China y el Vaticano: ¿qué podría salir mal?
A no ser que uno acostumbre a pasear con bastón blanco, es imposible no ver con preocupación la conclusión de un acuerdo entre la China comunista y el Vaticano sobre el nombramiento de obispos. Es cierto que la relación con las autoridades seculares siempre es complicada, porque se entrecruzan dos mundos —dos espadas, como se decía en la Edad Media— con normas, principios y formas de actuar diferentes: la Iglesia y los gobiernos civiles. A veces, lo mejor es enemigo de lo bueno y la Iglesia tiene que ceder en cosas secundarias para mantener las verdaderamente importantes.
Aun así, cuesta mucho comprender que se ceda de esta manera a las exigencias del gobierno chino en un tema tan crucial para la Iglesia como es el nombramiento de obispos. Durante décadas, los católicos chinos han resistido contra viento y marea la persecución, dando a menudo la vida por ser fieles a Roma. Y ahora, Roma les dice que no era para tanto, que, en realidad, era todo un malentendido, porque la propia Roma está dispuesta a someterse al comunismo chino.




Cuando, hace años, publiqué un librito de poesía, escribí en el prólogo que ojalá todos los cristianos escribieran versos. No era una simple frase: estoy firmemente convencido de que uno de los grandes problemas de nuestro mundo y de nuestra Iglesia es el olvido de la belleza, sustituida por lo útil, lo moderno y, en ocasiones, lo intencionadamente feo y desagradable. Por eso me produjo una gran alegría que José Alberto Ferrari, un poeta argentino, tuviera la gentileza de enviarme su libro



