23.08.13

Oración medieval a Cristo crucificado

Códice Cristo CrucificadoEl otro día, leyendo un libro interesantísimo sobre el catolicismo anterior a la reforma protestante en Inglaterra (The Stripping of the Altars), encontré una referencia a una oración medieval que me gustó y, como ya es tradicional, la he traducido del latín a beneficio de los lectores.

Se trata de una oración a Cristo crucificado, de manera que es particularmente adecuada para hoy, viernes, día penitencial (canon 1250: En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de cuaresma.) en que la Iglesia pide que los cristianos se identifiquen de manera especial con la pasión de Cristo.

La oración se suele conocer como O Domine Jesu Christe (Oh, Señor Jesucristo) y existen diversas variantes, algunas de ellas con música de grandes compositores como Palestrina, Tomás Luis de Victoria o Francisco Guerrero. La traducción que ofrezco hoy es bastante libre, ya que no se trata de escribir una tesis, sino de transmitir la belleza, la sencillez y la profunda piedad del texto original.

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9.08.13

El buen escándalo y el mal escándalo

RocaUna de las formas más sencillas de profundizar en la Escritura es fijarse en las cosas que resultan extrañas o nos chocan: generalmente indican que hay algo en el texto que no se ha entendido bien del todo. Es decir, algo que conviene estudiar más a fondo, para poder aprovecharlo de verdad.

Esta mañana pensaba en una de esas cosas raras que tiene la Biblia: el escándalo. ¿No resulta extraño que, en unos lugares, se considere el escándalo como un pecado terrible y, en otros, como algo propio del Mesías? ¿Puede el escándalo ser bueno y malo a la vez? ¿No es eso una contradicción? Como diría Chesterton, más bien es una paradoja, es decir, una contradicción aparente que puede llevarnos a entender mejor la realidad.

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21.07.13

Cuando recibas la comunión

42-15844237Ahora que todo el mundo está hablando de la última encíclica, sobre la cual ya diremos algo otro día si Dios quiere, voy a aprovechar para traer al blog un fragmento de otra encíclica de hace sesenta y cinco años. Se me ocurren pocas costumbres más perniciosas que leer sólo el último libro que se ha publicado, la última encíclica, lo último que se ha dicho sobre una cuestión… como si la verdad tuviese fecha de caducidad y lo que se dice hoy anulase por sistema lo que se dijo ayer. Gracias a Dios, la Iglesia pone a nuestra disposición la maravillosa arca de la Tradición, de la que podemos sacar tanto lo antiguo como lo nuevo, para alimentar nuestra vida cristiana.

En la encíclica Mediator Dei, del papa Pío XII, he encontrado una cita maravillosa de San Juan Crisóstomo (alias Juanito Pico de Oro), un Padre de la Iglesia del siglo IV y Doctor de la Iglesia. Es simplemente, una pequeña oración para rezar cuando se recibe la comunión, de modo que despertemos del sopor de la rutina y nos demos cuenta de lo increíble que es lo que estamos haciendo. Merece la pena aprenderla de memoria:

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18.07.13

El rostro de los hombres

El rostro de los hombresMucho antes de analizar asuntos más complicados, creo que una de las cosas que hacen que me resulte imposible no creer en Dios es el rostro de las personas. Esos rostros, siempre diferentes, que reflejan innumerables historias distintas, cada una de ellas mucho más rica e interesante que la mejor de las novelas que puedan escribirse, como decía Papini. Es decir, una sobreabundancia tal de ser y de sentido que sólo puede venir de Dios, porque supera con creces nuestra misma imaginación.

En ese sentido, me ha alegrado que el título del último libro publicado por Vita Brevis sea El rostro de los hombres, escrito por Alejandro Sanz Peinado. Y me alegra más aún que los relatos que incluye reflejen tan bien esa sobreabundancia que tienen las historias de personas particulares.

¿De qué trata este libro? Cuando la literatura es buena, no es fácil resumirla. Es como si te pidieran que resumieras la vida misma o una montaña: No se puede, no se puede.

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15.07.13

Cristianos tristes como el demonio

AcediaLas peores tentaciones son aquellas que ni siquiera notamos. Cuando sabemos que estamos tentados, podemos luchar por evitar caer en la tentación, pero cuando somos incapaces de reconocer el mal como mal, estamos perdidos. Ni siquiera nos daremos cuenta de que estamos haciendo mal, con lo cual será muy difícil o incluso imposible que consigamos evitarlo.

Hoy traigo al blog unas líneas de un doctor de la Iglesia que me han llamado la atención en ese sentido. San Francisco de Sales habla de dos tentaciones. Una de ellas es bastante común y los cristianos la conocemos bien. Caemos en ella, pero cuando lo hacemos, sabemos que estamos cayendo en la tentación y, con la gracia de Dios nos arrepentimos. La otra tentación es más sutil, menos evidente, y en eso reside su fuerza.

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