Cabezas negras
No hace mucho, un lector me señaló el artículo de un religioso español sobre Barack Obama, en el que el actual Presidente de los Estados Unidos era ensalzado de forma verdaderamente extravagante. El autor decía que escribía arrastrado por la “inmensa ola de simpatía planetaria” provocada por el nuevo presidente, que su nombre le “llenaba la boca y el alma”, que eran hermosos su nombre y su piel, que “en sus labios recupera la palabra su verdad originaria, se hace fiable, se vuelve creadora” y otras alabanzas aún más exageradas.
Por lo que he visto en Internet, se trata de una actitud compartida por bastantes católicos, tanto dentro como fuera del país norteamericano. Aparte de motivaciones políticas, generalmente suele señalarse, como algo extraordinario que quita importancia a cualquier otra consideración (incluso a su defensa del aborto), el hecho de que siendo de raza negra haya llegado a presidente de la primera superpotencia mundial. Es cierto que se trata de un hecho significativo, pero no puedo evitar pensar que tanta exageración se debe a una cierta ignorancia de la Historia, que conlleva la correspondiente falta de proporción.