Hablan como políticos
Confieso que no suelo leer los documentos, declaraciones y cartas de los obispos (con honrosas excepciones, gracias a Dios), porque sé por experiencia que no voy a sacar provecho de ellos y lo único que voy a conseguir es enfadarme. A pesar de esa saludable práctica habitual, en ocasiones caigo en la tentación de leer uno de esos documentos, como me ha sucedido hoy con una carta del Cardenal Osoro sobre los migrantes. Y, una vez más, lo único que he conseguido con ello ha sido enfadarme.
Con todo el respeto por el cardenal y sus buenas intenciones, resulta muy difícil de soportar ese fondo de buenismo tan absurdo (y tan contrario a la fe) que considera que todos los emigrantes son buenos por el hecho de ser emigrantes (como si no existiera el pecado original), que todas las diferencias son respetables (como si los pecados y errores no existieran), que todo el mundo enriquece a la comunidad en la que vive (como si nadie dañase a los demás) y que hay que acoger a todos indiscriminadamente (olvidando las innumerables veces que la Escritura dice lo contrario). Basta aplicar esas mismas ideas a cualquier otro grupo para ver que no tienen ni pies ni cabeza y nadie en su sano juicio, incluidos los mismos obispos que dicen estas cosas, las pone en práctica con ningún grupo social, empezando por los más cercanos.