Oración por los que van a morir

Hace tiempo, un lector, Juan Pablo, me pidió algo escandaloso: que escribiera una oración por los que van a morir.
“Una oración por aquellos, que por los motivos que sean van a fallecer, y no saben, no ven, no quieren ver, etc. Tal vez una oración nuestra pueda servir de intercesión para que su alma se pueda salvar”.
Digo escandaloso, en primer lugar, por atreverse a mencionar la muerte. No hay asunto del que sea más políticamente incorrecto hablar, a pesar de que está claro que es la cuestión más importante para cada uno de nosotros, porque todos nos vamos a morir. Todos. En segundo lugar, y de forma más escandalosa todavía, porque una oración así da por supuesto que, de nuestras oraciones, nuestras pobres e inconstantes oraciones de seres limitados y pecadores, puede depender la salvación eterna de otra persona. No solo la nuestra, la de otro también.

Hace mes y medio, tras el referéndum irlandés favorable al aborto, informamos de que el famoso periódico católico francés La Croix había publicado un
Hacía mucho tiempo que no se hablaba tanto del discernimiento como ahora. Y es bueno que así sea, porque el discernimiento es fundamental para un cristiano. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno, aconsejaba San Pablo. Discernir viene de cernir o cerner, una palabra que muchos ya no conocen y que significa separar con el cedazo la harina del salvado. Es decir, quedarse con lo sustancial, lo que vale, lo que alimenta; con el grano y no con la paja. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan, y vuestro salario en lo que no sacia?, clamaba Isaías. Escuchadme con atención, comed lo que es bueno, y vuestra alma disfrutará en la abundancia.
Si hay algo que se puede decir del Papa Francisco es que nunca es aburrido. De forma permanente, tiene a toda la Iglesia en vilo, esperando la próxima sorpresa. La última, ciertamente, ha sido sonada: nada más y nada menos que un cambio de lo que dice el Catecismo sobre la pena de muerte. En la redacción anterior del Catecismo, se decía, en línea con la doctrina de dos milenios, que la “enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye […] el recurso a la pena de muerte”. Ahora, en cambio,



