16.09.07

Educación para la Cortesía

Ahora que empieza ya a enseñarse, en algunos lugares, la asignatura de Educación para la Ciudadanía, se me ocurre sugerir una alternativa por si, en el futuro, se eliminase este despropósito jurídico y hubiese que “llenar el hueco". Se trata de algo mucho más básico y, en mi opinión, más importante que educar para hacer buenos ciudadanos: educar para hacer chicos bien educados. La Educación para la Cortesía.

La buena educación, la cortesía, es esencial para el trato con los demás, especialmente entre personas muy diferentes o con modos distintos de pensar. No es extraño que otro de sus nombres sea “urbanidad”, es decir, la virtud propia de los que viven en urbes, en ciudades, en el sentido de que, cuanto más próximos vivimos a los demás, más necesaria es la buena educación, que hace de aceite para que no chirríe en exceso la convivencia.

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14.09.07

La física no es metafísica

El otro día hablábamos de la evolución y el evolucionismo, con ocasión de un libro sobre el medio ambiente publicado en Estados Unidos, para mostrar el peligro que tiene confundir la biología con la filosofía. Este peligro no es exclusivo, ni mucho menos, de la biología, así que hoy vamos a comentar las declaraciones de un físico español que, en mi opinión, cae en el mismo error, con ocasión de la publicación de su libro, Los hilos de Ariadna. Se trata de Manuel Lozano Leyva, director del departamento de Física Atómica de la Universidad de Sevilla.

Quiero empezar diciendo que estoy convencido de que el saber no ocupa lugar y de que es muy bueno que físicos, biólogos, azafatas o barrenderos se interesen por la filosofía y por las cuestiones verdaderamente importantes de la vida. La especialización total es muy práctica pero muy poco humana.

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12.09.07

La biblia de los evolucionistas de hoy

Estos días, uno de los libros más vendidos en los Estados Unidos es The World Without Us (El mundo sin nosotros), de Alan Weisman. Supongo que pronto será traducido al español y llegará a España, aunque, en nuestro país, este tipo de libros suele tener bastante menos éxito que allende los mares.

El tema de este libro, en principio, es bastante curioso. Especula sobre lo que sucedería en la tierra si (por razones que no especifica) la totalidad de los seres humanos desaparecieran de pronto, de ahí la referencia en el título a un mundo sin nosotros. Los bosques irían, poco a poco, volviendo a cubrir las ciudades, las centrales nucleares terminarían por fundirse o explotar, los plásticos tardarían miles de años en desaparecer, el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera se iría reduciendo paulatinamente…

A falta de leer el libro, lo que me gustaría comentar no son esas hipótesis, más o menos acertadas y sin mucha importancia práctica (después de todo, un mundo “sin nosotros” habría dejado de ser nuestra responsabilidad, digo yo). Me llaman más la atención algunas valoraciones de los temas tratados que han recogido las reseñas y que, en mi opinión, revelan la enorme confusión que se esconde detrás del Evolucionismo de pacotilla de nuestra época.

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11.09.07

Qué dice el Concilio sobre (II): la Tradición

El otro día estuve discutiendo, en los comentarios de un artículo, el papel de la Tradición en la Iglesia. Creo que es un tema que conviene clarificar, porque he observado que, en muchos casos, se plantean los distintos temas “polémicos”, como la autoridad en la Iglesia, el sacerdocio de la mujer, el celibato, la liturgia, etc., como si no existiera esa Tradición o no fuera más que un conjunto de datos puramente históricos que nada tienen que ver con nuestra época.

Increíblemente, a menudo se apela al Concilio Vaticano II, como si éste permitiese olvidarse de la Tradición de los casi veinte siglos de cristianismo que lo precedieron o, peor aún, como si el propio Concilio hubiese significado una ruptura de esa Tradición. Me ha parecido interesante señalar lo que de verdad dice la Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II sobre la Tradición.

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10.09.07

Castillos de arena

Caminar por la orilla del mar ayuda bastante a pensar sobre las cosas de Dios. Y si no, que se lo pregunten a San Agustín. Yo, más modestamente, paseando por las playas de la Manga, me he fijado en un castillo de arena. Sin duda, había sido construido con gran trabajo y mucho tiempo, porque era un buen castillo, pero bastó un segundo para que una ola más grande que las demás lo destruyera totalmente y apenas quedara nada. Vanidad de vanidades, como dice el Eclesiastés.

El castillo de arena me ha recordado, no sé porqué, los cuatro grandes rascacielos que se están construyendo en Madrid y que dominan, desde la distancia, la silueta de la ciudad. Cuando uno se acerca a Madrid, lo primero que se ve en la distancia son ahora estos edificios, que superan con mucho la altura de las torres inclinadas de Plaza Castilla. También al alejarse de la ciudad, lo último que se ve son estos nuevos rascacielos en construcción.

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