primero a Heather del lío lógico en el que ella misma se ha metido.
En las discusiones de temas religiosos (y en cualquier discusión, realmente), es imprescindible escuchar de verdad lo que el otro está diciendo. Ponerse en su pellejo. Entender su motivación y los presupuestos de los que parte. A menudo, en el caso del cristianismo, la gente que no lo conoce o lo conoce únicamente a medias tiene una serie de ideas preconcebidas más o menos absurdas sobre lo que creen los cristianos, que les impide valorar verdaderamente el cristianismo. Creo que ya conté una vez lo que decía el Arzobispo Fulton Sheen: No habrá más de cien personas en los Estados Unidos que odien a la Iglesia Católica. Sin embargo, hay millones que odian lo que erróneamente piensan que es la Iglesia Católica, que es algo muy diferente.

Probablemente, todos los lectores recordarán el aterrizaje en el agua de un vuelo norteamericano el mes pasado, que, milagrosamente, no ocasionó ninguna víctima. Las espectaculares imágenes que pudimos contemplar son de las que se graban en la retina de forma permanente y que, probablemente, más de uno recordará cuando tenga que volar.
No debería sorprenderme, porque todos los años sucede, pero aun así lo voy a contar: este año volví a coger la gripe. Todos los años me digo que tengo que vacunarme y todos los años lo voy dejando hasta que es demasiado tarde. En cambio, mi mujer, que es profesora y, como tal, tiene que vacunarse, suele estar fresca como una rosa los días de frío. Como comprenderán, eso aumenta bastante mi irritación por mi propia estupidez al no vacunarme.
Al volver, hace unos días, de las vacaciones de invierno, los alumnos y profesores de una universidad norteamericana de los Jesuitas, el Boston College, se encontraron con un curioso cambio en la decoración. El Presidente de la Universidad, el padre William P. Leahy, S.J., decidió que ya era hora de que todas las aulas de esta universidad católica tuviesen un crucifijo o un icono. Así que, dicho y hecho, durante las vacaciones se colocó una imagen de Cristo en cada una de las clases.
He decidido colocar como artículo independiente este comentario que Francisco José Soler dejó en el post anterior, porque su anécdota me ha parecido muy ilustrativa y, sobre todo, porque coincido plenamente con su análisis de la situación y sus conclusiones.



